Viajes internacionales de Ana Catalina con su ángel


Viajando con su ángel por todos los países del mundo, Ana Catalina Emmerick 
ayudaba a muchos que estaban en dificultades del cuerpo o del alma. Eran viajes
en bilocación, mientras ella estaba gravemente enferma en su habitación. Con
frecuencia, volvía con heridas corporales, porque no sólo iba en espíritu.
A veces en sus viajes —nos dice ella— daba vuelta a la tierra, cuando su
marcha espiritual lo exigía. En el curso de sus viajes desde su casa hasta lo
países más lejanos, socorría a mucha gente y ejercía con ellas las obras de
misericordia espirituales y corporales
.
En ciertas festividades era conducida por su ángel en romerías
espirituales a diferentes iglesias de su patria y de los lugares más remotos del
mundo, para que expiase con sus penas y oraciones las ofensas que por tibieza e
indiferencia cometen sin cesar los cristianos contra el sacramento del amor
.
El ángel me llama y me guía —nos sigue diciendo ella—, ya a un lugar,
ya a otro. Voy en su compañía. Me conduce a donde hay personas a quienes
conozco o he visto alguna vez, y otras veces a donde hay otras a quienes no
conozco. Me lleva sobre el mar, con la rapidez del pensamiento, y entonces veo
muy lejos, muy lejos. Él fue quien me llevó a la prisión donde estaba la reina de
Francia.

Cuando se acerca a mí para acompañarme a alguna parte, veo un
resplandor y después surge de repente su figura de la oscuridad de la noche,
como un fuego artificial que súbitamente se enciende. Mientras viajamos es de
noche por encima de nosotros, pero por debajo la tierra resplandece. Vamos
desde aquí, a través de comarcas conocidas, a otras cada vez más lejanas, y yo
creo haber recorrido distancias extraordinarias; unas veces vamos por encima
de calles o rectos caminos, otras veces surcamos campos, montañas, ríos y
mares. Tengo que andar a pie todos los caminos y que trepar muchas veces
escarpadas montañas; las rodillas me flaquean doloridas, y los pies me arden,
pues siempre voy descalza.

Mi guía vuela, unas veces delante de mí, y otras a mi lado, siempre muy
silencioso y reposado; y acompaña sus breves respuestas con algún movimiento
de la mano o con alguna inclinación de cabeza. Es brillante y transparente, bien
severo o bien amable. Sus cabellos son lisos, sueltos y despiden reflejos; lleva la
cabeza descubierta y viste un traje largo y resplandeciente como el oro. Hablo
confiadamente con él, pero nunca puedo verle el rostro, pues estoy humillada en
su presencia. El me da instrucciones, y yo me avergüenzo de preguntarle muchas
cosas, pues me lo impide la alegría celestial que experimento cuando estoy en su
compañía. Siempre es muy parco en sus palabras… 

Cuando llegamos al mar, y
no sé pasar a la orilla opuesta, de repente me veo en ella, y miro admirada hacia
atrás. Paso con frecuencia sobre las ciudades. Cada vez que en el oscuro
invierno salía ya tarde de la iglesia de los jesuitas de Koesfeld e iba a nuestra
casa de Flamske a través de nubes de agua y nieve y sentía miedo, acudía a
Dios; entonces veía oscilar delante de mí un resplandor como llama que tomaba
la forma de mi guía. Al punto se secaba el piso por donde iba; veía claridad en
torno mío: dejaba de llover y nevar sobre mí y llegaba a casa sin mojarme
.
Muchas veces veía los problemas y sufrimientos de la gente. Veía
enfermos impacientes, cautivos afligidos, moribundos sin preparación. Veía
viajeros extraviados, náufragos y necesitados próximos a la desesperación. Veía
al borde del abismo almas vacilantes, a las cuales la providencia quería
auxiliar. Y sabía que, si ella dejaba de orar y hacer penitencia por ellos, no
habría quien la reemplazara y ellos quedarían sin consuelo y se perderían. Y su
ángel custodio la apoyaba en sus oraciones
.

Una noche, estando en la cama enferma, vi dos personas que hablaban de
cosas piadosas en apariencia, pero su corazón estaba lleno de malos deseos. Yo
me levanté y fui al edificio en cuestión para separarlos. Cuando me vieron venir,
huyeron. Cuando retorné, me di cuenta de que estaba en medio de la escalera
del convento y no pude llegar a mi celda, sino con gran esfuerzo por mi
debilidad
.
En una ocasión, hizo en espíritu un largo viaje y sintió todas las fatigas de
un viaje penoso, se hirió los pies y tuvo en ellos señales que parecían haber sido
causadas por piedras o por espinas. Se torció un pie y tuvo que sufrir mucho por
ello corporalmente. Conducida en este viaje por su ángel custodio, le oyó decir
que esas heridas corporales eran una señal de que había sido arrebatada en
cuerpo y en espíritu. Lesiones corporales parecidas se veían también en Ana
Catalina pocos instantes después de algunas de sus visiones. Ana Catalina solía
comenzar sus viajes (en bilocación), siguiendo a su ángel a la capilla próxima a
su casa

.
Guiada por su ángel estuvo en todas partes del mundo. Estuvo en América
del Norte y del Sur, llegó hasta China y el Tíbet. ¡Realmente Dios es maravilloso
en sus santos!

La vida de Ana Catalina es una hermosa historia de fe. Su amor a Jesús
Eucaristía era el centro de su vida y en el sagrario veía a los ángeles, adorando a
Jesús. También amaba con entrañable amor a María, que se le aparecía con
frecuencia con el niño Jesús. Pero también era admirable su unión con su ángel, a
quien amaba como a un hermano. Y no sólo al suyo, también a los ángeles de los
demás, que también eran sus amigos. Por ello, a veces, enviaba a su ángel a
avisar a los ángeles de los demás para transmitirles algún mensaje.
Cuando hago oración por otros—nos dice ella—, y el ángel no está
conmigo, lo invoco para que vaya con el ángel de ellos. Si está conmigo, digo
muchas veces: ―Ahora me quedaré sola aquí, vete tú allá y consuela a esas
gentes‖
.