Un joven dirigente sindicalista de Madrid,
llamado Carlos, conduce por una calle y, de repente, sale un hombre
entre dos coches aparcados. Da un frenazo que casi hacer saltar el air
bag, pero llega a tiempo. Se siente indignado hacia el peatón. Sale del
coche, le cubre de insultos y, cuando se da cuenta de que es un cura,
insulta también a la Iglesia y a Dios. El sacerdote pide perdón, pero
Carlos no se serena.
Amanece un nuevo día y Carlos sigue indignado, pero recuerda que su madre le enseñó a respetar a los sacerdotes. La nostalgia de su madre y la mirada suplicante del sacerdote se agolpan en su corazón, y se le ocurre confesarse. Desde el coche ve una iglesia, entra y se dirige a un confesionario. Mientras se acusa de sus pecados se da cuenta que el confesor es el cura al que maldijo ayer. Sorprendentemente la confesión procede con paz, tanta, que el sacerdote al final de la confesión le dice: “¿Has pensado alguna vez en ser sacerdote?” No sé lo que contestó Carlos, pero sí que fue al seminario, se ordenó sacerdote, y hoy es un párroco con gran empuje.
Amanece un nuevo día y Carlos sigue indignado, pero recuerda que su madre le enseñó a respetar a los sacerdotes. La nostalgia de su madre y la mirada suplicante del sacerdote se agolpan en su corazón, y se le ocurre confesarse. Desde el coche ve una iglesia, entra y se dirige a un confesionario. Mientras se acusa de sus pecados se da cuenta que el confesor es el cura al que maldijo ayer. Sorprendentemente la confesión procede con paz, tanta, que el sacerdote al final de la confesión le dice: “¿Has pensado alguna vez en ser sacerdote?” No sé lo que contestó Carlos, pero sí que fue al seminario, se ordenó sacerdote, y hoy es un párroco con gran empuje.