Jesús y las lágrimas de la mujer

[Extracto alocución del Papa Pio XII en la audiencia del 20 de Agosto de 1941] 
Y, sin embargo, la fuente, el alimento y el sostén de la alegría y de la paz en la familia ha de ser la mujer, la esposa, la madre. ¿No es ella la que aumenta, estrecha y une en el amor al padre con los hijos; la que con su afecto en cierto modo compendia en si toda la familia, a la que vigila, guarda, protege y defiende?. Ella es el cántico de la cuna, la sonrisa de los niños sonrosados y vivaces o llorones y enfermizos, la primera maestra que les enseña el cielo, la que hace postrar a sus hijos e hijas ante los sagrados altares y la que a veces les inspira los más sublimes pensamientos y deseos.
(...)Y permitid que demos a la madre y a la mujer fuerte otra alabanza, al alabanza del heroísmo en el dolor, como corresponde a la que con frecuencia, en la escuela de la desgracia, de la aflicción y de la pena, es más impávida, intrépida y resignada que el hombre, porque el amor sabe aprender del dolor.

Contemplad las piadosas mujeres del Evangelio que siguen a Cristo cuidándole con sus bienes, y que en el camino del Calvario le acompañan llorando hasta la Cruz. El corazón de Cristo es todo misericordia para las lágrimas de la mujer; bien lo supieron las afligidas hermanas de Lázaro, la desconsolada viuda de Naím, y Magdalena cuando lloraba junto a su sepulcro. Y también, en esta hora que transcurre cruenta, ¿quién será capaz de decir a cuantos viudas de Naím, a cuantas madres, aunque no les resucite a su hijo muerto, el benigno Redentor les infunde en su corazón el bálsamo de su consoladora palabra: Noli flere: no lloreis?.