*Un hombre asiste impotente al aborto de sus dos gemelos

Un hombre asiste impotente al aborto de sus dos gemelos aun a pesar de que «Dios había hablado»



Un hombre asiste impotente al aborto de sus dos gemelos aun a pesar de que «Dios había hablado»



Algunos padres inducen a la madre a abortar, otros intentan impedirlo: también son sus hijos.

               

18 agosto 2013  C.L. / ReL               

               




El hombre que dejó su testimonio en Facebook (acreditado por distintas organizaciones provida norteamericanas) no se anda por las ramas: "Esto no va de los derechos de la mujer. Esto va de asesinato. Lo he vivido a través del aborto". Muchas mujeres abortan inducidas, incluso coaccionadas, por los padres del niño, ante la indiferencia de feministas y abortistas teóricamente pro choice [pro elección]. Pero también muchos padres varones asisten impotentes a la muerte de hijos que querrían tener. La ley no les pide su opinión.



Y el caso que nos ocupa es uno de los más estremecedores: "Perdí dos gemelos en aras del ´derecho de la mujer´ a abortar. No tuve nada que decir. Sentí a mis hijos en el momento en el que murieron. Fueron asesinados. La que entonces era mi novia lloró durante meses. Ella también los sintió morir. No se dio cuenta de que había ´asesinado´ a dos niños hasta que estaba hecho. Su dolor fue horrendo. Se convirtió en suicida".



"No estaba preparada"

La mujer había acudido a Planned Parenthood porque era "demasiado joven" y no estaba preparada para tener hijos. ¡Tenía 24 años! No había planificado ser madre. "Es irónico", dice el hombre, "que una persona que no había planificado ser madre acuda a un lugar llamado Paternidad Planificada para que sus hijos sean troceados dentro de su seno y aspirados luego a cachos. A mí eso no me parece ´planificar´".



Le reprocha con acritud a su novia que estuviera ciega a cualquier otra posibilidad. Cuando acudió al abortorio había personas fuera ofreciendo alternativas, mostrando los resultados de un aborto... "Ella ignoró al pequeño grupo de manifestantes. Estaba ejerciendo sus ´derechos´. Era una ´mujer moderna´. Su vida era de ella y nadie más. Nada que ver con unos ´huevos fertilizados´ dentro de sí". Estaba de poco menos de 20 semanas, y la ecografía mostró que eran gemelos.



La noche en la que Dios habló

La noche anterior, hablaron de alternativas. "Yo lloré. Ella lloró. Era una cristiana tibia, creía en Dios en un sentido espiritual, pero no en el Dios de la Biblia. Puse mi mano sobre la suya y luego sobre su vientre, recé y dije: ´Dios mío, guíanos en esta hora negra y confusa. Indícanos la dirección que sólo Tú conoces como la correcta...".



Y justo entonces sentimos una patadita. Y luego otra. Y otra. Lloré. Ella lloró. ´Dios nos está hablando, ha respondido a nuestras oraciones´. ´Pero ya tengo cita´, dijo ella. Yo le contesté que eso no significaba nada, que Dios nos había hablado. Yo lo sentía así. Ella lo sentía así también. Por primera vez en su vida... sintió a Dios hablándole a ella".



Charlaron hasta la madrugada sobre planes de futuro. "No estoy preparada para ser madre", decía ella. "Nadie lo está", respondía él. "Estoy asustada", insistía. "Como cualquier madre", era la contestación.



Ambos trabajaban y estudiaban, y discutieron sobre cómo harían en adelante para criar a los niños: "El miedo, la ansiedad, la incertidumbre nos llevaron a un desacuerdo y a acostarnos sin hablar, cada uno mirando hacia un lado de la cama".



La suerte estaba echada

A la mañana siguiente él se levantó para ir a trabajar pensando que las cosas, al final, saldrían bien. Pero entonces ella bajó las escaleras diciendo que iba a hacerlo, y le pidió que la llevase al abortorio. "Intenté razonar con ella y me negué a llevarla. Ella llamó a un taxi. Entonces pensé que si iba en un taxi, lo más probable es que abortara", cuenta el hombre.



Así que la llevó a Planned Parenthood, para intentar por el camino convencerla. "Ella callaba. Ni una palabra. Miraba por la ventanilla. Era muy terca. Era una ´mujer moderna´, nadie iba a decirle lo que tenía que hacer. Ni yo, ni Dios, ni nadie".



Aparcó ante la clínica lo más cerca que pudo de los manifestantes, cogió un folleto y se lo dio. Ella se encaminó "impávida y rauda" al centro, fingiendo no escuchar los últimos argumentos de su novio.



Llegaron al control de Planned Parenthood y entraron. "Cogí sus manos y le pedí: Por favor, no lo hagas, piénsalo bien. Luego me dirigí a la persona que nos acompañaba: ´Por favor, no queremos seguir con esto, no maten a nuestros hijos´". Pero su novia se soltó la mano y se metió en el ascensor con la trabajadora del abortorio.



Hace entrada la desesperación

"Me sentí derrotado. Abandoné la clínica, me metí en mi coche y me puse a conducir a demasiada velocidad. Me salté un par de semáforos en rojo. Estaba asustado, enfadado, herido, perdido, todas las emociones me atravesaban. Quería gritar. ¡No podía proteger a mis hijos! ¡Era incapaz de hacer una sola cosa para protegerlos! ¿Dónde estaban mis derechos? ¿Dónde los derechos de esas dos preciosas criaturas? ¿Qué demonios tienen que ver los derechos con el asesinato?".



Cuenta que, de repente, sintió como si explotara la caldera a presión que tenía en la cabeza, y se hizo en ella el silencio: "En el momento en el que mis hijos fueron asesinados, fue como sin un rayo atravesase mi cuerpo. Lo sentí. Supe que algo horrible había sucedido en ese momento. Y ella lo sintió también".



Frenó, dio media vuelta y a toda prisa volvió al abortorio. Aparcó donde pudo, llamó a la puerta, le abrieron, corrió subiendo las escaleras y preguntó por su novia. "Se está recuperando", le dijeron. Pidió verla, y tras unos minutos "de agonía" le permitieron pasar.



"Estaba llorando. Decía: ´Me equivoqué. Les sentí cuando murieron. Junto con nuestros niños, arrancaron mi corazón´. Ambos lloramos. Ella dijo: ´¡Dios mío, ¿qué he hecho?! Me siento horrible, vacía, como un desierto, como una flor muerta´. Seguí con ella unos minutos, pero necesitábamos aire".



Él bajó a estacionar bien, volvió, y cuando a la joven le dieron el alta, se fueron. "Ella apenas podía sostenerse. ´¿Por qué no escuché? ¿En qué pensaba?´, decía. El dolor emocional era insoportable".



Una reflexión

"Pasó un tiempo entrando y saliendo de hospitales mentales", cuenta el hombre: "Empezó a tomar ansiolíticos y antidepresivos. Aquello arruinó su vida".



Y plantea una reflexión final: "Cuando tus derechos arruinan tu vida... es que algo mal hay en la ley".