¿Cuál es el mayor error que cometemos cuando rezamos?

María, menciona con tanta frecuencia la oración que me gustaría preguntarle por qué le da tanta importancia.  


—La oración nos acerca a Dios. Mírelo de este modo. Lo primero que les damos a los amigos es nuestro tiempo y ellos hacen lo mismo. Si no dedicamos tiempo a nuestros amigos, no pasará mucho hasta que nos encontremos completamente solos y perdidos y en la oscuridad. Así que cuando le damos nuestro tiempo a un amigo hacemos dos cosas: escuchamos y hablamos. Y si queremos conservar su amistad, escuchar es más importante que hablar. Dos verdaderos amigos pueden apoyarse mucho simplemente con estar uno junto al otro en silencio. En la mayoría de las ocasiones, la oración consiste simplemente en estar con Dios en silencio: escuchándole, observándole y sumergiéndose en Él. No hay nadie a quien Dios ignore. Y al rezar, le estamos dedicando tiempo a nuestro mejor amigo, al amigo que nos dio la vida. ¿No sería oportuno entonces devolverle algo del tiempo que Él mismo ha creado y nos ha regalado? Creo que era san Agustín quien decía que la oración es el mayor logro del hombre y el mayor regalo que ha hecho Dios al hombre.


—¿Cuál piensa que es el mayor error que cometemos cuando rezamos?

—Me parece que muchos corren hacia Dios solamente cuando tienen problemas o cuando creen que necesitan algo. Las oraciones de petición están bien y por supuesto también son escuchadas, pero deberíamos estar siempre alabando a Dios y agradeciéndole todo lo que nos ha dado y todo lo que ha hecho con nosotros y por nosotros. En nuestro mundo actual hay muchas personas desagradecidas que lo dan todo por sentado. Y eso conduce rápidamente a la codicia y luego al odio. La enseñanza implícita de la sociedad actual, que todos deberíamos tener las mismas oportunidades para lograr un título universitario y una casa grande con dos coches, no viene de Dios. Dios revela sus mayores secretos y concede sus mayores alegrías a los más pequeños de entre nosotros. Satanás promete el poder, las influencias y el éxito. Dios promete paz, alegría y plenitud. La más superficial de todas las oraciones es: "Dios dame esto", "Dios dame lo otro". Si volvemos de nuevo al ejemplo del amigo, ¿cuánto tiempo se quedaría con nosotros si no hacemos más que decirle: "necesito esto", "dame esto otro"? Los niños muy pequeños atraviesan esta etapa de su desarrollo social cuando descubren su propia individualidad. Les vemos lanzando los cubos de plástico a la cabeza de otro niño, quitándose la pala de un tirón y echándose arena a los ojos. En esta etapa se les debe enseñar la disciplina. Las oraciones también deben incluir "hola", "gracias", "perdón" y "te quiero".

—Entonces, ¿debemos aprender a hacer oración y a desarrollarla?

—Sí, así es. Debemos aprender a hacerla, y a desarrollarla, desde nuestro interior, donde Dios realiza el mayor de los milagros. Las personas verdaderamente piadosas no dan nada por sentado y
enseguida ven, escuchan y palpan la grandeza de Dios en las cosas más pequeñas, tanto interna como externamente. Al orar le ofrecemos a Dios todo lo que tenemos dentro y todo lo que se encuentra a nuestro alrededor. Los niños aprenden a hablar solo cuando escuchan, y esto también debería darse entre el niño y Dios. Si el niño comprende que Dios está siempre a su lado, aprenderá rápidamente que le quieren y que se encuentra protegido. Y es algo que no lo puede hacer solo su familia y sus profesores. Un niño sensible que no conoce a Dios puede sentirse perdido cuando aprende que sus padres y sus mejores amigos también cometen errores. Los niños que sí lo conocen encuentran el equilibrio y son fortalecidos enormemente. Son los que aprenden a relacionarse afectivamente con todos y con todo lo que tienen a su alrededor. 

Los niños a quienes se les niega que puedan conocer a Dios crecen con miedo, lo que les lleva a la necesidad de buscar el poder, un estatus y bienes materiales. Y entonces nunca llegan a disfrutar de la paz que Dios quiere para todos. ¡No podemos culpar a Dios por cómo está el mundo hoy en día! El mundo está así como consecuencia de habernos alejado de Él. Todo lo que nos preocupa y nos hiere hoy en día es fruto de haber ignorado a Dios. Volvamos a Él, volvamos a rezar, y los resultados se verán inmediatamente. Dios es el único amigo que nunca, nunca, duerme.


