El milagro Eucarístico de Cebrero

João Santin abrió con dificultad la puerta de la cabaña, debido al fuerte viento. Envuelto en su manta y con su sombrero enterrado hasta los ojos, sin intimidarse por la tempestad, que no presentaba señales de amainar, comenzó a recorrer los tres kilómetros, que separan la villa de Barjamayor donde vivía, del Monasterio de Cebrero (España).
En aquel helado día de 1300, el sol, pareciendo tener pereza de salir de su resguardo, dejaba que la noche se prolongase. La nieve cubría los caminos y los tejados de las casas.
Pero João, no quería perder la misa matutina…

Su gran devoción al Sacramento de la Eucaristía, lo llevaba a desafiar cualquier inclemencia del tiempo. Con el paso resuelto, enfrentando la nieve y el viento, continuó por la empinada carretera, que subía hasta la iglesia.
Al mismo tiempo, en el monasterio, un monje salía de su celda, atravesaba los fríos corredores y claustros, y abría las puertas de la iglesia, para dar inicio a la santa Misa
Dos prodigios simultáneos
En la oscuridad del templo vacío, el monje rezaba maquinalmente las oraciones litúrgicas, imaginando que, con aquella tormenta, nadie se arriesgaría a subir hasta la iglesia.
Sin embargo, en la hora de la Consagración, con las primeras luces del alba, percibió la presencia del granjero, que todo mojado y transido de frío, asistía devotamente al Santo Sacrifício.
Sorprendido, el monje murmuró para sí: “Oh, que vino a hacer aquí, este pobre hombre, esforzándose tanto, apenas para ver un pedazo de pan y un poco de vino?”
En ese momento exacto, el Señor operó un glorioso milagro: mal, había terminado de pronunciar aquellas sacrílegas palabras, el incrédulo celebrante, la hostia se convirtió en carne ensangrentada, pareciendo recién cortada de un cuerpo vivo; el vino del cáliz se engrosó. Adquiriendo un tono más rojo, transformándose en sangre.
Nuestro Señor, quiso así demostrar la verdad eucarística, para el incrédulo sacerdote y recompensar la gran devoción del granjero.
Simultáneamente, se realizó otro milagro en la misma iglesia: una imagen de Nuestra
Señora —esculpida en madera y que se le rendía culto bajo la advocación de Santa María La Real— se inclinó para adorar el Cuerpo y la Sangre de su Hijo.
Aterrado el monje, cayó desmayado al suelo. Y João Santin, maravillado, adoraba la divina Carne y la divina Sangre de Cristo Redentor.
¿Hecho real o piadosa leyenda?
El lector se preguntará si ésta historia es verdadera o se trata de una piadosa leyenda.
Muchos documentos comprueban su veracidad.
El Monasterio de Cebrero fue construído en 836, para servir de apoyo a los peregrinos que iban a Santiago de Compostela, disponiendo para ésto de una iglesia y de una hospedería.
Situado en lo alto de una sierra, en una región montañosa, donde son frecuentes las nieves, la neblina y las tempestades.
El Rey de Castilla y León, Alfonso VI, donó el monasterio a los monjes cluniacenses de Saint Geraud d’Aurillac, de Francia, que fueron sus guardianes del siglo XI al siglo XV.
Este espectacular milagro, antes relatado, aconteció en el año 1300, y fue luego difundido, por los numerosos peregrinos que, por allí pasaban, yendo y viniendo de Santiago de Compostela.
En 1459, el Papa Pío II emitió una bula, a favor del Santuario de Cebrero, concediendo siete años de indulgencia, a los penitentes que adorasen las Santas Reliquias Eucarísticas, en ciertas festividades.
Hasta el año 1486, estas reliquias, se conservaron en la misma patena y en el mismo cáliz del milagro.
Por ese año, la Reina Isabel de Castilla, Isabel La Católica, yendo en peregrinación a Santiago, se hospedó en el Monasterio y donó dos preciosos relicarios, para guardarlas, donde permanecen hasta hoy, junto a la patena y al cáliz, que todavía mantiene restos de la sangre preciosísima de Nuestro Señor.
En el año 1487, el Papa Inocencio VIII, escribió una bula, referente al milagro de Cebrero, concediendo gracias e indulgencias, a los peregrinos que hasta allí llegasen.
Lo mismo hizo el Papa Alejandro VI, en el año 1496.
Posteriormente, en el siglo XVII, un cronista benedictino, el P. Yepez, dejó por escrito una detallada descripción del hecho, según la narración trasmitida por los monjes de San Geraud. El mismo testificó, haber adorado las Santas Reliquias, en su paso por el Monasterio”. La sangre, como si estuviese para coagularse, roja como de un cabrito recién muerto; en cuanto a la carne, parecía colorida, más seca”.
En la iglesia, ahora dedicada a la Virgen del Santo Milagro, Santa María la Real, aún se venera hoy, con gran devoción la antigua imagen de madera, levemente inclinada hacia el frente.
Permítanos pedir la confirmación en la Fe
Anualmente, los peregrinos acuden a este santuario, en las fiestas de Corpus Christi, en la Asunción de Nuestra Señora y en el día del milagro, 9 de Septiembre.
En esos días, las Santas Reliquias son llevadas en procesión, con gran solemnidad y respeto, y son expuestas a la adoración de los fieles.
En su infinita misericordia, quiso Dios, volver a conducir a la Fe, a aquel infeliz monje, y así mostrar constatando por los sentidos, el milagro de la Transubstanciación, que se realiza diariamente en todas las celebraciones eucarísticas del mundo entero.
Pidamos a Ella, por la intercesión de la Virgen del Santo Milagro, que nos confirme permanentemente en nuestra fe eucarística, a fin de que nunca necesitemos de una muestra sensible, para adorar la Sagrada Eucaristía, primer objeto de todas nuestras devociones.