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La parroquia Inmaculada Concepción de Lafayette en Estados Unidos se encontraba repleta de personas que serían testigos del matrimonio entre N. García y Guadalupe García. Ambos, ya han superado la barrera de los cincuenta años. Por primera vez recibirán el sacramento del matrimonio y también la Eucaristía.
En la ceremonia estuvo presente el
grupo de oración del que participan… también sus hijos Enrique, Armando y
Vanessa los acompañaban. N., el esposo, relata al periódico
Pueblo Católico que pese a los años, el enlace corona lo que ellos
mismos catalogan como una “gracia recibida en el Año de la fe”.
Atrapados por los sueños ‘del mundo’
Ambos habían emigrado a comienzos de
los 80 desde la ciudad mexicana de Juárez (México) a Denver en Estados
Unidos. “Al principio de nuestro matrimonio que fue por el civil, todo
era paz y amor”, dice N., el esposo. Pero agrega que enfrentar en
una tierra ajena “los conflictos de nuestra relación”, puso muchas
veces en riesgo el proyecto de familia.
Ambos gustaban de asistir a misa, pero
el apego, ansiedad y tensiones por alcanzar el sueño americano pasaron
la cuenta a la relación de familia y se produjo el distanciamiento de
Dios. “Comencé a involucrarme con personas que les gustaba beber alcohol
–señala N.- y yo también comencé a beber y a fumar. Así comenzó
el infierno en nuestro hogar. Mi esposa y yo siempre estábamos
discutiendo, ella se enojaba mucho conmigo porque yo bebía y lo hacía a
diario. Mis hijos, aunque no decían nada, también sufrían. El infierno
era tan grande que estuvimos a punto de separarnos”.
Dios actúa a través de la esposa
Guadalupe lejos de quebrarse en su fe
buscó respuestas a lo que ocurría profundizando una íntima relación con
Dios por medio de la oración y así se acogió al grupo de alabanza en la
parroquia Inmaculada Concepción. N., no entendía las
opciones de su esposa… “Eso me molestaba mucho, y cada vez que ella iba,
era motivo de enojo y discusión, al punto que la amenacé diciendo que
si seguía yendo a su grupo, yo me iba de la casa o se iba ella”.
Sin claudicar, un día Guadalupe
insistió en invitar a N. Él se resistía, pero ella sabia le dejó
una puerta abierta… “Me dijo que si no me gustaba, podía salirme de la
reunión. Fui a su grupo de oración y cuando llegué, me llamó la atención
que todos se veían muy contentos y se saludaban con mucho amor. Cuando
comenzaron las alabanzas pensaba que todos estaban locos. En el momento
de la predicación, todos escuchaban atentamente. Ellos conocían a Dios y
yo no”.
La experiencia tocó el ser íntimo del
hombre y fue el motor de una serie de acontecimientos providenciales.
“Cuando regresé a casa sentía que era yo quien estaba obrando mal.
Necesitaba a Cristo Jesús en mi corazón, en mi familia, en mi hogar, y
decidí cambiar. Primero dejé de beber y cada jueves iba a la reunión.
Por esos días, el 12 de diciembre, cuando celebrábamos a Nuestra Señora
de Guadalupe, sintiendo esto en lo profundo de mi alma, le regalé a mi
esposa una biblia y ella se sorprendió mucho. Yo sólo quería llorar”.
Pasaban el tiempo y sin saber cómo
surgió en Guadalupe el deseo de recibir el Sacramento de la Eucaristía.
“Yo también quería –confiesa N. sólo que no me atrevía a decirle
nada; siempre íbamos a misa pero no podíamos comulgar porque no
habíamos hecho la primera comunión ni estábamos casados por la Iglesia”.
La decisión se hizo realidad el jueves
22 de agosto del pasado año 2013. “Decidimos hacerlo en este día de la
semana pues es cuando nos reunimos en el grupo de oración y es cuando
conocí a mi Dios”, relata un emocionado N. “Mi hija me acompañó
al altar, y mi esposa se veía hermosa, la veía igual de hermosa que
cuando éramos novios. Cuando terminó la ceremonia tenía muchas ganas de
llorar, pero llorar de gusto, de alegría”.
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