Cenacolo. Nació y creció en una humilde familia de campesinos. Georg Schwarz, era uno más del numeroso clan que ayudaba en el aseo y en los trabajos de su hogar, en Austria. Pero además vivían a diario la oración, todo inculcado por su enérgica madre. “Los domingos íbamos a Misa y aunque no teníamos dinero, a menudo el ejemplo de mis padres me enseñó la bondad y la caridad a través de gestos concretos”.
No obstante, las crisis del modelo
económico en el país repercutieron en el trabajo agrícola de la familia,
dando pie a la llegada de un invitado falso amigo: el alcohol. “Al no
poder superar los problemas, con mi padre y mis hermanos mayores empezamos a beber mucho, lo que generó desarmonía, rabia, juicios, cada uno se encerró en su mundo”.
El amor concretado en plegarias de oración hasta la eternidad
Con emoción cuenta en el portal de la organización “Comunidad del Cenáculo”,
que su madre era la única que creía que pasaría el mal momento y no
cesaba de encomendarse al Señor y a la Virgen hasta los últimos días de
su vida. “Rezó y se entregó de corazón todos los días. Si bien el Señor la llamó pronto al cielo, en mi corazón permanece y le agradezco al Señor haber tenido una madre santa”.
En su juventud, la aflicción por cargar esta pena le resultaba
insoportable. En paralelo a su frustración, los tragos de vino o de
brandi eran cada vez más frecuentes y vivía con ellos su miseria.
“Estaba ciego, perdido en el alcohol y en la vida equivocada, buscando
algo pero encontrando sólo tristeza y desilusión”.
Luego mejoró el trabajo, era joven, estaba “con los bolsillos llenos de dinero, pero preso del mundo”,
reconoce. “Me avergonzaba de los verdaderos valores, juzgaba a todos y
escapaba de la voz de mi conciencia. Me transformé en un hombre sin
objetivos, triste con mis heridas, golpeado por el mal, incapaz de
amarme a mí mismo, a Dios, ni a los demás. Estaba metido en una vida que
no era más ni don, ni vida”.
El Cenáculo, una fuente de agua viva
Georg permaneció hasta los 30 años viviendo esa tempestuosa
realidad que solo se detuvo cuando ingresó a la “Comunidad del
Cenáculo”. Obra fundada por Sor Elvira Petrozzi en Italia durante el
comienzo de los ‘80 en favor de los jóvenes más vulnerables, que viven
sumidos en el flagelo de las drogas
y el alcohol. “Al ingreso tenía el orgullo herido y sin embargo,
siempre permaneció en mi corazón una nostalgia, un deseo de algo bello,
de un mundo distinto, más bueno, pero no podía responder a esta voz de
mi corazón que hoy sé que era la voz de Dios”.
“Creo que por haber recibido la fe fue que no me perdí totalmente;
por haber sido bautizado y educado en una familia creyente. ¡Era mi
protección!”, recuerda. Aunque el mal podría entrar, él tenía una
armadura: la fe. “Agradezco a muchas personas que rezaron y sufrieron
por mí porque fue la fuerza de Dios la que me llevó a la Comunidad,
donde finalmente encontré mi casa y la vida verdadera. Hacer este cambio
radical en el bien no fue fácil al principio, pero también esa
dificultad me fascinó. Veía una realidad limpia y entonces tenía sentido
la lucha”.
Oración y trabajo
Siguiendo la propuesta de orar y trabajar de la Comunidad, aprendió
a vivir un modelo basado en la experiencia monástica junto a otras
personas. “La Comunidad supo guiarme hasta ahora con mucha paciencia,
amistad y amor. Me enseñó las cosas esenciales de la vida: aprendiendo
de rodillas, frente a la Eucaristía y gracias al testimonio de otros
jóvenes. Cuando te arrodillas -y eso fue lo mejor para mí- te sientes
amado, a pesar de toda la suciedad que llevo. Jesús no me condena. Para
erradicar la adicción y la destrucción de todo lo que me rodeaba fue
vital sentir que Jesús me ama… sólo Dios puede sanar”.
Día tras día la comunidad Cenáculo trabaja para generar ingresos y
sus centros de acogida se multiplican por toda Europa. La receta está en
la fe, y orgulloso Georg confiesa. “Las personas que vienen a nosotros
por lo general tienen una historia sufrida. Aunque no somos un centro de
tratamiento -ya que aquí no hay fármaco terapia- es bueno porque hay
ayuda profesional”.
Gratitud y vuelta de mano sin límites
Hoy es uno de los encargados del Cenáculo en Austria y sigue desde
cerca acogiendo a más adictos que buscan ser abrazados por la fe. “Sé
muy bien que mis pobres palabras no alcanzan a explicar cuánto Dios me
amó, pero soy muy feliz de formar parte de esta obra. También sé que no
es mérito mío si hoy estoy aquí y soy consciente de mi pobreza, pero
estoy seguro que el Señor que me ama así como soy, me hizo encontrar por
la intercesión de la Virgen y por la Iglesia que reza, la Comunidad
Cenáculo. Dios me eligió para vivir una vida activa, colorida y llena de
alegrías y regalos. Rezo para que con mi vida donada por completo,
también yo pueda llevar un poco de luz al mundo y alcanzar a cumplir la
Voluntad de Dios en mí”.
Así, a menudo mira en retrospectiva todo su avance y pese a que ya
han pasado más de 15 años, está feliz de “vivir la belleza de la vida
cristiana en el camino de la consagración en la Comunidad. Después de
años de camino sentí que el Señor me impulsaba a entregar toda mi vida
en servicio, y fui madurando cada vez más el deseo de responderle con un
paso decisivo que le dio estabilidad y alegría a mi vida interior. Las
cosas más bellas que viví en mi vida me pasaron en esta familia
fantástica donde finalmente me siento en mi lugar”.
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