Aconsejo siempre a los padres que bauticen a sus hijos apenas
nazcan. Que no dejen pasar mucho tiempo. El bautismo es un exorcismo poderoso.
El bautismo expulsa al diablo. El diablo teme al bautismo. No es una casualidad,
en efecto, que entre los poseídos del mundo la mayor parte sea gente no
bautizada. Es sobre todo con los no bautizados conquienes al diablo le es más
fácil actuar.
Me traen a un niño de pocos meses. Los padres no se explican
ciertas reacciones suyas insólitas. Llanto que pareciera venir de un mundo
lejano. Gritos anormales para su edad. Los médicos no le han encontrado ningún
mal y dicen:—Esperad a que crezca. Con el paso de los meses todo se arreglará.
Y,
en efecto, desde su punto de vista tienen razón. El niño no tiene problemas que
se curen con la sola medicina. Por el contrario, como sucede siempre, si se le
da un calmante reacciona de manera opuesta. Se excita y parece encolerizado. Las
medicinas le provocan el efecto contrario al que se esperaba. Pasan los días y el
padre, que es un católico practicante, observa un hecho extraño. Cuando entra
con su hijo a la iglesia, éste comienza instantáneamente a llorar desesperado. Su
rostro se enrojece. Las venas se hacen visibles. Es todo un fuego incontrolable.
Esto le hace sospechar que haya algo inhumano que sea necesario expulsar. Y
viene a mí.
Nunca me tocó ver aun niño tan pequeño. Hasta llego a dudar
pero sé bien -cuántas veces me lo repitió el padre Cándido- que un exorcismo
nunca causa mal alguno. O hacebien o no tiene ningún efecto. De modo que me
pongo la estola, tomo el ritual, el óleo santo, el agua bendita y empiezoel
exorcismo. Pocas palabras bastan. El niño comienza a gritar y a llorar. El padre
se ve obligado a colocarlo en el suelo porque» a pesar de los pocos meses de
edad, parece que escapaz de menearse hasta llegar a soltarse de sus brazos.
Termino rápidamente el exorcismo y les explico a los padres que hay que
repetirlo varias veces, al menos 3 o 4 veces por semana.
Continuamos durante algunos meses. El diablo nunca habla. La
única señal visible que da son los gritos tremendos del niño durante toda la
duración de los exorcismos. Luego, apenas termino, silencio. El llanto durante
el rito desgarra el corazón de los progenitores. Parece que no hubiera ningún
consuelo para su hijo. Les pido a los padres que oren mucho, ayunen, vayan a misa
todos los días. Siguen mis indicaciones y despuésde pocos meses sucede lo que
nunca me hubiera imaginado que podría acaecer tan pronto. Me traen al niño.
Empiezo el exorcismo y el niño permanece tranquilo. No llora. Sonríe. Recito todo
el ritual. Oro. Le asperjo con agua bendita. Lo persigno con el óleo sagrado. Es
increíble. En pocos meses se encuentra ya libre. Aprenderé por cuenta propia
cuán terribles son las posesiones de los niños, violentas,
desenfrenadas, poderosas, pero al mismo tiempo comprenderé cuán transitorias y
frágiles en cuanto a su resistencia.
Cuando crezcan estos niños habrá un signo
evidente que atestigua la posesión: la perfidia. Una perfidia no de acuerdo con
la razón y, sobre todo, con la edad que tienen, y el querer hacer el mal, desear
destruir; como si todo esto fuera una manifestación de la personalidad, un
desahogo para demostrar la propia fuerza contra todo y contra todos.
Hay
muchísimos casos, relatados incluso en las crónicas, de niños o adolescentes en
los que esta perfidia ha sido una señal evidente de su posesión. A los canales
de televisión han sido convocados criminalistas y psiquiatras con el fin de dar
alguna explicación a tanta ferocidad. Pero han olvidado llamar a un exorcista.
Este, en caso de que hubiera sido convocado, habría resuelto los casos en pocos
minutos. Habría dicho:—Se trata de una posesión diabólica.
Del libro "El último exorcista"
Gabriel Amorth