*Oía con frecuencia la voz de Jesús

El verano pasado, una amiga croata regresó junto al Señor luego de un cáncer extremadamente doloroso. Trabajaba en Austria. Cuando la visité en el hospital, conocí a una mujer que venía a verla seguido para orar con ella y ayudarla a prepararse para el gran encuentro. Me quedé tan impresionada por su delicadeza, su “savoir-faire” (habilidad) para con los moribundos y la propiedad de sus palabras que le pedí me confiara cuál era su secreto. Me contó su historia y cómo el Señor había contrariado sus planes para ponerla a Su servicio. 

El testimonio de Elisabeth merece ser conocido. En efecto, en el mes de noviembre celebramos a los santos y oramos por los difuntos que esperan el momento de entrar en la Luz. Es bueno que aprovechemos para incorporar todo lo que puede ayudarnos a cristianizar nuestra visión de la muerte:
 
”Un día – dijo – estaba en la sala de espera de un hospital donde había una mujer en una silla de ruedas. Oí que el Señor me decía: “Ve a rezar con ella”. Le dije: ‘¡No, Señor, no puedo hacer esto aquí! ¿Cómo voy a ir rezar por ella? Es imposible que lo haga sin llamar la atención’. Me sentía avergonzada. La voz no cesaba de dejarse escuchar: ‘Ve, por favor a rezar con ella’. Para no llamar la atención, atravesé la sala, y simulé buscar algo en el bolsillo de mi chaqueta que llevaba colgada al hombro. De regreso, me detuve cerca de la silla de ruedas, pasé el brazo alrededor del cuello de esa señora y le pregunté qué la había traído al hospital. Luego recé. No muy fuerte, pero lo suficientemente alto como para que ella escuchara. Sabía que eso era lo que debía hacer”.

”Todo comenzó de manera muy extraña. Hace 25 años tuve una experiencia que cambió mi vida. En aquel entonces vivía en Salzburgo, Austria. Nuestro párroco me había pedido ir a visitar a un matrimonio enfermo para ver si precisaba algo y si podíamos prestarle ayuda. Eran evangélicos. Los visité por lo tanto en su casa, en vísperas de Navidad. El 25 de diciembre por la mañana, oí por primera vez en mi vida una voz interior que me decía: ‘Ve a ver a los Davidson’. Resistí este pensamiento, aunque había reconocido Su voz. Pensé para mis adentros: no puede ser Jesús, es Navidad, ¡hoy debo estar con mis cuatro hijos! Sin embargo la voz volvió a hacerse oír en tres o cuatro oportunidades aquella mañana. ‘Ve a ver al señor Davidson’. Finalmente decidí ir a verlo al día siguiente”.
”Cuando llegué allí el 26, me enteré que el señor Davidson había muerto el día anterior. Supe inmediatamente en mi corazón que el Señor hubiera querido que estuviera allí el 25 y que había desaprovechado aquella oportunidad por falta de obediencia. A partir de ese momento, comencé a escuchar con bastante frecuencia la voz de Jesús”.

”Lentamente aprendí a no ignorar su voz y a obedecer de inmediato. Cuando la voz se hace escuchar, debo dejar de lado todo lo demás. De otra forma desaprovecho gracias que el Señor desea que transmita a otra persona. En muchos casos, no he obedecido por timidez o porque me incomodaba hacerlo. He experimentado inmediatamente las consecuencias de mi rebeldía”.

”Ahora tengo 76 años y soy viuda desde hace seis años. Todos mis hijos ya son adultos y se han ido de casa. Trabajo en mi parroquia asistiendo a los enfermos y agonizantes. Oro por ellos y me tomo el tiempo para escucharlos. Cuando visito a los enfermos en el hospital, los animo a que reciban el sacramento de los enfermos de manos de un sacerdote. Pienso que es uno de los maravillosos sacramentos que tenemos. Me ha hecho vivir cosas muy hermosas. La gente enseguida experimenta la paz de Dios que baja sobre ellos. Un día conduje mi amigo Fanz, que tenía un cáncer generalizado, al hospital. Le pregunté: “Fanz, ¿quieres recibir el sacramento de los enfermos? Me respondió: “Sí, ¡por favor!” Fui por tanto a buscar al sacerdote. En ese momento había otras cinco personas en la habitación que habían destinado a Fanz. Antes de que retirarme, una de ellas me preguntó:
- ¿Puedo recibir el sacramento de los enfermos también yo?
- Seguro le respondí, voy a buscar al sacerdote y podrá hablar con él. Si usted está preparado para recibirlo, se lo dará.
El sacerdote franciscano regresó poco después y finalmente cuatro de las personas que estaban allí recibieron el sacramento de los enfermos. ¡No lo habían recibido nunca porque nadie les había dicho que podían hacerlo!”

”El trabajar en este ministerio, me hizo tomar conciencia de una cosa que me causa mucho dolor: el trato que por lo general reciben las personas ancianas en las Casas de Tercera Edad. Ellas necesitan de nuestro amor y de nuestras oraciones. Es lamentable ver que, en el momento en que viven sus últimos instantes, las enfermeras y a veces aún las religiosas a cargo, los mandan morir en ámbito estéril y aislado del hospital donde todo les resulta extraño. ¿Por qué no dejarlos agonizar en casa? ¡Tómenlos de la mano y oren con ellos!”

Sor Emmanuel