*A la preocupada madre de un futuro cura

por Jorge  G Guadalix, sacerdote

Las madres siempre han tenido una preocupación especial por el hijo sacerdote. No por nada especial, a ver si me comprenden, sino que los otros pues bueno, forman sus familias, se casan, o si no se casan parece que ya se las apañarán de alguna manera. 

El cura es soltero y vive solo. Y eso a una madre siempre le causa un cierto temor. Ya saben: hombre, soltero y viviendo solo. Este hijo mío… ¿comerá bien, tendrá la casa limpia, habrá quien le ayude en las tareas del hogar? La madre de un sacerdote nos decía: ¡ay este hijo mío! tanto estudiar, y resulta que se tiene que hacer la cama, guisar, lavar… Encima según es, que no para en todo el día, qué comerá, qué apaños tendrá de cocina… Si es que no quiero ni pensarlo. ¿Y si un día se pone malo?

Eran las preocupaciones normales de las madres de los curas. De toda madre, pero quizá más acentuado cuando se trata del sacerdote. Este hijo mío…

Hoy descubro que las madres de los nuevos sacerdotes siguen entando tan inquietas por sus hijos como las nuestras en su momento. Lo que sí observo es que los motivos son diversos. Las nuestras, que si la comida, la casa, la enfermedad. Las de hoy tienen otros miedos, sobre todo están intranquilas por los tiempos que a sus hijos les toca vivir.
No hace mucho hablaba con la madre de un futuro cura a pocos meses. Para ella todo son temores y agobios por lo que le espera a su hijo. Lo ve bueno, entregado, generoso, dispuesto a servir al Señor como la Iglesia le pida, un crío con veinticinco, veintiséis años. Pero a veces le sucede que lo está viendo ya como corderillo en un mundo de lobos y sufre por su futuro.

No. No es una mujer alarmista, sabe dónde pisa. Justo por eso se le va una lagrimilla de cuando en cuando sin que su curita se entere. ¿Cómo es posible, me decía, que alguien escupa por la calle a un chiquillo de veinticinco años, recién ordenado como diácono, simplemente por llevar una camisa negra y una tirilla? Sí. Esas cosas pasan. Tocan tiempos recios.

La increencia es y ha sido siempre agresiva. Hoy llevar una camisa de cura es una provocación para muchos ante la que reaccionan con unas miradas asesinas, el insulto o el escupitajo. Lo sé. Hablar de Dios, de amor a la Iglesia, de fidelidad, de obediencia, de entrega se considera como signo de la peor especie, de ultraconservadores, de reaccionarios y poco menos que enemigos de la humanidad. Antes no. Al menos había un respeto externo. Hoy… es otra cosa.

Tampoco lo tienen fácil estos curitas, perdón hermanos por el diminutivo, lleno de afecto de hermano, dentro de la propia Iglesia. Son, los curas jóvenes, curas de otra manera. Frente a la educación que nosotros recibimos, muy secularizada, muy de vanguardia, muy lo que veamos, ellos han sido formados en llevar con alegría los signos sacerdotales como su camisa negra y su tirilla, en la obediencia, en esto es lo que toca hacer. Esto significa que van a sufrir el rechazo de una parte nada despreciable de la Iglesia que no les va a ahorrar lindezas como que están desarraigados del mundo, que son rigoristas, que no saben ejercer la misericordia, que solo quieren espiritualismo y vivir al lado de los ricos y poderosos. Menos bobadas, por favor, que tampoco nosotros éramos ni somos oro bruñido.

Las madres sufren. Pero ahora no por qué comerán o con qué se vestirán, que desde que se inventaron los congelados, precocinados y los microondas, se ha avanzado mucho en esto, y a nadie extraña ver a un hombre hoy con la plancha. El problema es otro: mi hijo, con una vida entregada al Señor, a la Iglesia, a la gente con sus veintipocos años, ¿va a tener un futuro de escupitajos, incomprensiones, descalificaciones?
 
No. Tu hijo será otro Cristo. Bendecirá, consolará, será el instrumento para repartir generosamente la gracia de Dios, estará con los desvalidos dejándose la vida por sus ovejas como hizo el Maestro. No te extrañes que lo siga también en el desprecio y la cruz. Es lo que toca. Pero tranquila. La pasión es siempre el camino de la resurrección. Reza por tu hijo. Dios le cuida. No hay que temer.