*El muro del establo y el alma del Purgatorio

También hay sacerdotes en el Purgatorio. En una oportunidad, se me presentó un sacerdote para pedirme ayuda y vi que su mano derecha estaba negra y sucia. Me dijo: “Diles a todos los sacerdotes que bendigan sin cesar a las personas, casas y objetos sagrados. Yo me descuidé de hacerlo, porque no le daba importancia y, por eso, sufro en esta mano”. Los sacerdotes pueden dar numerosas bendiciones y conjurar las fuerzas del mal. Sobretodo, los sacerdotes pueden celebrar misas por las almas, que es lo que más les ayuda. ¡Si se supiese cuál es el precio de una sola misa para la eternidad, las iglesias estarían llenas, incluso entre semana! En la hora de la muerte, las misas a las que hemos asistido con devoción serán nuestro mayor tesoro. Tienen más valor que las misas encargadas para nosotros después de muertos. También son importantes las indulgencias. Un alma me habló de su importancia y que para ganar una indulgencia plenaria era necesario una limpieza total del alma, despegada de todo lo terreno. 
 
Cuando un alma se me aparece y, después de haber hecho sus peticiones, permanece más tiempo, sé que puedo hablar con ella y hacerle preguntas. Normalmente es otra alma la que viene, después de un tiempo, a darme la respuesta con el permiso de Dios. En mi cuaderno tengo anotadas las respuestas sobre si otras almas se han salvado o están todavía en el purgatorio. Puede suceder que pasen dos o tres semanas o años antes de recibir la respuesta. Nunca me han hablado de alguien que esté en el infierno.

Uno de los pecados más severamente castigados es el pecado contra la caridad: maledicencia, calumnia, rencor. peleas por envidia, codicia... ¡ Cuántas veces se peca contra la caridad, diciendo palabras o haciendo juicios desprovistos de caridad! Y una palabra puede “matar” un alma o sanarla. Por eso, es muy importante perdonar y no guardar rencor, ni siquiera a los difuntos. Recuerdo el caso ocurrido en Innsbruck. Una mujer no podía perdonar a su padre. Cuando estaba vivo, no le había dado cariño de padre y ni siquiera le dio la oportunidad de estudiar para ser profesional. Por eso, no podía perdonarlo. 
 
Después de muerto, el padre se apareció a su hija; no una, sino tres veces, suplicándole que lo perdonara, pero ella no quería. Después de un tiempo, esta mujer se enfermó y, entonces, entendió que debía perdonarlo, porque no podría vivir en paz. Tomada esta resolución, lo perdonó de todo corazón y la enfermedad comenzó a desaparecer. El odio envenena el alma y hasta produce enfermedades físicas y mentales. En cambio, el amor siempre da salud, paz y alegría.

Un campesino vino a visitarme y me dijo:
 

- Estoy construyendo un establo y, cada vez que el muro llega a cierta altura, se cae. Hay algo de extraño y sobrenatural en esto. ¿Qué puedo hacer?
- ¿Hay algún difunto que tiene algo contra ti, a quien guardas rencor?
- Oh sí, pensaba que no podía ser sino él. Me hizo mucho daño y no lo puedo perdonar.
- Él quiere que lo perdones, nada más.
- ¿Perdonarle yo? ¿A él que tanto daño me ha hecho de vivo? ¿Para que vaya al cielo? NO, NO.
- Pues no te dará reposo hasta que no lo hayas perdonado de corazón. ¿Cómo puedes decir en el Padrenuestro:
Perdónanos como nosotros perdonamos a los que nos ofenden? Es como si dijeras a Dios: No me perdones, como yo tampoco perdono.


El hombre se quedó pensativo y dijo: Tienes razón. En nombre de Dios lo perdono para que Dios me perdone también a mí. Desde ese día, no tuvo más problemas con el establo y pudo tener paz y amor en su corazón. 

María Simma vidente de las almas del Purgatorio