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Relatado por el sacerdote Carlos Marín. Bogotá (Colombia) www.100sacerdotes.com
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Como capellán de la clínica Santa fe, en Bogotá,
fui llamado a auxiliar a un enfermo terminal. Nadie me
advirtió que este hombre no era creyente. Entré a su
cuarto, lo saludé. Al verme me preguntó: «¿Usted es cura?»
Le respondí: «Sí señor». «Entonces váyase porque yo no creo
en curas» –me dijo.
Guardé silencio y no me moví.
Permanecí de pie junto a él. Abrió los ojos y
me preguntó: «¿Por qué no se va?» Mi respuesta, sin
pensarla, fue esta: «Mire amigo, en mi larga vida de
sacerdote he visto morir a muchos santos, pero nunca he
visto morir a un ateo. Por eso me quedo al
pie de su cama, para verlo morir».
El enfermo guardó
silencio unos minutos, abrió los ojos, me miró y me
dijo: «Siéntese, pues, y hablemos». La confesión duró dos horas.
Al amanecer del día siguiente murió. En ese momento sentí
muy profundamente la acción del Espíritu Santo.
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