Se llama Teresa Munné y vivía en una masía en Borges del Camp, en Tarragona, con su familia y contó personalmente lo siguiente:
«Respecto
a lo que os ha dicho el reverendo Doménech os podéis preguntar: "Pero
si esta señora no tiene nada...si está tan bien de salud". Pero si me
hubieseis visto, hace unos años, estaba hecha una calamidad. Hacía siete
años que estaba enferma. Me vino a raíz del último parto, de una hija
que ahora tiene dieciocho años. Primero decían los médicos que se
trataba de una descalcificación, después me enyesaron de la cabeza a los
pies.
Sufrí
mucho y viendo mi marido que no mejoraba nada me llevó a un
especialista de Barcelona que era muy entendido. El doctor Lavilla
Galindo me hizo varias radiografías y habló con el radiólogo porque
apreciaba que aquello era un tumor en la médula y que no tenía cura. Me
hizo veintiséis sesiones de radioterapia y luego veintiséis más
profundas, que me dejaron hecha una calamidad.
Yo me decía: “Si la Virgen
me ha escogido a mí, ¿por qué no lo he de aceptar?” En los dos últimos
años se me abrió una gran llaga. Un día dije a mi marido: ¡siento la
espalda toda mojada! Y me respondió: “¡Ay, si tienes un agujero! ¿Cómo
puede ser?” En el hospital Juan XXIII de Tarragona me dijeron que no se
podía hacer nada, porque la única solución era un injerto, pero, como la
carne estaba tan quemada por la radioterapia, ni siquiera se podía
intentar.
Estaba
siempre con fiebre y del agujero salía un hedor insoportable. No podía
ni levantarme de la silla, y cuando estaba en casa, para moverme, me
tenía que echar al suelo y caminar como un gatito, agarrándome a las
patas de la mesa o de los muebles.
Nosotros
vivimos en una casa de campo (masía) en pleno campo, y una noche de
diciembre, hace ahora tres años, estaba yo sentada en la cama, porque no
podía estar tendida: pues los bultos y agujeros se me reventaban. Mi
marido me despertó y me dijo: “¡Qué haces sentada, rezando, con este
frío que hace!¡Y aún das gracias a la Virgen!
¿No ves que no existe ninguna Virgen? ¡Venga mujer calla!” Y después
pronunció algunas palabrotas, porque mi marido es muy bueno, pero
entonces no tenía ni una pizca de fe.
A
la noche siguiente me volvió a hablar: “Teresa te has dejado una luz
encendida” Y yo le respondí “No, las he apagado todas”. Y vi que de
encima del tocador donde tenía una imagen de la Virgen de Lourdes salía una luz. Y le dije: “¡Oh, es la Virgen!” y él contestó: “¡Sí, será la Virgen
que habrá venido a verte a ti! Calla, no digas tonterías”. Pero la luz
continuaba iluminando la habitación. Él, primero dijo que era la luna,
después que las ventanas que estaban mal cerradas. Se aseguró de que
todo estaba bien cerrado y, viendo que la luz continuaba brillando y que
no la podía tapar de ningún modo, al final me habló: “Teresa, no te has
equivocado, es la Virgen que ha venido”.
Yo
le dije: “Arrodíllate y recemos las tres avemarías”.Pero como no sabía
rezarlas, yo iba pronunciándolas y él iba repitiendo las palabras. Y
éste es el mayor milagro, más que el del día en que me curé en Lourdes:
Ver rezar a aquel hombre que no creía, a aquel hombre que
blasfemaba...Durante más de quince días se nos apareció la luz, y
nosotros rezábamos a la Virgen...
Se
lo conté al sacerdote y me respondió: “Esperaré a que venga tu marido,
porque tú tienes tanta fe que quizás te parece que la ves”. Y habiendo
hablado con mi marido, al final le dijo mi esposo: “¿Y usted no se cree
lo que le ha contado mi mujer y eso que es sacerdote?” y le contestó el
sacerdote: “Ahora sí que me lo creo, porque tú no creías y ahora te veo
alabando a la Virgen”.
Sin embargo mis hijos eran reacios y decían: “No teníamos bastante con
ver trastornada a mamá que ahora lo está también papá”. Y estaban muy
desmoralizados.
