*Ha llegado la Generación Francisco




Mucho se está hablando de Sor Cristina, monja ursulina italiana que la ha liado parda en Italia con su participación en un conocido concurso de televisión, La Voz, el nuevo formato de éxito de lo que un día fue Operación Triunfo.

Sor Cristina, además de monja, canta que te mueres. Tiene un don, y el tener ese don y compartirlo para dar gloria a Dios es la razón por la que ha querido concursar. ¿Por ganar? No creo que le importe más o menos. Sino por evangelizar.

Ya me han llegado “murmullos” de aquellos a los que no les parece bien. Pues yo os digo una cosa. La amo. Amo su valor y su sencillez. Ella canta bien, hay un programa de televisión, y va allí y evangeliza con su canción, con su frescura y con su alegría. Si hoy la Nueva Evangelización en Italia tiene un rostro es como siempre y como en todas partes el de Cristo, pero si tiene una voz es, con permiso del Papa, la de sor Cristina. Igual que hay una enorme cantidad de sacerdotes, monjas y católicos laicos que se identifican como de la generación Juan Pablo II, sor Cristina nos ha presentado a la generación Francisco, con un estilo muy acorde con el del Papa actual, al que no me cuesta imaginar viendo a sor Cristina cantar en la televisión y exclamar un clásico “¡qué onda!” de satisfacción argentina.

Sor Cristina les dejó claro al jurado y a toda Italia y más allá que parte de culpa de este lío la tiene el Papa: “Él nos invita a salir y a evangelizar, a decir que Dios no nos quita nada, sino que nos da todavía más”. En prime time. Sin pestañear. Esta es la primera ondanada de intenciones. Por eso digo que sor Cristina es el primer ejemplo de notoriedad de lo que podemos llamar católicos de la Generación Francisco, ese Papa al que le gusta armar lío con tal de anunciar el Evangelio, desde dentro del Evangelio, pero hacia fuera. En medio de ellos.

Lo he dicho varias veces y lo vuelvo a repetir. En un mundo lleno de lodo, para evangelizar hay que bajar al lodo. También se puede no bajar, pero por favor, sin criticar.

Gracias a Sor Cristina, y no solo a ella. También a su superiora y a su comunidad, que han cogido al vuelo ese guante lanzado por Francisco en Río invitándonos a jugar al ataque, a sudar la camiseta y a hacer lío. Estas monjas tiene en su convento un arma de evangelización masiva y la han desenfundado ya. Miren las caras de Rafaella Carra y demás miembros del jurado. Miren las lágrimas de ese rapero que lleva tatuado en el corazón la misma necesidad de amor que yo y al que una monja de 25 años acaba de torpedear no se sabe qué cimiento de su interior. Acaban de recibir un impacto de amor en todo el pecho, a bocajarro. Sor Cristina se lo dejó bien claro: “Tengo un don y lo comparto”.

Esto nos enseña a no quedarnos nuestros dones, que no son nuestros en propiedad, sino prestados por Dios. Y nos enseña a no envidiar los de los otros, sino a alegranos y dar gracias a Dios también por ellos, porque puestos al servicio de Dios son un don para nosotros. Al que escriba, que escriba y que le dejen escribir. Al que cante, que cante y que le dejen cantar. Al que estudie, que estudie y que le dejen enseñar. Y a todos, hagamos lo que queramos sin murmurar.
Sor Cristina nos ha enseñado cómo hacerlo. Es la primera de esta nueva Generación a nivel global por la repercusión que tiene la marca La Voz y el contexto en que se ha dado su aparición. Su actuación ha sido rebotada a nivel mundial en medios de comunicación de todo tipo de pelaje y línea editorial, en esos aeropagos de hoy de los que bebe el hombre de hoy. Pero ella no será la última, enseguida vendrán más porque muchos jóvenes católicos de hoy no se conforman con mirar el lodo desde arriba sin bajar a evangelizar allí donde el hombre se ahoga sin que nadie le vaya a rescatar.