Luego fui llevada a un lugar en
particular en que el ángel se detuvo y me dijo: “Dios quiere que te muestre la
habitación de las lágrimas.”
Muchas veces, puede que ustedes hayan leído
varios pasajes en el libro de los Salmos acerca de nuestras lágrimas y sobre
cómo se ocupa Dios de nosotros. Los ángeles captan nuestras lágrimas y las meten
en redomas o sea, vasijas
(Salmo 56:8). Muchas veces, me había
preguntado qué significaba eso.
Sé que muchos de ustedes que leen estas
palabras han vertido muchas lágrimas por sus seres queridos: sus hijos, su
cónyuge o sus parientes. Especialmente, si la persona ha pasado por una
separación o por un divorcio, ha sentido como si se hubiera esfumado toda
esperanza. Ustedes se han afligido por los seres queridos que han perdido.
Quiero decirles que Dios me mostró una
habitación de lágrimas. Era tan bella. El ángel me condujo a un gran vestíbulo
que no tenía puerta.
Al mirar en su interior, pude ver que la
habitación misma no era muy grande, pero la santidad y el poder que irradiaba de
allí, me asombró. Amueblada con estantes de cristal, las paredes interiores
brillaban con luz.
En los estantes habían muchas vasijas, algunas
de las cuales estaban en grupos de a tres y parecían ser de cristal
transparente. Debajo de cada conjunto de vasijas brillantes semejantes al
cristal había una placa con un nombre en él. Había muchas de estas vasijas en la
habitación.
Entonces, ví a un hombre dentro de la
habitación que parecía haber sido glorificado. Su túnica, de color morado
oscuro, era muy bonita y parecía de terciopelo.
Justamente a la entrada había una elegante
mesa, hecha de un material valioso, la cual refulgía con majestuoso resplandor.
¡La esplendorosa escena que ví me asombró!
En la mesa habían libros que parecían como si
hubieran sido cosidos con el más bello género, parecido a la seda, que jamás yo
hubiera visto. Algunos tenían diamantes, perlas y encajes; otros tenían gemas
verdes y moradas. Todos habían sido hechos de forma elaborada.
Pensé: “ Dios, qué bellos son estos libros!” Me
encantan los libros. Éstos, en particular, me atraían. Eran asombrosos. Al
contemplarlo todo, me sentí maravillada.
De pronto, el hombre de la habitación me dijo:
“Ven y mira. Quiero mostrarte esta habitación y explicarte acerca de las
lágrimas. Esta es una de muchas habitaciones iguales. Estoy a cargo de ésta.”
Según él hablaba, pasó un ángel enorme por el
vestíbulo. La belleza y majestad de aquel ser celestial me asombró. Me dí cuenta
de que vestía una vestidura blanca, reluciente, con reborde de oro por toda la
parte delantera. Parecía medir cerca de doce pies de estatura y tenía alas muy
grandes.
El ángel tenía una pequeña copa en las manos.
La copa dorada estaba llena (véase Apocalipsis 5:8) de un líquido. El hombre de
la habitación me dijo: “Él me acaba de traer una copa de lágrimas de la tierra.
Deseo que veas lo que hacemos acá con ellas.”
El ángel le entregó la copa, junto con
un pedazo de papel. La nota tenía el nombre de la persona cuyas lá grimas
estaban en la copa.
El hombre de la habitación leyó la nota y
entonces se dirigió a uno de los lugares en que se guardaban las vasijas. Leyó
la placa debajo de la vasija y yo sabía que coincidía con la persona de la
tierra cuyo nombre venía en la nota.
El hombre tomó la vasija, que estaba
casi llena, y la acercó a la copa. Vertió entonces las lágrimas de la copa
dorada en la vasija.
“Quiero
mostrarte lo que hacemos aquí”, me dijo el hombre. “Cuéntaselo a la gente de la
tierra.” Entonces llevó la vasija hacia la mesa, tomó uno de los libros, lo
abrió, y dijo: “
Las páginas del libro estaban
totalmente en blanco. El guardián de la habitación me dijo: “Éstas son las
lágrimas de los santos de Dios en la tierra según claman a Dios. Mira lo que
sucede.”
Entonces, el hombre vertió una gota de
la vasija, una lagrimita, en la primera página del libro. Al hacerlo, comenzaron
a aparecer palabras inmediatamente. Bellas palabras, elegantemente escritas,
comenzaron a aparecer en la página. Cada vez que una lágrima caía en una página,
aparecía una página entera de escritura. Continuó haciéndolo página tras página,
vez tras vez.
Al cerrar el libro y hablar, parecía estar
diciéndole a toda la humanidad lo mismo que a mí: “Las oraciones más perfectas
son aquellas que están bañadas con lá grimas que salen del corazón y el alma de
los hombres y las mujeres de la tierra.”
Entonces el ángel con alas de arco
iris me dijo:
“Ven
y mira la gloria de Dios.”
Mary K Baxter
Una revelación divina del Cielo