*Los guardias del sepulcro

Los guardias

Casio fue a ver a Pilato una hora tras la Resurrección cuando aún el Gobernador romano estaba durmiendo. Le contó emocionado cuanto había visto en el huerto. Le relató sobre el temblor de la peña y cómo un ángel había apartado la piedra del sepulcro y que los lienzos quedaran vacíos. Le dijo que Jesús de Narzaret era efectivamente el Mesías, el Hijo de Dios y que, verdaderamente había resucitado. Pilato escuchó todo el relato con terror escondido y sin querer demostrarlo dijo a Casio: "Eso son supersticiones, has cometido una necedad acercándote tanto al sepulcro del Galileo, sus dioses se han apoderado de ti y te han hecho ver todas esas visiones fantásticas que ahora me cuentas. Te aconsejo que no digas nada de esto a los sacerdotes, porque ellos podrían perjudicarte". Hizo como si creyera que los discípulos hubieran robado y escondido el Cuerpo de Jesús mientras los guardias se habían dormido borrachos y que contaban esas supercherías para no declarar y reconocer su negligencia. Cuando Pilato hubo dicho todo esto y Casio se fue, él corrió a ofrecer sacrificios a sus dioses.

Los cuatro soldados que habían estado custodiando el sepulcro llegaron a continuación y relataron a Pilato lo mismo que Casio, pero él no queriendo escucharles más, los envió a Caifás. Los demás soldados estaban ya en el templo donde se habían reunido muchos ancianos judíos, ante los que narraban lo que había ocurrido en el huerto del sepulcro. Después de las deliberaciones, los ancianos cogieron a los soldados uno a uno y a fuerza de dinero o amenazas, los fueron convenciendo para que contaran que los discípulos se habían llevado el Cuerpo de Jesús mientras ellos dormían. Los soldados dijeron que sus compañeros habían ido a casa de Pilato a contarles lo mismo y que les iban a contradecir, pero los fariseos les prometieron que lo amañarían todo con el gobernador. En esto llegaron los soldados que habían ido a casa de Pilato y se negaron a rectificar lo que le habían contado a este.

Se había ido corriendo el rumor de que José de Arimatea se había librado milagrosamente de la prisión. Así que cuando los soldados fueron acusados por los fariseos de haberse dejado sobornar por los discípulos de Cristo para dejarles llevarse el Cuerpo y amenazados con fuertes castigos por no presentar el cadáver de Jesús, los soldados dijeron que cómo era que no castigaran también a los que no habían podido custodiar y presentar el de José. Algunos que se mantuvieron firmes en lo que habían dicho y hablaron libremente del juicio inicuo de la antevíspera y del modo en que se había interrumpido la Pascua, fueron enviados a la cárcel. Los demás difundieron el embuste que fue extendido por los saduceos, herodianos y fariseos, esparciéndolo por todas las sinagogas y acompañándolo de injurias contra Jesús.

Sin embargo todas esas calumnias no consiguieron lo que pretendían, porque tras la Resurrección de Jesús, muchos de los judíos de la ley antigua se aparecieron a muchos de sus descendientes que eran capaces de recibir la gracia, exhortándolos a que se convirtiesen. Muchos discípulos dispersados por el país y atemorizados, vieron también apariciones semejantes que los consolaron y afirmaron en la Fe.

La aparición de los muertos que salieron de sus sepulcros no tenían el aspecto de Jesús Resucitado, renovado y con su Cuerpo glorificado, no sujeto a la muerte, con el que subió al cielo ante sus discípulos; sino que esos cuerpos que habían salido del sepulcro para dar testimonio de Cristo, eran simples cadáveres, prestados como vestiduras a las almas que los habían habitado, para luego volver a dejarlos nuevamente en la tierra, hasta que resuciten como todos nosotros el día del Juicio Final. Ninguno resucitó como Lázaro, que realmente volvió a la vida y luego murió por segunda vez.
El domingo siguiente, vi a los judíos lavar y purificar el Templo ofreciendo sacrificios expiatorios, escondiendo las señales del terremoto con tablas y alfombras y continuaron las celebraciones de la Pascua que se habían interrumpido. Dijeron que no se habían podido terminar aquel mismo día por la presencia de impuros al Templo y aplicaron no sé de qué modo, una visión de Ezequiel sobre la resurrección de los muertos. Amenazaron con graves castigos a los que murmuraran o hablaran; sin embargo no calmaron sino a la parte del pueblo más ignorante e inmoral. Los mejores se convirtieron primero en secreto y después de Pentecostés, abiertamente.

El Sumo Sacerdote y sus acólitos perdieron una gran parte de su osadía al ver que la doctrina de Jesús se propagaba tan rápidamente. En el tiempo del diaconado de San Esteban, Ofel y la parte oriental del Sión no podían contener la comunidad cristiana y fueron ocupando el espacio que se extiende desde la ciudad hasta Betania.

Vi a Anás como poseído por el demonio y al final fue confinado para no volver a ser visto nunca más públicamente. La locura de Caifás era menos evidente exteriormente, en cambio era tal la violencia de la rabia secreta que lo devoraba, que acabó perturbado en su raciocinio.

El jueves después de la Pascua, vi a Pilato hacer buscar a su mujer inútilmente por la ciudad. Estaba escondida en casa de Lázaro, en Jerusalén. No podían adivinarlo, pues ninguna mujer habitaba en aquella casa. Esteban, que era primo de San Pablo, le llevaba comida y le contaba lo que sucedía en la ciudad. También vi a Simón el Cirineo el día después de la Pascua; fue a ver a los Apóstoles y les pidió ser instruido y bautizado por ellos. Casio dejó la milicia y se juntó con los discípulos. Fue uno de los primeros que recibieron el bautismo, después de Pentecostés, junto con otros soldados convertidos al pie de la Cruz


FIN

Fragmentos y resumen de la Visiones y Revelaciones de Ana Catalina Emerich. Para ir al inicio de la serie de tres, HAZ CLICK AQUÍ.