Ojo a la comunión en las macroeucaristías

Infovaticana, enero 2015
De esas cosas que hay que cuidar y estar vigilantes… muy probablemente muchos de los que lean estas líneas siguieron en directo la celebración de la misa de clausura del viaje del papa Francisco a Filipinas. Muy emotiva, muy bien preparada y cuidada por un pueblo sencillo y de profunda fe arraigada.
Pero como en todos los viajes o acontecimientos multitudinarios siempre hay cosas que pueden mejorarse. En este caso quiero llamar la atención sobre una que es fundamental: la comunión en las eucaristías multitudinarias.
En este enlace pueden ver el momento en el que un joven sacerdote reparte la comunión como quien está dando golosinas. La santa Hostia va pasándose de mano en mano, como digo, como quien está repartiendo chucherías.
Obviamente no es mi intención poner en duda la fe de quienes recibían la comunión sino reflexionar sobre las formas y el fondo de lo que significa y lo que hacemos cuando nos acercamos a comulgar.
Esta reflexión vale no solo para este caso concreto de Manila. ¡Cuántas veces en nuestras celebraciones dominicales se comulga fatal! La comunión es el momento excelso en el que con el gesto de recibir el cuerpo del Señor expreso que me adhiero a todo lo que ha estado ocurriendo hasta ahora, que soy parte del cuerpo místico de Cristo, que vivo en comunión con todo el cuerpo que es la Iglesia.
No es un tema secundario las formas cómo hacemos las cosas. Más bien, todo lo contrario. Con el cómo estoy comunicando el qué. La reverencia y la devoción expresan sin palabras lo que estoy viviendo y lo que significa ese gesto.
Decía San Cirilo de Jerusalén:
“Así como dos pedazos de cera derretidos juntos no hacen más que uno, de igual modo el que comulga, de tal suerte está unido con Cristo, que él vive en Cristo y Cristo en él.”
No son pocas las referencias de los santos sobre la sagrada eucaristía que nos invitan a estar atentos y cuidar cómo celebramos la eucaristía.
San Agustín decía:
“Cristo se sostuvo a si mismo en Sus manos cuando dio Su Cuerpo a Sus discípulos diciendo: “Este es mi Cuerpo”. Nadie participa de esta Carne sin antes adorarla”
Y aquellas hermosas palabras de S. Francisco de Asís:
El hombre debería temblar, el mundo debería vibrar, el Cielo entero debería conmoverse profundamente cuando el Hijo de Dios aparece sobre el altar en las manos del sacerdote”.