Hace 50 años hubiera sido un acto impensable de sacrilegio e
irreverencia que los laicos estuvieran impartiendo la comunión, y la
misma opinión sería durante los siglos precedentes. Pero ahora, que los
laicos administren el Santísimo Sacramento es cosa habitual en las
iglesias. Es como una especie de distinción y premio, valga la frase.
Los ministros laicos del Santísimo Sacramento no hubieran sido
posibles sin la revolución que les precedió: la práctica y la aceptación
generalizada de que los laicos reciban la Sagrada Eucaristía en las
palmas de sus manos. Ahora bien, en la actualidad ya no existe el
término “ministro eucarístico”, el término apropiado es “ministro
extraordinario”.
Cuando se trata de los Sacramentos, “ministro extraordinario” es la
terminología clásica. Por ejemplo, el “ministro ordinario” de la
Confirmación es el obispo, y el “ministro extraordinario” es el
sacerdote delegado específicamente por el obispo en circunstancias
extraordinarias. Así, un ministro extraordinario debería ser algo
extraordinario de ser.
No sólo raramente deberíamos ver uno, sino que deberían ser muchos los católicos que transcurrirían su vida sin haber visto un ministro extraordinario. Pero hoy no hay nada extraordinario acerca de los ministros extraordinarios. Ellos son tan ordinarios y parte integrante de la Iglesia como los misales y la “charola” de la colecta.
No sólo raramente deberíamos ver uno, sino que deberían ser muchos los católicos que transcurrirían su vida sin haber visto un ministro extraordinario. Pero hoy no hay nada extraordinario acerca de los ministros extraordinarios. Ellos son tan ordinarios y parte integrante de la Iglesia como los misales y la “charola” de la colecta.