Quién puede recibir la Eucaristía: Müller interpreta a Francisco

Parte de la exégesis que el prefecto de la doctrina de la fe hace de las palabras de Francisco que más se han prestado a equívocos. Sobre homosexualidad, comunión a los divorciados que se han vuelto a casar, Lutero, sacerdocio femenino, celibato del clero
por Sandro Magister 


Sobre la Comunión:
El Papa Francisco dice en la “Evangelii gaudium” (n. 47) que la Eucaristía “no es un premio para los perfectos sino un generoso remedio y un alimento para los débiles”. Vale la pena analizar esta frase con profundidad, para no equivocar su sentido.
En primer lugar, hay que destacar que esta afirmación expresa la primacía de la gracia: la conversión no es un acto autónomo del hombre, sino que, en sí, es una acción de la gracia. Pero de ello no se puede deducir que la conversión sea una respuesta externa de agradecimiento por lo que Dios ha hecho en mí aunque por su cuenta, sin mí. Tampoco puedo concluir que cualquiera puede acercarse a recibir la Eucaristía aunque no esté en gracia y no tenga las debidas disposiciones, solo porque es un alimento para los débiles.
Ante todo, deberíamos preguntarnos, ¿qué es la conversión? Es un acto libre del hombre y, a la vez, es un acto motivado por la gracia de Dios que previene siempre los actos del hombre. Es por ello un acto integral, incomprensible si la acción de Dios se separa de la acción del hombre. […]
En el sacramento de la penitencia, por ejemplo, se observa con toda claridad la necesidad de una respuesta libre por parte del penitente, expresada en su contrición del corazón, su propósito de la enmienda, su confesión de los pecados, su satisfacción. Por eso la teología católica niega que Dios haga todo y que el hombre sea puro recipiente de las gracias divinas. La conversión es la nueva vida que se nos da por gracia y a la vez, también, es una tarea que se nos ofrece a modo de condición de la perseverancia en la gracia. […]
Hay solo dos sacramentos que constituyen el estado de la gracia: el Bautismo y el sacramento de la Reconciliación. Cuando uno ha perdido la gracia santificante, necesita del sacramento de la Reconciliación para recuperar ese estado, no como mérito propio sino como regalo, como un don que Dios le ofrece en la forma sacramental. El acceso a la comunión eucarística presupone ciertamente la vida de gracia, presupone la comunión en el cuerpo eclesial, presupone también una vida ordenada conforme al cuerpo eclesial para poder decir “Amén”. San Pablo insiste en que quien come el pan y bebe el vino del Señor indignamente, será reo del cuerpo y la sangre del Señor (1 Cor 11, 27).
San Agustín afirma que “el que te creó sin ti, no te salvará sin ti” (Sermo 169). Dios pide mi colaboración. Una colaboración que es también regalo suyo, pero que implica mi acogida de ese don.
Si las cosas fueran de otra forma, podríamos caer en la tentación de concebir la vida cristiana al estilo de las realidades automáticas. El perdón, por ejemplo, se convertiría en algo mecánico, casi en una exigencia, no en una petición que depende también de mí, pues yo la debo realizar. Yo iría, entonces, a la comunión sin el estado de gracia requerido y sin acercarme al sacramento de la Reconciliación. Daría incluso por sentado, sin ninguna evidencia para ello a partir de la Palabra de Dios, que este me concede privadamente el perdón de mis pecados para esa misma comunión. Este es un concepto falso de Dios, es tentar a Dios. Conlleva también un concepto falso del hombre, al minusvalorar lo que Dios puede suscitar en él.