Battistina fue tocada por el Espíritu Santo en Medjugorje
Compartimos el testimonio de Battistina, una madre de familia italiana que peregrinó a Medjugorje en julio de 2012. Desde que fue allí todo cambió en su vida. El testimonio lo narra Sor Emmanuel
«¡Fuertemente tocada por el Espíritu Santo! Battistina es una italiana de 47 años con los pies bien sobre la tierra.
Es contadora y trabaja vía Internet. Cuando su pareja la invitó a ir a
Medjugorje, no se mostró interesada. Pero luego una mañana, mientras
conducía, escuchó una canción que Radio María difunde
frecuentemente; una canción que por muchos años la irritaba cuando la
oía al sintonizar su equipo. De improvisto, aquella canción la conmovió y
prorrumpió en lágrimas que rodaban por sus mejillas en forma
ininterrumpida, sin razón aparente alguna. Comprendió entonces que era
la Virgen que la estaba llamando. Dejo que sea ella misma quien les
cuente…
“Desde la peregrinación a Medjugorje en julio
de 2012, todo ha cambiado en mi vida, ¡nada es como antes! Mi conversión
tuvo lugar durante la Adoración del Santísimo Sacramento. Éramos miles
de peregrinos, afuera, alrededor de la Rotonda. De repente, me vi de
rodillas, con la impresión de que sostenía mi corazón vivo entre las
manos. Vi desfilar mi vida entera ante mis ojos.
Distinguía con claridad el bien y el mal, y todo lo que en un momento
me había parecido apropiado se transformaba en mal. Comencé a
experimentar un gran dolor con respecto a mi divorcio. ¿Cómo había
podido romper una promesa hecha ante Dios? Estas palabras resonaban en
mi espíritu: “Que el hombre no separe lo que Dios ha unido”.
En ese
momento comprendí que sólo mi cabeza había estado serena, y que mi
corazón era puro hielo. Siempre me había sentido del lado de los
“justos” y considerado una víctima. En ese momento vi hasta qué punto
había tenido el corazón endurecido; vi el sufrimiento que habían
padecido mis 4 hijos, mi padre y mis suegros y sobre todo vi que no era
en absoluto una víctima. En realidad, nunca le había perdonado nada a
nadie. Cuando la mayor de mis hijas a los 9 años, me había pedido con
insistencia poder prepararse para tomar la Primera Comunión, le había
respondido que aquello no tenía ningún sentido; en cuanto al menor de
mis hijos, ¡ni siquiera había sido bautizado! Vi todos los libros sobre
la New Age que había comprado a lo largo de los últimos 20 años. ¿Cómo había podido ocupar tanto tiempo leyendo y formándome en la búsqueda de mí misma, y en cosas que sólo terminaron alejándome de Dios y de mi familia?
El dolor que experimentaba no cesaba de
aumentar y poco a poco fui postrándome rostro en tierra. Dije para mis
adentros: “Señor, hazme morir aquí mismo porque ni siquiera soy digna de
levantar la cabeza del suelo”. Experimenté entonces un inmenso abrazo
de amor y me sentí embargada con una alegría que no era de este mundo. Y
pensé: “Durante 18 años, creí que les había dado de todo a mis hijos,
pero en realidad no les di nada; porque no les he dado “ESTO”. Entonces
¿no sería mejor permanecer aquí orando por ellos por el resto de mi vida
en lugar de volver a casa? ¡Si yo, como madre, como alma de mi hogar,
hubiera cultivado la oración en lugar de dedicarme a “cultivar” cosas
inútiles, mis hijos tendrían en este momento una familia unida!
Cuando decidimos liberarnos de la cruz del matrimonio, en realidad la cargamos sobre los hombros de nuestros hijos.
En aquel momento sentí que debía permanecer
ligada a mi promesa de fidelidad en el matrimonio y decidí hacer voto de
castidad. Ofrecí esto a Dios para evitar la separación de mil familia.
