Vivió 13 años alimentándose sólo de la Eucaristía


BEATA ALEXANDRINA DA COSTA


Nace en el año 1904  en Portugal, y muere a los 51 años.

Alexandrina, hija de madre soltera, crece en medio de grandes dificultades económicas y también psicológicas por su falta de padre. De su madre recibió educación religiosa seria y profunda. Fue a la escuela sólo durante un año y medio.  En una ocasión unos individuos tomaron por asalto la casa de Alexandrina en la que estaban su hermana y una amiga, con la intención de violarlas. Alexandrina, para salvar su pureza, se tiró por la ventana y como consecuencia de la caída se hirió en la columna vertebral con gravísimas consecuencias. Quedó paralizada.

Al comienzo le rogaba a Dios le diera la gracia de la salud, pero cuando se dio cuenta que aquella era su misión, es decir el sufrimiento, aceptó de corazón el calvario y lo vivió hasta su muerte con una sonrisa en los labios.

El 25 de abril 2004 fue proclamada Beata por el Papa Juan Pablo II.

Por tres años y medio, vive, hasta visiblemente, la Pasión de Cristo, que duraba cada semana del jueves al viernes. Entraba en éxtasis y revivía varias fases de la Pasión, así como la relatan los Evangelios. Sus padecimientos llegaban al culmen entre las 12 y las 3 de la tarde del viernes. A los testimonios se han sumado films y fotos. Sin saber cómo (ya que estaba paralítica desde 1925), al mediodía Alexandrina descendía de la cama. Cuando revivía la Pasión se movía como si la parálisis no existiese. Repetía la agonía de Jesús en el Getsemaní, que era larga y penosa y emitía quejidos profundos y sollozos. Luego seguían, como si fuese un film, todos los otros episodios de la Pasión: la captura por los soldados, el proceso ante Pilato, la flagelación, la coronación de espinas, el camino al Calvario, la crucifixión. Alexandrina trasuntaba un enorme sufrimiento, estaba pálida, sudaba, sus cabellos se le empastaban. Después se notaban heridas en todo su cuerpo. En esos momentos estaba totalmente insensible a agentes exteriores de dolor. Caía camino al Calvario y quedaba como aplastada en tierra. Una vez un médico intentó levantarla y no pudo ni con la ayuda de otros dos colegas. No llegaron a alzarla ni siquiera un milímetro. Terminado el éxtasis quedaba ligera. En aquel tiempo pesaba sólo 34 kilos. Luego de marzo del 42, después de sufrir la Pasión vino el ayuno total. Durante los últimos 13 años y 7 meses de su vida no comió ni bebió nada. Su único alimento era la Eucaristía que el párroco le traía todas las mañanas. Jesús le había dicho:

 “No te alimentarás más en la tierra. Tu alimento es mi carne. Tu sangre mi sangre. Grande es el milagro de tu vida”.



“Hija mía, haz que yo sea amado, consolado y reparado en mi Eucaristía. Haz saber en mi nombre que cuantos hagan bien la comunión con sincera humildad, fervor y amor, durante los seis primeros jueves de mes consecutivos y pasen una hora de Adoración ante mi sagrario en íntima unión conmigo, les prometo el Cielo.

Di que honren, por medio de la Eucaristía, mis santas llagas, honrando primero la de mi sagrada espalda, tan poco recordada.

Quien al recuerdo de mis llagas una la de los dolores de mi Madre bendita y por ellos nos pida gracias espirituales o corporales, tiene mi promesa que serán concedidas, a menos que no sean daño para sus almas. En el momento de la muerte traeré conmigo a mi Santísima Madre para defenderlos”.



A los sufrimientos del ayuno y de la Pasión se agregaban las vejaciones diabólicas y las incomprensiones de los hombres, incluso de la Iglesia. El Demonio la tentaba contra la fe, la asaltaba arrojándola del lecho e hiriéndola.

La misión de Alexandrina era la de sacudir al mundo acerca de los efectos del pecado, invitando a la conversión, ofreciendo testimonio de vivísima participación a la Pasión de Cristo y por tanto a la redención del hombre.

La beata quería cerrar el infierno. Sobre su tumba hizo poner este epitafio: “Pecadores, si las cenizas de mi cuerpo pueden ser útiles para salvaros, acercaos, pasad por encima, pisotead hasta que desaparezcan. Pero, no pequéis más, no ofendáis más a nuestro Jesús! Pecadores, querría deciros tantas cosas! Para escribirlas todas no bastaría todo este gran cementerio. Convertíos. No ofendáis a Jesús! No queráis perderlo para toda la eternidad! Él es tan bueno. Basta con el pecado. Amad a Jesús. Amadlo!”

Su misión fue expiatoria y de intercesión.