| ||
El ángel guardián de James
La certeza de la existencia de los ángeles y de su acción bien la conoce James DiBello, quien
escribió desde Indiana, Estados Unidos, su
libro testimonial “The angel who saved my marriage”.
James creció en una familia “intensamente”
católica, donde vivían la fe en que estos seres espirituales lo
custodiaban siempre. De hecho -agrega- su abuela siempre les inculcó
poner un “lugar extra en la mesa para nuestro ángel de la guarda en los
días de fiesta… ella decía que era una forma de dar las gracias al ángel
y acudir a él todos los años”.
En otra ocasión, “estando en la escuela, las monjas nos hablaban de
ellos y en la misa, cedíamos el paso a nuestro ángel de la guarda antes
de ocupar un lugar en la banca.
La muerte no aceptada y su crisis espiritual
Pero esta cálida relación espiritual cambió a sus catorce años, en
plena adolescencia, cuando sufrió con la muerte de Frank, su
hermano menor.
“En el responso -señala- el sacerdote que les
acompañaba nos dijo que «el ángel de Frank se lo había llevado al cielo.
Me sentí tan desolado, que lloré hasta que ya no me quedaron lágrimas»…
“Tan pronto como se me secaron los ojos -afirma- una enorme furia
empezó a crecer dentro de mí, como si fuera una pieza de metal que de
tanto calentarla se funde. ¿Por qué no me dijeron mis padres que Frank
iba a morir?, ¿cómo pudo permitir esto el ángel? Odié al ángel de Frank.
«¡Qué cosa tan estúpida eso de creer en los ángeles!», concluí”.
Tanto fue el enojo, dice, que se peleó con medio mundo y perdió a
un amigo con quien se tranzó a golpes. Por más que lo intentaban calmar,
la voluntad de James mantenía una “ira incontrolable” a flor de piel, y
añade… “cuando mi abuela me hablaba de los ángeles, yo le daba la
espalda. Al otoño siguiente, en el día de mi cumpleaños, no puse el
cubierto adicional en la mesa”.
Lo que el éxito del mundo esconde
El deporte fue un buen canal para desahogarse, dando rienda suelta a
la agresividad en el futbol americano y la lucha libre, llegando a ser
incluso un destacado deportista. Conoció a Marie,
quien se convirtió en su esposa. Pero la alegría de
formar familia y centrar las energías en ello, se opacaría por la rabia
que acarreaba desde la adolescencia. “Cuando terminé la universidad, mi
rabia seguía intacta. Trabajaba para una compañía de
importaciones-exportaciones y literalmente vivía en mi oficina días
enteros. Como era de esperarse, al llegar a casa estaba demasiado
cansado como para prestarle atención a Marie y a nuestros tres hijos”.
A pesar de los éxitos profesionales, la crisis explotó. “Era un fin de semana de Pascua, ya avanzada la noche, cuando
Marie me dijo:
«James, voy a dejarte. Creo que voy a divorciarme. Nuestro matrimonio es
un desastre y ya estoy cansada de que mi marido me excluya
completamente de su vida. Ya me llevé a los niños a casa de mi madre y
ahora voy a reunirme con ellos»”.
La partida de Marie lo dejó atónito, sin poder pronunciar palabras.
Se hundió en la desolación y a la impotencia; sentimientos que ya
recordaba. “Era como si Frank se volviera a morir y de nuevo me enterara
cuando era demasiado tarde”.
En medio del desastre se oyó una voz
Reaccionó con lo que conocía… rabia, la que luego se tradujo en
voladuras de objetos que tenía al paso, como un huracán. “En el último
gabinete había una pila de platos que yo había usado de niño. Al verlos,
se me vinieron a la mente mil recuerdos de mi hermano y me entraron
ganas de llorar. Los puse sobre la mesa de la cocina y los lancé, uno
por uno, contra el lavaplatos. Pero cuando llegué al último plato, no
pude levantarlo. Estaba pegado a la mesa. Lo intenté con ambas manos,
pero ni así lo pude despegar. Ahí me quedé, jadeante y sudoroso; las
manos me sangraban porque había roto un vaso con ellas. De pronto quedó
paralizado cuando oí el eco de una voz cerca de mí. «James, haz un sitio
en la mesa para mí»”.
Aunque era una voz de mujer, amable y compasiva, no pudo evitar
sentir escalofríos. “Me senté y lloré hasta que me dolió la cabeza y se
me acabaron las lágrimas. Cuando al fin me puse de pie para lavarme la
cara, parecía que había pasado un huracán en la cocina. Y al mirar aquel
único plato restante, volví a escuchar la voz, aquella voz tan hermosa,
como la de una soprano que cantara por lo bajo. -«¿Quién eres?»,
pregunté con gran asombro. -«Tú me conoces, James, pon un sitio para mí
en tu mesa»”.
Aunque estaba muy agotado, la voz insistió lo suficiente para que James comprendiera de quién se trataba. “Cuando
terminé, hablé sin parar al ángel de mi vida por horas. No puedo
pretender que lo vi en la mesa, pero sentí aquella presencia y me decía
que mi ira se había ido. En ese momento, por fin pude cambiar mi vida”.
Mientras recuperaba la conciencia, intentó levantar por última vez
el plato y lo hizo sin dificultad. “Lo coloqué en el extremo de la mesa
donde yo acostumbraba sentarme. Alrededor de él puse cuchillo, tenedor y
cuchara, una servilleta y una taza de aluminio que había sobrevivido a
mi arrebato. Por último, acerqué una silla. Me senté y me quedé un largo
rato mirando el cubierto que había puesto, y me invadió la más
increíble sensación de paz. Entonces, incliné la cabeza y repetí la
oración que había aprendido junto con mi hermano: «Ángel del Señor, mi
amado guardián…»”.
Avisos desde el cielo que salvan
Estaba sólo en la casa cuando oyó que la
cerradura de la puerta se movía. Era Marie, quien, también alertada por
“una voz”, según le contó, acudió para ayudar a su esposo. «No podía
dormir, era como si estuviera escuchando una voz que me decía una y otra
vez: James te necesita, Marie. Así que vine», me dijo llorando”.
Con emoción, James relata que ella le curó. Luego ordenó
y limpió el caos, pero sin decir alguna palabra, “hice el intento de
ofrecerle disculpas, pero ella meneó la cabeza”. “Me preguntó por qué
había roto todo lo de la cocina y luego había tomado la molestia de
poner un cubierto en la mesa”. Cuando terminé de contarle, se quedó
pensativa… y me dijo “en efecto, te ves diferente. Ya no parece haber
tensión en ti”. Asombrado, James le pidió que ese cubierto continuara
siempre en la mesa de su comedor. “Si mi ángel no hubiera venido anoche,
no sé qué hubiera hecho. Quiero seguir recordando algo que supe de
niño, pero que había olvidado”.
Aunque aquellos extraños sucesos ocurrieron una noche y James y Marie reconstruyeron su matrimonio. “Nuestros hijos
tienen sus propias familias, así que ahora disfrutamos de nuestros
nietos en la tierra y de uno que nos espera en el Cielo. Dejé mi empleo
para poner un negocio propio y todas las noches pongo un cubierto en la
mesa, con el viejo plato y la taza de aluminio abollada, los cubiertos y
las servilletas. Representan un compromiso con Dios y una forma de
decirle a mi Ángel de la Guarda que siempre será bien recibido en mi
mesa”.
|