Todos
los santos del Cielo participan según su grado de gloria de Mi
Divinidad y, según los méritos que hicieron en su vida por la Tierra,
así será su gozo. Yo, Jesús, os hablo.
Porque hijos, no solo debéis
tender a querer el Cielo, que muchísimas almas lo ganan muy
dificilmente, sino que debéis procurar tener lo más posible de méritos
para que vuestro gozo celestial sea más grande, porque hijos, la otra
vida es eterna y aquí en la Tierra se acaban los gozos y las penas, pero
en la otra vida, no. Y lo mismo, hijos Míos, sucede para los que se
pierden eternamente. Según sus maldades y la malicia de sus pecados y
torcidas intenciones, así serán sus grados de castigo para cada uno,
porque no es un castigo eterno a todos igual, sino que cada cual
recibirá según su maldad y malicia. Yo, Jesús, os hablo.
Ya se, hijos Míos, que eso lo
conocéis y que lo habéis oído más de una vez, pero Yo, Vuestro Redentor,
el que os abrió las puertas del Cielo, os lo recuerdo, porque muchas
almas viven aletargadas conformes con una vida espiritual enflaquecida y
haciendo lo mínimo posible y, debéis esforzaros cada día en ser más
santos, más ejemplares, más abnegados y sacrificados, pues la vida
espiritual aletargada, sin esfuerzo alguno, puede convertirse en
“tibieza” y la tibieza a Dios Altísimo le repugna enormemente. Yo,
Jesús, os hablo.
Y es que una vida espiritual
enflaquecida, tan exenta de méritos y de esfuerzos, puede incluso
derivar en pecados de omisión al conformarse con tan poco. Hijos,
recordad la parábola de los talentos, cada cual debe negociar sus
talentos espirituales y esforzarse para recoger mucho más cada día, y
sobre todo, esforzarse porque otras almas se conviertan y alcancen la
Vida Eterna.
No basta con decir: salvándome yo, ya lo demás no me importa.
Esa actitud egoísta no solo no Me agrada sino que Me repugna y os pido
más entrega, más fervor, más amor y sobre todo más esfuerzo, porque no
quiero almas dormidas espiritualmente, las quiero despiertas, con celo
apostólico y con deseo de que todas las almas se salven. Esto es para
todos los cristianos, y para los sacerdotes no es una sugerencia o un
consejo, es un mandato divino de su Redentor y Salvador. Yo, Jesús, os
hablo y os instruyo. Mi paz a todo aquel que leyendo estos mensajes los
pone en práctica.