7 abril 2013 R. Cuevas-Mons / La Gaceta
Viven su particular calvario por haber renunciado a la fe de
Mahoma. Para los cristianos perseguidos, abrazar la cruz de Cristo cuesta un
precio muy alto.
Parvaneh Sarabadi se convirtió al cristianismo junto a su
marido hace ahora dos años. Nada anormal si no fuera porque Sarabadi y su
marido eran iraníes. Él está muerto -lo asesinó un pariente que descubrió que
la pareja había abandonado la fe del Islam- y ella refugiada en Suecia, hasta
donde consiguió llegar después de salir clandestinamente de Irán.
Sabía que en la república islámica que preside Ahmadineyah
su testimonio ante la justicia valdría bien poco. Además, el Islam es la
religión oficial del Estado y abandonarlo por el cristianismo supone cometer
delito de apostasía penado en ocasiones con la muerte. Tras varios meses de
abusos sexuales y psicológicos por parte de su entorno, Sarabadi emprendió un
largo y difícil viaje hasta el país europeo, donde pidió asilo político y
comenzó una nueva vida.
Acogida por los fieles de la iglesia de Falun, el lugar en
el que reside, se sentía más o menos segura hasta que, a principios de este
año, supo que su solicitud de asilo había sido denegada. Suecia quiere enviarla
de nuevo a Irán.
La denuncia llega a través de la agencia de noticias Mohabat
News, integrada por periodistas cristianos que desean denunciar las situaciones
que viven fieles de todo el mundo: si no se evita la deportación de Sarabadi,
su vida corre serio peligro. Para proteger a la joven numerosas organizaciones
de derechos humanos se han movilizado en Suecia, concentrándose frente a la
oficina de inmigración, frente a la comisaría de Policía de Falun e incluso
recogiendo firmas para que se respete su condición de refugiada por cuestiones
de libertad política y religiosa.
Avión con destino Irán
Cuenta con todo el apoyo de su iglesia, que envió a la
Oficina de Inmigración la información necesaria para acreditar la veracidad de
su testimonio. Aún así, el pasado 15 de enero las autoridades subieron a
Sarabadi a un avión dirección Irán. No despegó. El piloto se negó a realizar el
viaje cuando conoció la historia de la mujer y el destino que le esperaba en
Irán. Salió del avión detenida.
Ahora su abogado lucha por conseguir la nulidad de su
expediente de asilo y para que la Oficina de Inmigración estudie de nuevo el
caso de Sarabadi, cuya vida peligra sólo por no querer negar a Jesucristo.
No es la única. Abbas Sarjalou-Nejad, también iraní, se
convirtió al cristianismo en 2008, un par de años después de la conversión de
su mujer. Junto a su hijo de nueve años, vivían una vida normal y acudían a una
iglesia; todo, claro, de forma clandestina.
Así fue hasta que un día el pequeño enseñó orgulloso a sus tíos y abuelos paternos el regalo que le habían dado “en la iglesia”. La familia de Sarjalou-Nejad, que ya sospechaba una posible conversión por la ausencia de su hijo y hermano en las fiestas musulmanas, confirmó entonces la noticia. Estaban ante dos traidores conversos. Les instaron a regresar al Islam y, ante la negativa del matrimonio, les amenazaron: “Espero que seas capaz de soportar el dolor”, dijo a Sarjalou su hermano.
Así fue hasta que un día el pequeño enseñó orgulloso a sus tíos y abuelos paternos el regalo que le habían dado “en la iglesia”. La familia de Sarjalou-Nejad, que ya sospechaba una posible conversión por la ausencia de su hijo y hermano en las fiestas musulmanas, confirmó entonces la noticia. Estaban ante dos traidores conversos. Les instaron a regresar al Islam y, ante la negativa del matrimonio, les amenazaron: “Espero que seas capaz de soportar el dolor”, dijo a Sarjalou su hermano.
-No me preocupé. ¿Cómo iba a pensar que mi propio hermano,
con quien he vivido una infancia maravillosa, me iba a traicionar?- contaba a
Mohabat News el cristiano. Con lo que no contaba era con el fanatismo que sus
padres y hermanos profesan al líder supremo iraní, Ali Khamenei, y con los
amigos que habían hecho en la Guardia Revolucionaria.
´Te vigilamos´
Sólo habían pasado unos días cuando se oyeron golpes en la
puerta del domicilio. Cuatro agentes uniformados esperaban al otro lado. Se
llevaron a Sarjalou, le cubrieron la cabeza con una bolsa y condujeron durante
más de 30 minutos. Cuando pudo ver, Sarjalou se encontró en una celda. Después
llegó el interrogatorio. Golpes e insultos durante varias horas. Preguntas
sobre el nombre de su iglesia y los fieles que la frecuentan. Sarjalou no
responde. Más golpes. Al final lo dejan libre con, eso sí, una advertencia. “Te
vigilamos”.
Apenas un mes y medio después llega la segunda detención.
Esta vez de cinco días y con torturas físicas más agudas -quemaduras de
cigarrillos, latigazos- y amenazas verbales: tenemos a tu mujer y a tu hijo.
Sarjalou firma un papel en el que se muestra dispuesto a colaborar con el
régimen iraní, se reúne con su familia y se refugia en casa de un amigo.
Unos días después, cuando las autoridades indican a él y su mujer una dirección y una hora para una charla, deciden dejar su tierra y escapar de la intolerancia religiosa. No han podido regresar a Irán. Es el precio de creer en Cristo.
Unos días después, cuando las autoridades indican a él y su mujer una dirección y una hora para una charla, deciden dejar su tierra y escapar de la intolerancia religiosa. No han podido regresar a Irán. Es el precio de creer en Cristo.