Me case muy enamorado, pero....

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      Lo primero que nos sorprende cuando conocemos a alguien del otro sexo quizá sea, como dice Julián Marías, «su otra forma de ser persona». Vemos un ser diferente a   nosotros en la categoría del género: masculino o femenino, lo cual lleva consigo una serie de diferenciaciones muy grandes.


      Éstas van desde lo morfológico a lo más profundo. Nos encontramos con una manera diferente de ver las cosas, de moverse, en muchas ocasiones de sentir, de aproximarse a los acontecimientos.

       Esta diferenciación nos hace gracia, nos atrae y si físicamente nos gusta la otra persona, es entonces cuando se puede producir el enamoramiento. Éste, a veces, es un enamoramiento fuerte y otras de menos intensidad, más racional.

      En ambos casos, al principio está basado en emociones que uno tendrá que valorar en su justa medida, porque si éstas no se alimentan de valores, de renuncias, de inteligencia, terminan siendo muy traicioneras.

      Si en los huecos de las emociones hemos puesto cemento, vida sólida, inteligencia, antes o después, nos encontraremos con la realidad de la vida amorosa. Hay que luchar por querer, unas veces a favor del viento —cuando las emociones ayudan— y otras en contra, cuando éstas se ocultan. Así es el amor.

       Si cuando las emociones no ayudan creemos que no queremos y dejamos de luchar por querer, entonces, podemos dar al traste con el proyecto más importante de nuestra vida.

       El «órgano» del cariño es la voluntad: se quiere porque se quiere querer. Los sentimientos, no nos quepa la menor duda, volveran a aparecer. Si uno quiere querer, siempre tendrá un cómo hacerlo. Si no se quiere, se buscan excusas.

        Una de ellas es: «Es que yo me casé muy enamorado. Estaba tan embobado que no veía la realidad como era, no era consciente de lo que hacía». Incluso puede haber personas que te digan que de lo enamorados que estaban  no eran libres.

         ¡Pero eso es lo que quisiera todo el mundo, estar muy enamorado!

         No es más que una excusa y, por eso, hasta lo positivo lo convertimos en negativo.



       Hay otra excusa, también frecuente, que es: «Yo no me casé enamorado, la naturaleza “casi angélica” que vosotros decís que veíais cuando mirabais al otro, no me pasó a mí. Y así me va». Es otra excusa. Ni mejor, ni peor que la anterior. El amor se construye con el tiempo.

        Siempre  que uno quiera excusarse encontrará un modo.

       
         Tal vez lo más sensato sea no dar rienda suelta a la imaginación, no hacer caso a sus cantos de sirena y saber que, en ambos casos, cuando uno se casa, probablemente «quiera» poco. Con el tiempo el amor se va acrecentando, en proporción a los esfuerzos que realicemos para que así  sea.

        Por lo tanto, queriendo amar uno termina por enamorarse.

         Al amor no lo rompe grandes cosas que se hacen, sino pequeñas cosas que no se hacen.

          ¡ Animo, merece la pena !

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