Implementando la agenda gay

 
 


Con la decisión política de aprobar la constitucionalidad del ‘matrimonio’ homosexual, concluye –en España– la gigantesca operación de marketing puesta en marcha en 1989 en Estados Unidos para ganar reconocimiento y derechos.


EN 1989, la llamada agenda gay constaba de seis puntos inspirados en el libro Después del baile. Cómo América vencerá a sus temores y miedos sobre los gays en los 90 del neuropsiquiatra Marshall Kirk.


El primer punto era hablar de los homosexuales y lo homosexual tan alto y tan a menudo como fuera posible. El segundo, mostrar a los gays como las víctimas, no como agresores desafiantes. El tercero, dar a los protectores de los homosexuales una causa justa. El cuarto punto es evidente: conseguir que los homosexuales parezcan los buenos. El quinto es más evidente todavía: hacer que aquellos que los victimizan parezcan los malos. Y el sexto, que todo el dinero necesario para esta gigantesca operación de marketing salga de las corporaciones públicas.


Esto es lo que otros denominan “el método para cocinar una rana”. Un método culinario tradicional que se basa en que jamás hay que echar una rana al agua hirviendo porque luchará para salir fuera del cazo. En vez de eso, lo que hay que hacer es poner a la rana en agua fría e ir calentando el agua poco a poco para que no note que la estás cocinando.


Los malos de la película


Ahora mismo, no hay partido político de relieve en Europa, salvo en Polonia, que se permita expresar una opinión contraria a la homosexualidad. Los medios de comunicación están cocinados. El arte está cocinado. Hollywood tiene las ancas rebozadas. La televisión surte de ranas en juliana a un público que se encoge de hombros. Esa pareja de homosexuales de la serie Modern Family que han adoptado una niña vietnamita son los amos de la pequeña pantalla. ¿Quién no querría ser superamigo de Mitchell y Cameron?


La agenda homosexual, así planteada, evitaba la contienda al estilo Stonewall (el bar de Manhattan que es el símbolo de la lucha física por los derechos de los homosexuales) o al estilo irritante de Harvey Milk en San Francisco. Se trata de conseguir, con mucha mano izquierda y buena presencia, que el estadounidense medio (el español medio, por extensión) llegue a pensar que la homosexualidad sólo es un opción más, otra cosa, y se encoja de hombros.


De esa manera –aseguraba Marshall Kirk–, la batalla por los derechos y el reconocimiento estará virtualmente ganada y lo único que hará falta será esperar. En el ínterin, al imperativo de que el homosexual se presente como víctima, es decir, hacerle aparecer como el bueno de la película, se le une de forma decisiva señalar a la resistencia antigay como unos tipos malos y desagradables. Los homófobos. Esto desactiva cualquier posibilidad de rebelión de una parte importantísima de la sociedad que opta por mostrarse indiferente mientras otra parte no despreciable jalea con insistencia el poder de los homosexuales, las nuevas reinas del baile.


Artículo de Intereconomía