*Sólo conservé un pecado

En ocasión de una de mis misiones a Italia un hombre se me acercó y me dijo con gran alegría: 

-“Sor Emmanuel estoy feliz. He ido en peregrinación a Medjugorje este año ¡y tuve una hermosa conversión! ¡Pude abandonar casi todos mis pecados!

- ¿Casi todos?


- Sí. Casi todos. Sólo conservo uno.


- ¿Por qué ha conservado ese pecado?


- Porque ése me gusta. Me causa placer.


Incliné la cabeza recogiéndome un breve instante, porque no era cuestión de responder a la ligera.


-¿Cómo puede estar apegado voluntariamente a un pecado?


- Pero me desprendí de todos los demás. Sólo conservé uno…


- Todos somos pecadores; pero una cosa es caer en el pecado por debilidad y otra es desear permanecer en él. Cuando usted recibe a Jesús en la Eucaristía, usted le dice que lo ama, que lo adora, que está feliz de estar con Él… ¿Cómo puede simultáneamente abofetearlo cruelmente? Fueron mis pecados, los suyos, los de todos los hombres los que han clavado a Jesús en la Cruz. Y usted decidió herirlo aún más conservando voluntariamente un pecado…


- ¿Qué está diciendo? ¿El pecado que quiero conservar es como una bofetada para Él? 

¡Oh, Dios mío! ¡Nunca se me hubiera ocurrido!

- Es más: querer conservar un pecado grave es como dejarle una vía de acceso abierta al Maligno. Él está muy feliz de poder tener esa entrada privada. Puede de esta manera realizar sus fechorías en usted, en su familia, en su salud, en su vida, y usted ni siquiera toma conciencia del origen de ese malestar.


- ¡Si es así, haré todo cuanto esté a mi alcance para abandonar también ese pecado! ¡Por favor hermana, ore por mí!


Aquel hombre carecía de esa información básica. Hoy en día hay tantas  carencias en cuestiones de fe cristiana que las realidades más elementales escapan a la conciencia de un gran número de “creyentes”. 


Satanás adormece las conciencias focalizándolas en la búsqueda de un bienestar puramente terrenal. San Juan de la Cruz lloraba de compasión ante tantas almas abandonadas a sí mismas, peligrosamente extraviadas, siendo que todas son llamadas a un alto grado de santidad.
 

Las palabras de San Pablo: “El salario del pecado es la muerte” no tienen fecha de expiración y son plenamente válida hoy en día.

Diario de sor Emmanuel