Mi pareja experimentó lo mismo que yo. Me dijo que deberíamos realizar
una consagración total. De regreso a casa, comencé a confesarme con
frecuencia. Ciertos sacerdotes, con respecto a mi elección del voto de
castidad, me decían que no era necesario; otros comentaban que era pura
invención nuestra, pero yo estaba muy segura y decidida de seguir
adelante. ¡Esto me parecía bien poco ante la infinita misericordia que
había recibido!
Mis
hijos pensaban que había perdido la razón porque iba a misa y había
colgado un crucifijo en la sala. Mi hija mayor estaba muy irritada por
mi entusiasmo y me dijo: “Y entonces, ¿qué haces con todo lo que nos
contaste durante 18 años?” “Lo siento mucho, estaba equivocada”, le
respondí.
En el mes de noviembre regresé a Medjugorje
con mis 4 hijos para que ellos también pudieran comprender; estaba muy
esperanzada en que encontraran al Señor. Los observaba de lejos y
aguardaba, pensando: “Si yo que soy su madre, con el poco amor que soy
capaz de darles, estoy tan feliz al ver orar a mis hijos, ¡cuánto más
feliz estará nuestra Madre del Cielo! ¡Cuánto sufrirá por tantos hijos
suyos que se pierden!”
Durante aquella peregrinación mis cuatro hijos
fueron tocados en el corazón. Estudiamos juntos el catecismo. Nueves
meses más tarde, el menor de ellos, que tenía 10 años fue bautizado y
todos recibieron la Primera Comunión en la misma celebración. ¡Aquel día
fue el día más feliz de mi vida! Era como si los viera renacer todos
juntos al mismo tiempo. Mi compañero y yo permanecimos juntos, viviendo
como hermanos durante un año. Pero cada día oraba pidiéndole a Dios
conocer su voluntad: ¿debíamos permanecer cercanos sosteniéndonos
mutuamente o debíamos separarnos completamente? Por largo tiempo
conservé esta duda en mi corazón, pero poco a poco el Señor obró y
motivos laborales nos alejaron uno del otro.
Después de mi conversión, retomé el contacto
con mi ex-marido. Durante nueve años, cada una de nuestras
conversaciones telefónicas habían finalizado con gritos de ambos lados;
tanto es así que por un año dejamos de hablarnos y tan sólo se
comunicaba conmigo a través de nuestros hijos. Cuando reconocí mis
faltas, consideré sus errores como consecuencia de los míos y el rencor
se desvaneció. ¡Era yo quien debía pedirle perdón! Poco a poco comencé a
experimentar aquel lazo profundo del matrimonio, sellado por Dios, y me
sentí nuevamente esposa. Pero no comprendía. Le pregunté a un sacerdote
si estaba bien que me sintiera esposa, aún cuando mi esposo estaba
ligado a otra persona y había tenido un hijo con ella. El sacerdote me
respondió que el sacramento del matrimonio es indisoluble ante Dios.
Hoy en día, este amor que yo creía borrado, o
incluso que nunca había existido, lo he recuperado intacto en las
profundidades de mi corazón. Lo conservo en su pureza y oro a diario por
la conversión de mi ex-marido y por todas las familias. Agradezco a
Jesús y a María por la gracia infinita que mi familia recibe a diario y
continúo avanzando en el camino de mi conversión”.
Battistina ha vivido en forma
concentrada, y una después de la otra, las etapas que frecuentemente se
producen en los peregrinos de Medjugorje: invitada por la Virgen sin
conocer el motivo, acude a este bendito lugar, y por una gracia
especial, ve toda su vida bajo la luz del Espíritu Santo. Comprende con
el corazón la misericordia de Dios hacia su persona, lamenta sus pecados
(que no veía antes) y los llora, renuncia a ellos y los confiesa.
Percibe que está radicalmente transformada y realiza actos para cambiar
su vida según lo que le parece que le gusta a Dios, con la ayuda de un
buen sacerdote fiel al Magisterio de la Iglesia. ¡Qué buen ejemplo!
Muchos se quedan con las gracias recibidas, pero es bueno emprender
actos concretos al regresar a casa. Este testimonio nos ayuda a entrar
de lleno con Jesús en este tiempo de misericordia que se nos ofrece hoy
en día como nunca antes».