La vida de Jesús y sus apóstoles

De la obra de Catalina Rivas, Bolivia (Del Sinaí al Calvario) 


Hay una nueva escena ante mis ojos, y comprendo que Jesús me permite ver lo que estaba recordando, lo que había sucedido no mucho tiempo atrás, cuando Él comenzó a convivir con Sus discípulos... Veo a Jesús eligiendo a Sus seguidores. 

Uno a uno, los mira, profundamente, amorosa pero firmemente, con mansa autoridad, aquella autoridad que no es prepotencia, sino el fruto de una convicción ante la que nadie puede negarse, y los invita a seguirlo.

De aquellos días, dijo Jesús: “Quise que fuesen Mis discípulos, Mis hermanos, Mis amigos. Es uno mismo quien elige a sus amigos y Yo elegí a los Míos... ¡En cuántas oportunidades tuve que poner paz entre ellos para enseñarles el valor de la amistad! Aún hoy trato de enseñarles a los hombres el sentido comunitario y agápico de esta relación: amistad Conmigo y con los demás.”


“Los amaba, no sólo como Dios, sino también como Hombre. Podía conversar con ellos, podía jugar con ellos, y de hecho, lo hice... Cuando bajábamos a bañarnos en el río, jugábamos echándonos agua, como niños. Tirábamos piedras, como en un concurso y festejábamos con aplausos y risas las piedrecillas que más velozmente y más lejos saltaban.”

“Trepábamos a los árboles, como lo hace cualquier joven. Hacíamos carreras, subíamos a los montes para orar o para comer nuestra pequeña merienda. 

Compartíamos anécdotas y risas, como todos los hombres lo hacen cuando viven en comunidad, pero siempre concluíamos esos encuentros con una oración de gratitud al Padre, por permitirnos vivir aquellos momentos.”

“Tampoco fueron pocos los días en que no teníamos tiempo ni siquiera para comer, pero siempre procuré hacer las tareas de ellos para que apreciaran el ejemplo. Mi alimento era hacer la Voluntad de Mi Padre, ese era Mi objetivo, Mi descanso, Mi felicidad...”

“Podía instruirlos y escuchar sus inquietudes, sus secretos, y aunque veía en el fondo de ellos, Me sentía feliz de que quisieran hacerme partícipe de su intimidad. 

A Mi vez, les di tanto amor, paciencia, instrucción, abrazos... Todo lo que puede darse a un amigo... Pero, no era suficiente, debía dar la vida por ellos y no dudé en hacerlo.”

“Por eso estoy clavado agonizando en esta Cruz, por ellos, por todos ustedes...”

¡Dios mío, cuánto dolor y cuánto Amor!

Vi resbalar dos lágrimas de los grandes ojos de Jesús y hubiera dado la vida por secarlas con mis labios. ¡Tan dolorosas y llenas de Amor! Entonces comprendí que nadie merece las consideraciones de Jesús. No las merecieron Sus discípulos y amigos entonces, no las merecemos nosotros hoy.