Hijo, ¿Para qué sirven gloria, estima, riqueza y salud, prosperidad, ingenio y cultura si luego al final se pierde el alma?
Estas palabras fueron motivo para muchas almas de buena voluntad, de una radical regeneración espiritual o conversión.
Una
seria y ponderada reflexión a esta invitación mía, puede llevar a las
almas a la conquista de virtudes heroicas, a lograr la perfección y
santidad.
Una
seria meditación sobre esta advertencia mía ha llevado y puede llevar a
muchas almas a descubrir aquella perla preciosa de la que Yo hablo en
la parábola, por la que bien vale la pena cortar netamente con el
pecado, a través de un resuelto desapego de los falaces bienes y
afectos de este mundo. Y seguirme en el camino del Calvario, a cambio de
una inmarcesible corona de gloria eterna en la Casa de mi Padre...
Hijo,
el alma en pecado es como la piedra que, de lo alto, en virtud de la
ley natural de la gravedad, se precipita hacia el fondo, aumentando en
su caída de peso y de velocidad.
El
alma en pecado se precipita hacia el fondo, aumentando en su caída el
peso de sus culpas, de sus pasiones. ¿Qué ley natural puede detener e
invertir una piedra cayendo de lo alto hacia abajo? ¿Qué ley natural
puede invertir la bajada hacia abajo en ascenso hacia lo alto?
Ninguna ley natural puede hacer este milagro. Solamente una ley de orden superior lo podría hacer.
Sólo
Yo soy la ley sobrenatural, esto es la Fuerza divina que puede detener
al pecador en su ruinosa bajada hacia el precipicio e invertir su rumbo
de descenso en subida, hacia lo alto, hacia la Vida.
Esto
es lo que más ardientemente deseo hacer con todos los pecadores, pero
en particular con mis sacerdotes arrollados por el maligno, por la
concupiscencia del espíritu y de los sentidos.
Bastaría
una mirada suya hacia Mí crucificado, una invocación suya a mi Corazón
misericordioso, y que según el ejemplo de Pedro, me dijeran: “¡Sálvame,
Señor, porque me ahogo entre las olas!”
¡Oh, hijo mío, cómo sería solícito en alargarles mi mano, para traerlos a salvo!
19 de Septiembre de 1975, Jesús a Ottavio Michelini