*Dejarles morir sin sacramentos: un gravísimo crimen


¡Y que una cosa tan bella y sublime como el Viático estremezca de espanto a la inmensa mayoría de los hombres, incluso entre los cristianos y devotos! 

Son innumerables los crímenes a que ha dado lugar tamaña insensatez y locura. 

¡Cuántos desgraciados pecadores se han precipitado para siempre en el infierno porque su familia cometió el gravísimo crimen de dejarles morir sin Sacramentos por el estúpido y anticristiano pretexto de no asustarles! Este verdadero crimen es uno de los mayores pecados que se pueden cometer en este mundo, uno de los que con mayor fuerza claman venganza al cielo. ¡Ay de la familia que tenga sobre su conciencia este crimen monstruoso! 

El Viático no empeora al enfermo, sino, al contrario, le reanima y conforta, hasta físicamente, por redundancia natural de la paz inefable que proporciona a su alma. Pero, aún suponiendo que por el ambiente anticristiano que se respira por todas partes en el mundo de hoy, asustara un poco al enfermo la noticia de que tiene que recibir el Viático, ¿y qué? ¿No es mil veces preferible que vaya al cielo después de un pequeño o de un gran susto, antes que, sin susto alguno, descienda tranquilamente al infierno para toda la eternidad? ¡Y qué cosa tan evidente y sencilla no la vean tantísimos malos cristianos que cometen la increíble insensatez y el enorme crimen de dejar morir como un perro a uno de sus seres queridos! Gravísima responsabilidad la suya, y terrible la cuenta que tendrán que dar a Dios por la condenación eterna de aquella desventurada alma a la que no quisieron “asustar”.
Escarmentad todos en cabeza ajena. Advertid a vuestros familiares que os avisen inmediatamente al caer enfermos de gravedad. La recepción del Viático por los enfermos graves es un mandamiento de la Santa Madre Iglesia, que obliga a todos bajo pecado mortal, lo mismo que el de oír Misa los domingos o cumplir el precepto pascual. Y como la mejor providencia y precaución es la que uno toma sobre sí mismo, procurad vivir siempre en gracia de Dios y llamad a un sacerdote por vuestra propia cuenta –sin esperar el aviso de vuestros familiares– cuando caigáis enfermos de alguna consideración.

Antonio Royo Martín, O.P