El gran poder de una pequeña oración

—¿Cuál sería su consejo para alguien que nunca ha hecho oración y quiere empezar a hablar con Dios esta tarde? 


—Que apague la televisión, que ignore... o mejor que desconecte el teléfono, que se vaya a su cuarto y cierre la puerta. La oración es lo único con lo que podemos permitirnos ser completamente egoístas. Después, en silencio, que le diga a Dios que desea estar cerca de Él. Es algo que hay que hacer de manera habitual, sin dejar que Satanás nos aparte de Dios con su palabrería del "yo, yo, yo". Después, que aprenda más sobre Jesús, su sagrada familia y sus discípulos. Son pasos pequeños y constantes para entrar en la presencia de su amor total. Luego que ponga en un rincón de su habitación, donde encuentre la paz y el silencio, una imagen de Jesús o una cruz. Allí escuchará a Dios más claramente. Que vuelva su corazón en dirección a Dios. Que se lo entregue a Dios, solo a Dios, durante ese tiempo. Se puede comenzar, quizá, con quince minutos y aumentar gradualmente el tiempo hasta una hora. Si se hace oración durante un mes, nos sorprenderemos de la paz y la alegría que nos proporcionará, pero debo prevenir de algo: habrá distracciones que intenten distraernos de la oración y de Dios. Hay que ignorarlas con tranquilidad, pero con firmeza, y simplemente continuar con la oración.

Luego, si sentimos la necesidad de cambiar toda la vida (y hoy en día el mundo está repleto de esta necesidad) habrá que acudir a un buen sacerdote y decirle que nos hemos alistado en el jardín de infancia de Dios y que queremos continuar este camino junto a otras personas. Para Dios, todos nos encontramos en la guardería. La conversión implica un cambio del corazón. La conversión significa parar todo lo que bloquea nuestro camino hacia Jesús.
Podemos tomar entonces la Biblia y llevárnosla a nuestro rinconcito "egoísta". Si ofrecemos todo a Dios y a su Santa Madre, al poco tiempo nos encontraremos inmersos en un estado de paz. No ha habido nunca una sola persona que en algún lugar de su corazón no sintiera la necesidad de tener paz. Dios mismo ha dicho: "Antes de que te formaras en el vientre, te conocía". Y esa
experiencia (que nuestra alma se encuentre en la paz del Señor) se encuentra presente en cada alma en algún grado .

El mejor de los maestros para llegar rápidamente a Dios es su Madre, que después de todo también fue su maestra y su guía. Si en su iglesia se ignora a María, o se sostiene que su papel no es necesario, entonces hay que decir al sacerdote que reinstaure su culto o seguir buscando hasta encontrar a alguien que pueda ayudarnos.

Existen hoy en día, por ejemplo, santuarios marianos o centros de Medjugorje prácticamente en todos los estados y todos los países. Allí se pueden pedir los mensajes y llevárselos a casa. Se pueden estudiar en nuestro tiempo de meditación, pero no hay que ir demasiado rápido. Meditar un mensaje cada tres o cuatro días es más que suficiente. Así como todos hemos crecido poco a poco, también nos iremos acercando a Jesús paso a paso con lo que ella nos dice. Una vez que hayamos dado estos pequeños pasos para cambiar de vida, muy pronto nos daremos cuenta (y esto lo aseguro con todo mi corazón) de lo verdaderamente importantes que son. Hay que hacerlo con el corazón y no con la mente. Hay muchos teólogos brillantes que tienen aún que descubrir a Dios en las cosas más simples y puras.

—¿Dicen algo las benditas ánimas del purgatorio cuando se dan conversiones en sus familias?
—¡Oh, sí! Muestran una gran, gran alegría y, por supuesto, ellas también ayudan en el proceso de conversión de sus parientes.



—¿Puede darme un ejemplo de una pequeña oración que haya marcado una gran diferencia?
—Sí, toda oración, por más pequeña que sea, es escuchada. Déjeme pensar. ¡Oh, sí!, y en este caso también se trata de un alma que vino a mí hace algunos años.
Una noche se me presentó un hombre, y tras haberme dicho lo que necesitaba para ser liberado se quedó parado delante de mí y me preguntó: "¿Me conoces? ". Tuve que contestarle que no. Entonces me recordó que muchos años atrás, en 1932, cuando yo tenía solamente diecisiete años, había viajado conmigo durante un breve tiempo en el mismo compartimiento de un tren en dirección a Hall. Entonces lo recordé. Este hombre se había quejado amargamente de la Iglesia y de la religión, y yo respondí a sus quejas diciéndole que no era una buena persona por criticar cosas tan sagradas. 

Mi respuesta le sorprendió, le enfadó y me dijo: "Todavía es muy joven para que puedas echarme un sermón". Entonces simplemente no pude resistir ser un poco grosera y le grité: "¡Aun así soy más inteligente que usted! ". Eso fue todo, se puso a leer el diario y no dijo una palabra más. Cuando llegó a su estación y se bajó del tren, lo único que hice fue rezar por lo bajo: "Jesús, no permitas que esta alma se pierda". Y cuando se me presentó, me dijo que esa pequeña oración lo había salvado de perderse.


Entrevista a María Simma