Al llegar el mes de Mayo, una noche en que yo rezaba el mes de María tuve un sueño maravilloso en que veía a la Virgen que me decía. “Ven a Lourdes, que al segundo día serás muy feliz”. El sueño se repitió varias noches y siempre la Virgen me decía lo mismo. Así que se decidieron a dejarme ir a Lourdes con la peregrinación que se hace cada año.
El
sacerdote encomendó a los encargados. “Vigiladme a Teresa, que me
parece que este año pasará algo al segundo día”. Mi hijo que está casado
y que vive en Riudecanyes me vino a buscar con el coche para llevarme a
Tarragona y una vez en la masía pudo ver a través de un espejo la llaga
tan terrible que tenía y que mi marido me estaba curando. Fue cosa de
Dios, para que aquel hijo que era muy incrédulo pudiera ver la gran
llaga que yo tenía. Se espantó y dijo a su padre: “¿Y así quieres dejar
ir a mamá a Lourdes? ¿No ves que se morirá allí? ¡Ya tiene razón ella,
que no volverá!”
Yo
cogí la caja de las gasas y se la di a mi hijo al tiempo que le decía:
“Hijo mío ten esta caja de gasas; porque si mamá vuelve de Lourdes ya no
la necesitará más, porque estará curada. Y si no vuelve, desde el Cielo
rogaré por vosotros para que creáis en Dios y en la Virgen. Mi felicidad sería que creyeseis y que no os burlaseis de las cosas santas”.
Y
al llegar el día de la partida, me subieron al tren de los enfermos en
una camilla y fui hacia Lourdes sola sin ningún familiar. Mi marido me
despidió llorando, pero con una clase de llanto como si fuese de
alegría. Yo sólo decía: “¡Esperadme Virgen santa que ya voy!... ¡Que se
haga Vuestra Voluntad!”.
Las
enfermeras me iban curando durante el viaje y se asustaron al ver que
la fiebre me subía y que la llaga olía muy mal. Incluso el señor obispo
que iba con la peregrinación me vio, se acercó y percibió aquel terrible
mal olor. Con el traqueteo del tren la llaga aún supuraba más.
Una vez llegada a Lourdes, en sueños, la Virgen
me dijo: “¡Hija mía, el segundo día de estar en Lourdes serás tan
feliz...!” Yo no me atrevía a decir nada a nadie pues pensaba: “¡Ay
Señor si soy tan poca cosa!”. La hermana Primitiva del seminario de
Tarragona, que me cuidaba me llevó al altar de santa Bernardita y allí
me sobrevino un sueño muy pesado y vi a la Virgen,
que es muy preciosa, y que me dijo por tres veces: “Ya ha llegado el
día, baja a las piscinas que allí te espero”. Yo permanecía con los ojos
abiertos, pero estaba inconsciente.
Las
enfermeras se alarmaron y decían: “¡Teresa se muere, ya no tiene
pulso!”. Poco a poco volví en mí y decía que me había mareado porque no
me atrevía a decir que había visto a la Virgen
¿Quién soy yo pobre de mí? Dije a una de las enfermeras: “Llevadme a
las piscinas”, a lo que me respondió: “¡Bien estás tú para ir a las
piscinas!. ¿No ves que no puede ser? Hace sólo un momento que te morías y
ahora ¿quieres ir a las piscinas con la lluvia que cae? Mira, mañana
nos toca a nuestra peregrinación. Mañana irás”.
Y yo pensaba: ¿Si es hoy cuando me espera la Virgen cómo podré esperar a mañana? Entonces me encomendé a la Virgen
diciéndole: Ay Virgen María, ya que queréis que vaya a las piscinas,
¡no me desamparéis!¡Haced que pueda llegar de un modo u otro! Y con
ayuda de dos camilleros pude ir a los lavabos caminando de aquella
manera desastrosa que daba pena. Nadie se dio cuenta de que faltaba,
porque éramos unos cincuenta enfermos y sola como estaba fui hasta las
piscinas y llegué allí a las cuatro, sin ayuda de nadie, sólo llevaba la Virgen con el Rosario que me sostenía.
