Satanás, incansable en el mal


Satanás existe y es incansable en el obrar. En lo alto, Dios es incansable en el bien.
Pero tened en cuenta que, bien metafórica, artificial o realmente, Satanás opera con astucia en las tinieblas. Os rodea con circunloquios y sutilezas propias de una serpiente puesta al acecho en el espesor de un matorral. Por más que os vea tan apartados ya de Dios aún no se atreve a presentarse ante vosotros a cara descubierta y deciros: “Soy yo. Seguidme”

Mas Satanás no tiene necesidad de palabras. Su mirada, lo mismo que la mía, penetra vuestro corazón. Yo veo vuestra libídine satánica. El la ve igualmente y obra.
Tras haber intentado destruir a Cristo tentándole (Mt 4, 1-11; Mc 1, 12-13; Lc 4, 1-13.), a la Iglesia procurándole épocas de oscuridad, al Cristianismo con los cismas y a la sociedad civil con las sectas, ahora, en vísperas de su manifestación preparatoria del final, intenta destruir vuestras conciencias después de haber destruido ya vuestra mente.

Sí, destruido. Destruido, no como capacidad de pensar como hombres sino de pensar como hijos de Dios. El racionalismo y la ciencia apartada de Dios han destruido vuestra mente de dioses y ahora pensáis igual que lo haría el fango: a nivel del suelo. No advertís a Dios impreso con su sello en las cosas que vuestros ojos ven y así, para vosotros son: astros, montes, piedras, aguas, hierbas, animales. En cambio para el creyente son obras de Dios y, sin más, se adentra en la contemplación y en la alabanza del Creador a la vista de los innumerables testimonios de su poder que os rodean haciendo agradable vuestra existencia y siendo de utilidad para vuestra vida.

Ahora Satanás da el asalto a las conciencias y ofrece la fruta antigua

Ahora Satanás da el asalto a las conciencias y ofrece la fruta antigua (Gn 3, 1-5): placeres, avidez de saber, soberbia y sacrílega esperanza de llegar a ser dioses mordiendo en la carne y en la ciencia. Y el placer os transforma en animales devorados por la lujuria, repulsivos, enfermos, condenados en esta y en la otra vida a las dolencias de la carne y a la muerte del espíritu. Y la avidez de saber os pone en manos del Engañador porque con vuestra ilícita codicia de querer desentrañar lo que son misterios de Dios, tratando de imponer a Dios vuestro deseo de conocerlos, hacéis que Satanás pueda prenderos en las redes de sus errores.
Me dais compasión y me causáis horror. Compasión porque estáis locos y horror porque estáis empeñados en serlo y marcáis las carnes de vuestra alma con el signo de la Bestia rechazando la Verdad por la Mentira.

Jesús a María Valtorta