*Juana de Arco y su ángel custodio

  Los Ángeles de la Guarda son nuestros consejeros, inspirándonos santos deseos y buenos propósitos. Evidentemente, lo hacen en el interior de nuestras almas, si bien que, como vimos, hayan existido almas santas que merecieron de ellos recibir visiblemente celestiales consejos.

            Cuando Santa Juana De Arco, aún niña, guardaba su rebaño, oyó una voz que la llamaba: "Jeanne! Jeanne!" ¿Quien podría ser, en aquél lugar tan yermo? Ella se vio entonces envuelta en una luz brillantísima, en el medio de la cual estaba un Ángel de trazos nobles y apacibles, rodeado de otros seres angélicos que miraban a la niña con complacencia. "Jeanne", le dice el Ángel, "sé buena y piadosa, ama a Dios y visita frecuentemente sus santuarios". Y desapareció. Juana, inflamada de amor de Dios, hizo entonces el voto de virginidad perpetua. El Ángel se le apareció otras veces para aconsejarla, y cuando la dejaba, ella quedaba tan triste que lloraba.

             El desvelo de nuestro Ángel de la Guarda para con nosotros está bien expresado por el Profeta David en el Salmo 90: "El mal no vendrá sobre ti, y el flagelo no se aproximará a tu tienda. Porque mandó Dios a sus Ángeles en tu favor, para que te guarden en todos tus caminos. Ellos te elevarán en sus manos, para que tu pié no tropiece con alguna piedra" (Sal 90, 10-12).






     Por su parte, Teresita del Niño Jesús animó a su hermana Celina a vivir el santo abandono invocando la presencia de su Ángel de la Guarda. “Jesús ha puesto ahí a tu lado a un Ángel del Cielo que te guarda siempre y que te lleva de la mano para que tu pie no tropiece en ninguna piedra. Tú no lo ves y, sin embargo, es él quien desde hace veinticinco años ha preservado tu alma y quien le ha conservado su blancura virginal, es él quien aleja de ti las ocasiones de pecado... Fue él quien se te mostró en aquel sueño maravilloso que te envió cuando eras niña: veías a un Ángel que llevaba una antorcha y que caminaba delante de nuestro padre querido. Sin duda, quería darte a conocer la misión que más tarde ibas a cumplir... Tu Ángel de la guarda te cubre con sus alas, y en tu corazón reposa Jesús, pureza de las vírgenes. Tú no ves tus tesoros. Jesús duerme y el Ángel permanece en su misterioso silencio. Sin embargo, están ahí, con María, que te esconde, también ella, bajo su manto... (Carta 161, abril 26 de 1894).

      En un plano personal, Santa Teresita buscó la guía de su Ángel Custodio y su 
protección para no caer en pecado: ”¡Santo Ángel de la guarda, cúbreme con tus alas, / que iluminen tus fuegos mi peregrinación! / Ven y guía mis pasos..., te suplico me ayudes (Poema 5, v. 12), “Santo Ángel de mi guarda, cúbreme siempre con tus alas, para que nunca tenga la desgracia de ofender a Jesús” (Oración 5,7 vº).

      Confiada en su íntima amistad con su Custodio, Teresa no dudó en solicitarle favores particulares. Así, por ejemplo, en una carta a su tío, entristecido por la muerte de un amigo, escribe: “Lo pongo en manos de mi Ángel de la Guarda, creo que un mensajero celestial cumplirá bien mi encargo; le envío al lado de mi tío querido, para que vierta en su corazón tanto consuelo cuanto nuestra alma puede contener en este valle de lágrimas... (Carta 59, agosto 22 de 1888).

      De igual manera podía enviar a su Ángel a participar en la Misa que su hermano espiritual, el Padre Roulland, misionero en China, ofrecería por ella: “El 25 de diciembre no dejaré de enviarle a mi Ángel de la Guarda para que deposite mis intenciones junto a la hostia que usted consagrará” (Carta 201, noviembre 1 de 1896).

Web Como ovejas sin Pastor