Portentosa resurrección de un muerto en Cracovia

Cracovia

Puestos a elegir, es mejor morir en gracia de Dios, aun a riesgo de merecer un purgatorio sufrido, que correr el riesgo de condenarse. Esto es lo que ocurrió en Cracovia en el año 1070. 

San Estanislao, obispo de esa ciudad, había comprado a un agricultor llamado Pedro, un terreno para construir una iglesia, pagándolo sin exigir recibo alguno, pues confiaba plenamente en él. Murió, y sus herederos, aprovechando que el rey Boleslas, príncipe injusto y cruel, estaba muy disgustado con el santo por los reproches públicos que este le hacía, en particular por su escandalosa conducta, acusaron al santo de apropiación indebida. El rey feliz por este hecho, condenó al santo a pagar de nuevo el terreno. San Estanislao, inspirado por Dios, que si no podía haber justicia con los vivos, la habría con los muertos. 

Pidió pues al rey tres días de plazo para presentarle el testimonio del difunto Pedro. El rey le concedió ese plazo, pues ya sabía que el difunto estaba muerto desde hacía bastante tiempo. San Estanislao regresó a su casa, y solicitó a todos los sacerdotes que rezaran y ayunaran durante tres días, afín de obtener de Dios la defensa de esa causa. El tercer día, después de haber celebrado una misa solemne, si quitarse los ornamentos pontificales, se dirigió hacia el cementerio, seguido de sus sacerdotes y del pueblo.

 Al llegar al camposanto, ordenó cavar la tierra y abrir la caja. Solo contenía huesos sin forma. El santo obispo se arrodilló y pidió al Señor hacer un milagro delante de todo el mundo, para mayor gloria de Dios y por el triunfo de la verdad, y tocando con su báculo la osamenta dijo: “huesos disecados, escuchad la palabra de Dios! En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, vivid y dar testimonio de la verdad”. Automáticamente la osamenta se movió, volvió a rellenarse de carne y animándose el cuerpo de Pedro, salió de la tumba, avanzando hacia el obispo, que le condujo primero a la iglesia para dar gracias a Dios, y luego al tribunal. 

El rey, príncipes y tribunal se encontraban en él esperando al santo. Les anuncian que viene el obispo, seguido del clero, el pueblo y Pedro resucitado! El rey se mofa incrédulo, pero cuando el prelado entró en la sala le dijo: “aquí le traigo, majestad, el hombre que me vendió la tierra. Interróguele, y hablará el mismo. Podrá decirle si de verdad he comprado y pagado su terreno. Dios le envía para destruir la impostura de sus sobrinos”. Pedro, elevando la voz, atestiguó que efectivamente había vendido esa tierra al prelado y que este la había pagado. Dijo posteriormente a sus tres sobrinos, que estaban presentes, que pronto tendrían una desdichada muerte si insistían en quedarse con aquello que no era suyo. La asistencia estaba clavada en el suelo de estupor y de terror. El santo preguntó al resucitado si querría vivir algunos años. 

El contestó que no, que prefería seguir muerto en lugar de arriesgarse en una vida miserable que podía ofender a Dios. Declaró que su alma aun estaba en el purgatorio, pero que, a pesar de los sufrimiento que aún le quedaban por padecer, prefería eso al temor de ofender mas a Dios. Rogo al santo y a los asistentes que rezaran por él para aliviar su purgatorio. Posteriormente se dirigió de nuevo al cementerio para volver a tumbarse en la tumba, volviendo a recuperar el estado en que lo encontraron horas antes. Como podéis imaginar este portentoso milagro ayudó a muchísima gente en su conversión, aunque no sabemos si los tres sobrinos hicieron caso a su tío, o por el contrario perseveraron en el error.