Cómo leer un libro espiritual

Con el fin de sacar el mayor fruto posible de la lectura, conviene, en primer lugar, encomendarse a Dios antes de empezar, pidiéndole que ilumine nuestra mente sobre aquello que vamos a leer. Ya dije antes que el Señor mismo se digna hablarnos por medio de los libros espirituales; de ahí la conveniencia de invocarle al comenzar: Hablad Señor que vuestro siervo escucha, porque quiere obedeceros en todo lo que le indiquéis ser voluntad vuestra. 


En segundo lugar, hay que leer, no para adquirir ciencia o por curiosidad, sino con intención de progresar en el amor de Dios. 

Advertía San Gregorio: «Hay muchos que leen y se quedan en ayunas», como si nada hubieran leído, porque han leído por pura curiosidad, y de eso reprendió el santo al médico Teodoro, porque, al leer las Sagradas Escrituras, lo hacía tan atropelladamente, que no podía sacar ninguna utilidad.

Para sacar provecho de los libros espirituales hay que leerlos pausadamente y con reflexión; «alimenta tu alma —aconseja Cesáreo— con los libros divinos». Pues si el alimento ha de aprovechar, no basta tragarlo, hay que someterlo a la masticación; he ahí la tercera condición para sacar abundante fruto de la lectura espiritual: hay que masticar o considerar despacio lo que se lee, haciendo las oportunas aplicaciones del santo a sí mismo. Y cuando se llega a un pasaje que impresiona más —indica San Efrén—, que se vuelva a leer.

Además, cuando en la lectura se recibe alguna luz especial, por alguna máxima o algún acto de virtud allí referido, y se siente que aquello penetra el corazón conviene cerrar el libro, levantar el espíritu a Dios y tomar alguna resolución, o hacer algún acto fervoroso o una súplica ardiente a Dios: «Que la lectura deje paso a la oración», apunta San Bernardo. Será muy buena cosa retirarse entonces a orar, mientras se sienta la influencia de aquel vivo sentimiento que nos conmovió imitemos a la abeja, que no se posa en la segunda flor mientras no ha chupado toda la sustancia de la primera; no importa que se pase así todo el tiempo destinado a la lectura, porque, de ordinario, suele ser para mayor provecho del espíritu; bien puede suceder que la lectura de un versículo deje más fruto que si se hubiera leído una página entera.

Conviene, antes de acabar la lectura, escoger de entre lo leído algún piadoso pensamiento para llevarlo consigo, como llevamos una flor al salir de un jardín donde nos hemos recreado unas horas con sus delicias. 

San Alfonso M Ligorio