Castigos terribles (a los sacrílegos)





Blog de san Miguel Arcángel
Es espeluznante el caso de un desgraciado que, públicamente, se jactaba de ser ateo y de aborrecer a los curas, a la Iglesia, sus fiestas y Sacramentos. Cuantas veces afeaban su parecer y pretendían convencerle de sus desatinos y necias palabras, exponiéndose al peligro de una mala muerte, contestaba él: ––A la hora de la muerte ya me entenderé yo solo con Dios, y, por lo que hace al honor de mi familia, no me faltará tiempo para simular que comulgo convencido y bien preparado. ¡Qué desgraciado! Sobrevínole una enfermedad mortal, y al decirle que sería conveniente llamar al sacerdote, contestó: ––Yo siempre estoy bien con Dios; al confesor no tengo nada que decirle: que me traigan la Comunión. Con mucho pesar se le trajo la Comunión para complacer a los parientes, y esperando que volvería en sí. La recibió como la puede recibir un incrédulo, sin fervor, sin devoción, sin respeto y como si se burlara, con la mayor indiferencia. Pero ¿qué sucedió?Que apenas hubo pasado la Sagrada Forma, se estremece, se retuerce en modo horrible y grita: Que me quemo, que me abraso. —Y así, gritando, muere desesperado, dejando en todos segura impresión de un merecido castigo.
Peor suerte tuvo otro individuo del mismo lugar. Este no se las daba de irreligioso, pues le convenía proceder así; más bien era amigo de los sacerdotes y frecuentaba la Iglesia y recibía los Sacramentos. Pero al mismo tiempo vivía con malos compañeros y era asiduo también a las casas de perdición, sin preocuparse de su conciencia, ni del buen ejemplo, ni de la vida cristiana. Nadaba a dos aguas, como decimos nosotros; lo mismo trataba con los sacerdotes que con el demonio. Estando para morir, pues la muerte no respeta a nadie, llamó a tiempo al sacerdote, se confesó y se le quiso administrar el Santo Viático; pero al momento se hinchó en forma horrible, los ojos se le cerraron de tal manera que apenas se le notaban; la boca se le estiró; y en tal forma se le cerró que fué imposible de todo punto hacerle pasar ni siquiera una pequeña partícula de la Sagrada Forma. Jesucristo, infinitamente bueno, no quiso entrar más en aquel cuerpo, reo de tantos sacrilegios, ni consintió fuera recibido sacrílegamente por última vez. Los fieles que habían acompañado al Santísimo Sacramento comentaban el hecho, que les sirvió de provechosa lección.