Lo que nos impresionaba era tocar con tanta claridad el misterio
Despacho de Cáritas. Víspera de Navidad. Más gente que nunca esperando
una ayuda para celebrar las fiestas. Todos conocidos. La verdad es que
nosotros mismos les habíamos sugerido que vinieran con el propósito de
sorprenderles con un regalo especial para esos días: una cesta de
Navidad con comestibles y algo de dinero para celebrar las fiestas.
Pero nos falló todo. Los donativos previstos no llegaron. Ni siquiera
teníamos un detalle para cada uno. Y era triste decir, llegando Navidad,
que no tenemos nada y «que Dios le ampare, hermano».
En el despacho yo y los voluntarios. Las lágrimas imposibles de
contener. Fuera, la alegría de quien algo espera. Especialmente
impactantes las risas de los niños. Las bromas de los mayores. Ese ruido
que denota la ilusión de quien sabe que algo llegará seguro. No
sabíamos qué hacer. ¿Cómo despedir a toda esa gente sin nada? Echamos
mano a nuestros monederos… apenas para comprar cuatro chucherías. No nos
atrevíamos a abrir la puerta. ¿Quién diría a esta gente que nada de
nada, que había sido una visita baldía? Nos dijimos: vamos a rezar y que
Dios nos ayude. Nos dimos las manos y rezamos serenamente el
Padrenuestro.
Tras la oración les dije que miraría el buzón de Cáritas por si habían
dejado algo y podíamos al menos comprar caramelos a los niños. La verdad
es que en ese buzón apenas aparecían unas monedas cada semana. Fue un
abrir por abrir. Un acto reflejo, pero desesperanzado.
Abrí el buzón, y un sobre. Abultado. Corrí al despacho sin atreverme a
mirar el contenido. Lo dejé sobre la mesa en medio de un silencio que se
mascaba. Nos quedamos completamente mudos como los grandes personajes
de la Biblia ante la presencia de Dios. Porque eso era un regalo de Dios
que no iba a consentir que la gente se marchara con las manos vacías.
Daba miedo tocar el sobre. Más aún abrirlo y mirar su contenido. Por fin
alguien lo hizo con un respeto reverencial ante el milagro. Ochenta mil
pesetas, que en ese tiempo, 1982, era una cantidad increíble.
No sabíamos si reír o llorar, quizá todo a la vez. Pero ahí estaba ese
regalo de Dios. Porque lo de menos era quién depositó el sobre en el
buzón de Cáritas. Lo que nos impresionaba era tocar con tanta claridad
el misterio.
Era el milagro de los panes y los peces. Gente hambrienta. Apenas unas
monedas que pudimos reunir los más cercanos. Fue colocarlas sobre la
mesa y rezar juntos. Y Dios hizo que se multiplicaran de tal forma que
llegó a todos… y hasta sobró.
Cinco panes y dos peces
Cinco panes y dos peces
Autor: Jorge González Guadalix. Madrid (España).