—Entonces, si debemos aprender a rezar, ¿quiere decir que debemos empezar primero dando pequeños pasitos, como hacen los niños?


—Sí, exacto. Siempre y cuando seamos muy conscientes de que no debemos juzgar las oraciones; no existen oraciones pequeñas o grandes, oraciones de sobresaliente o de suspenso. Dios es Dios, y el verdadero santo es quien se hace completamente humilde ante Él. Por eso la Madre Teresa podía decir con sinceridad: "soy mucho más pecadora que cualquiera".

—¿Cuál sería su consejo para alguien que nunca ha hecho oración y quiere empezar a hablar con Dios esta tarde?

—Que apague la televisión, que ignore... o mejor que desconecte el teléfono, que se vaya a su cuarto y cierre la puerta. La oración es lo único con lo que podemos permitirnos ser completamente egoístas. Después, en silencio, que le diga a Dios que desea estar cerca de Él. Es algo que hay que hacer de manera habitual, sin dejar que Satanás nos aparte de Dios con su palabrería del "yo, yo, yo". Después, que aprenda más sobre Jesús, su sagrada familia y sus discípulos. Son pasos pequeños y constantes para entrar en la presencia de su amor total. Luego que ponga en un rincón de su habitación, donde encuentre la paz y el silencio, una imagen de Jesús o una cruz. Allí escuchará a Dios más claramente. Que vuelva su corazón en dirección a Dios. Que se lo entregue a Dios, solo a Dios, durante ese tiempo. Se puede comenzar, quizá, con quince minutos y aumentar gradualmente el tiempo hasta una hora. Si se hace oración durante un mes, nos sorprenderemos de la paz y la alegría que nos proporcionará, pero debo prevenir de algo: habrá distracciones que intenten distraernos de la oración y de Dios. 

Hay que ignorarlas con tranquilidad, pero con firmeza, y simplemente continuar con la oración.
Luego, si sentimos la necesidad de cambiar toda la vida (y hoy en día el mundo está repleto de esta necesidad) habrá que acudir a un buen sacerdote y decirle que nos hemos alistado en el jardín de infancia de Dios y que queremos continuar este camino junto a otras personas. Para Dios, todos nos encontramos en la guardería. La conversión implica un cambio del corazón. La conversión significa parar todo lo que bloquea nuestro camino hacia Jesús.
Podemos tomar entonces la Biblia y llevárnosla a nuestro rinconcito "egoísta". Si ofrecemos todo a Dios y a su Santa Madre, al poco tiempo nos encontraremos inmersos en un estado de paz. No ha habido nunca una sola persona que en algún lugar de su corazón no sintiera la necesidad de tener paz. Dios mismo ha dicho: "Antes de que te formaras en el vientre, te conocía". Y esa

experiencia (que nuestra alma se encuentre en la paz del Señor) se encuentra presente en cada alma
[20] en algún grado .
El mejor de los maestros para llegar rápidamente a Dios es su Madre, que después de todo también fue su maestra y su guía. Si en su iglesia se ignora a María, o se sostiene que su papel no es necesario, entonces hay que decir al sacerdote que reinstaure su culto o seguir buscando hasta encontrar a alguien que pueda ayudarnos.

Existen hoy en día, por ejemplo, santuarios marianos o centros de Medjugorje prácticamente en todos los estados y todos los países. Allí se pueden pedir los mensajes y llevárselos a casa. Se pueden estudiar en nuestro tiempo de meditación, pero no hay que ir demasiado rápido. Meditar un mensaje cada tres o cuatro días es más que suficiente. Así como todos hemos crecido poco a poco, también nos iremos acercando a Jesús paso a paso con lo que ella nos dice. Una vez que hayamos dado estos pequeños pasos para cambiar de vida, muy pronto nos daremos cuenta (y esto lo aseguro con todo mi corazón) de lo verdaderamente importantes que son. Hay que hacerlo con el corazón y no con la mente. Hay muchos teólogos brillantes que tienen aún que descubrir a Dios en las cosas más simples y puras.