Entonces
ya cerraban las piscinas porque más arriba ya hacían la procesión con
el Santísimo. Me encontré con un señor de Tarragona que era camillero y
que me dijo: “¿Cómo te has atrevido? Ya trataré de ayudarte. Se lo
preguntaré a aquel señor francés”.Y aquel señor, inexplicablemente, al
decirle que había una señora que tenía necesidad de bañarse le dijo que
pasase. Las enfermeras de las piscinas se habían vestido para irse. Y
con la ropa que llevaban puesta me sumergieron en la piscina. Cuando vi
que me ponían la túnica y me ayudaban a meterme en el agua, ¡qué feliz
me sentí! Yo sólo decía: “¡Virgen María haced de mí lo que queráis, soy
toda vuestra, lo acepto todo, lo sufriré todo, solo pido que haya Fe en
mi casa; porque cuando yo me muera ¡que quedará en aquella casa tan
fría! ¡No se rezará ni un Rosario! ¡Dales la fe a los de mi casa...!”
Las
enfermeras se dieron cuenta de lo que me pasaba y rezaron unas
oraciones que yo no entendía, porque las decían en francés. Yo no sabía
ni qué hacía ni qué decía, sólo sabía que se había podido cumplir lo que
la Virgen
me había mandado: ir a las piscinas. Me pusieron en una silla de ruedas
y me llevaron hacia la explanada. Allí todos se asustaron cuando me
vieron. Al cabo de un momento veo que las piernas se me mueven y que si
me las pellizco las siento. Y digo a una enferma que tenía al lado, que
era de Mora: “¡Paquita, la Virgen
me ha curado!” y ella me contestó: “¡Calla, no digas tonterías!”. “Y
ahora no te levantes que te romperías la cabeza contra uno de estos
carritos”. Grité: “¡Que venga un médico, que venga una hermana, que
venga el que sea, porque la Virgen
me ha curado! Vino la hermana Primitiva que es muy disciplinada y me
dijo: “¡Tan obediente que eras siempre y este año este desespero! ¡Vamos
hacia el hospital!”.
Fuimos
allí y cuando estábamos en el segundo piso la hermana me dijo. “Bueno,
¡basta!, ahora te daré un calmante, que todo lo que tienes es un ataque
de nervios; hoy a dormir sin cenar, que estás muy inquieta”. Yo le dije:
“Hermana, ¡sáqueme las gasas, que estoy curada! Ella me levantó la ropa
y vio las gasas empapadas de pus y porquería y no se creyó que
estuviera curada. Me dijo: “Voy a buscar el maletín y te curaré ahora y
¡ya basta de hacer comedia! Mientras tanto subió el señor arzobispo. La
hermana arrancó las gasas, e incluso manchó la colcha de pus y sólo
dijo: “¡Virgen María, qué milagro¡!Estás curada hija mía! El señor
arzobispo estaba blanco, emocionado, y me decía: “¡Teresa tú has sido la
flor escogida” ¿Qué habrá visto la Virgen en ti?” Yo le dije que yo no le pedía mi curación, sino la de la mi familia, ¡que tuviesen fe!.
El
tren que nos llevaba llegó a Tarragona antes de la hora. Cuando vi que
llegaba el coche de mi hijo con él mismo y mi marido, la hermana ya no
me pudo sujetar. Bajé corriendo las escaleras del vagón que cinco días
antes había subido en camilla y me eché encima de él diciéndole. “¡Hijo
mío, aquí tienes a tu madre, la Virgen te la devuelve curada!
Mi
marido ya se lo esperaba, pero mi hijo no, y me tocaba arriba en la
espalda y me decía: “¿Dónde está aquel agujero que te vi el día que te
fuiste?”.
No
sé cómo pudimos llegar a la masía con mi hijo conduciendo con aquella
emoción tan grande que tenía. Al día siguiente hizo tres o cuatro viajes
más a nuestra masía y me decía: “Mamá, siéntate, mamá levántate”. Y
cuando me veía curada del todo no sabía lo que le pasaba...
Y cuando veo que mi familia ha recuperado la Fe perdida doy gracias a Dios tanto y más aún que por mi propia curación».
(Trascripción y traducción del catalán de una cinta en que habla la protagonista del milagro hacia principios de los años 1990’s