*Los Sagrarios nunca están solos



Cada día tiene su afán, y Satanás -el Adversario- anda siempre en torno nuestro, como león rugiente, buscando presa que devorar. El también ha sido Ángel, magnífico, poderosísimo. Solos estaríamos perdidos. 


Pero los Ángeles fieles, con el poder de Dios, como buenos pastores que son, nos amparan y defienden de los lobos, que son los demonios. 

Contando asiduamente con los Custodios, seremos más señores de nosotros mismos y del mundo. Porque es de saber que los Ángeles gobiernan realmente el mundo material: dominan los vientos, la tierra, el mar, los árboles... . Con sabiduría divina la Escritura reduce las fuerzas naturales, sus manifestaciones y efectos, a su más alta causalidad, como más tarde lo haría San Agustín en la frase: «toda cosa visible está sujeta al poder de un angel» .

El mundo está lleno de Ángeles. El Cielo está muy cerca; el Reino de Dios se halla en medio de nosotros. Basta abrir los ojos de la fe para verlo. Y el pequeño mundo, los millares de pequeños mundos que entornan los Sagrarios, están llenos de Ángeles: Oh Espíritus Angélicos que custodiáis nuestros Tabernáculos, donde reposa la prenda adorable de la Sagrada Eucaristía, defendedla de las profanaciones y conservadla a nuestro amor».

Los Sagrarios nunca están solos. Demasiadas veces están solos de corazones humanos, pero nunca de espíritus angélicos, que adoran y desagravian por la indiferencia e incluso el odio de los hombres. Al entrar en el templo donde se halla reservada la Eucaristía, no debemos dejar de ver y saludar a los Príncipes del Cielo que hacen la corte a nuestro Rey, Dios y Hombre verdadero. Para agradecerles su custodia y rogarles que suplan nuestras deficiencias en el amor.


Y al celebrarse la Santa Misa, la tierra y el cielo se unen para entonar con los Angeles del Señor: Sanctus, Sanctus, Sanctus... Yo aplauso y ensalzo con los Angeles: no me es difícil, porque me sé rodeado de ellos, cuando celebro la Santa misa. Están adorando a la Trinidad . Con ellos, qué fácil resulta meterse en el misterio. Estamos ya en el Cielo, participando de la liturgia celestial, en el centro del tiempo, en su plenitud, metidos ya en la eternidad, gozando indeciblemente.


P. Antonio Orozco