Jesús habla de la mujer de Pedro

2-153-412 (3-13-47).- De la obra de María Valtorta



* “En mi Iglesia habrá un gran florecimiento de vírgenes, de esposas, de madre santas”.-


■“¿Qué te pasa, Pedro? Me parece que estás de mal humor” pregunta Jesús que camina por un pequeño sendero del campo bajo las ramas de almendros en flor que anuncian que el tiempo inclemente ha acabado. 

Pedro: “Pienso, Maestro”. 

Jesús: “Que estás pensando lo veo. Pero tu cara me dice que no piensas en algo alegre”. 

Pedro: “Tú que sabes todo lo nuestro, lo sabes”. 

Jesús: “Claro, lo sé ya. También Dios Padre conoce las necesidades del hombre, pero quiere que haya en el hombre la confianza que exponga las propias necesidades y que pida ayuda. Te puedo asegurar que no tienes razón en estarte atormentando”. 

Pedro: “¿Entonces tú no quieres mucho a mi mujer? ¿No es verdad?”. 

Jesús: “Claro que la quiero, Pedro. ¿Por qué no debía quererla? Mi Padre tiene en el Cielo muchas moradas, como muchas son en la tierra las misiones del hombre. Y todas son benditas si se llevan a cabo santamente. ¿Podría yo decir que las mujeres que no siguen a las Marías y a Susana, Dios no las va a ver con buenos ojos?”. 

Bartolomé dice: “¡No, eso no! Mi mujer también cree en el Maestro, pero no sigue el ejemplo de las otras”. 

Felipe dice: “Ni tampoco la mía, ni mis hijas; no dejan la casa, pero siempre están dispuestas a abrir las puertas al huésped, como hicieron ayer”. 

Iscariote dice:  “Creo que lo mismo hará mi madre. No puede dejarlo todo… está sola”. 

Pedro: “¡Es verdad, es verdad!  Estaba yo muy triste porque me parecía que la mía fuese tan… tan poco… ¡Oh, no sé explicarme!”. 

Jesús: “No la critiques, Pedro. Es una buena mujer”. ■  

Andrés: “Es muy tímida. Su madre las hizo plegarse a todas, hijas y nueras, como a ramitas tiernas”. 

Pedro: “¡Pero después de haber estado conmigo tantos años, debía haber cambiado!”. 

Andrés:  “¡Ay, hermano! No es que tú seas muy dulce, ¿sabes? 
Mi cuñada es muy buena;  y se ve por el solo  hecho de que siempre ha soportado con paciencia el mal carácter de su madre, y tus arbitrariedades”.

Todos se echan a reír por la conclusión tan franca de Andrés y por la cara de sorpresa, que pone Pedro al oír que le llama arbitrario. 

■ También Jesús ríe de buena gana. Luego dice: “Las mujeres fieles que no se sienten con  fuerzas de dejar su casa para seguirme, igualmente me sirven quedándose en ella. Si todas hubiesen querido venir conmigo, habría tenido que ordenar a algunas de ellas que se quedasen. Pero ahora que las mujeres se van a agregar a nosotros, debo preocuparme también de ellas. No sería ni decente ni prudente que las mujeres se vieran sin morada yendo de un lado para otro. 

Nosotros podemos echarnos a descansar en cualquier parte. La mujer tiene otras necesidades y necesita un cobijo. Nosotros podemos quedarnos en un solo cuarto. Ellas no podrían estar entre nosotros, tanto por respeto como por prudencia respecto a su constitución más delicada. 

No se debe jamás tentar a la Providencia ni la naturaleza más allá de sus límites. Voy a hacer ahora de cada casa amiga, donde hay una mujer vuestra, un cobijo para las hermanas, hermanas de vuestras mujeres: de tu casa, Pedro; de la tuya, Felipe; de la tuya, Bartolomé; y de la tuya, Judas. 

No podemos imponer a las mujeres el incansable caminar que vamos a llevar nosotros. Las dejaremos en el lugar de encuentro del que partiremos cada mañana para volver por la noche, y allí nos esperarán. Las instruiremos durante las horas de descanso. El mundo no podrá murmurar respecto a si algunas infelices criaturas vengan a Mí, y tampoco se me impedirá el poderlas escuchar. 

Las madres y las mujeres casadas que nos sigan, nos protegerán, tanto a ellas como a nosotros, de la maledicencia del mundo. Como veis,  estoy haciendo un viaje rápido para saludar a los amigos que tengo o sé que los tendré. Pero no lo hago por Mí, sino por los discípulos más débiles: ellas, con su debilidad sostendrán nuestras fuerzas y las harán útiles para tantas almas”. 

■ Pedro: “Has dicho que ahora vamos a Cesarea. ¿Allí quién está?”. 

Jesús: “En todas partes hay criaturas que esperan al Dios verdadero. Ya la primavera manda sus primeros anuncios de presencia con el florear rosado de los almendros. Los días de escarcha han terminado. Dentro de poco tendré establecidos los lugares de tránsito y de alojamiento para las discípulas; entonces volveremos a ponernos en camino, esparciendo la palabra de Dios sin la preocupación por las hermanas, sin miedo a la calumnia. Su paciencia y dulzura os servirán de lección. 

También para la mujer está ya sonando la hora de rehabilitación. En mi Iglesia habrá un gran florecimiento de vírgenes, de esposas, de madres santas”. (Escrito el 3 de Mayo de 1945).
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