Farmafiestas, la nueva moda entre adolescentes

ACEPRENSA 

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Hacer una “farmafiesta” (skittles party) se está convirtiendo en una moda entre los adolescentes norteamericanos. Consiste en montarse una fiesta a base de consumir medicamentos mezclados con alcohol. Basta con asaltar el botiquín que suelen tener los padres en casa y, sin atender a los nombres ni a los prospectos, hacerse con un arsenal de pastillas de todo tipo: una de cada caja, por ejemplo. Se colocan todas mezcladas en un recipiente y se comienzan a consumir aleatoriamente acompañadas de un trago que no sea de agua y… a esperar el efecto.
Lo que se hace en una “farmafiesta” no es otra cosa que jugar a la ruleta rusa. La única diferencia es que en la nueva forma de jugar el tambor del revólver no está cargado con balas sino con esa química legal que tenemos en nuestras casas: ansiolíticos, antibióticos, antiinflamatorios, diuréticos, somníferos, antisépticos… La renovada ruleta rusa consiste en tomar una de las pastillas al azar, tragársela (con ayuda de un poco o un mucho de alcohol) y apretar el gatillo. Solo resta esperar a ver qué pasa, qué sensaciones aparecen, qué se experimenta.
Podemos imaginar qué es lo que pasa, o mejor, constatar que no se trata de nada bueno, pues ya se han producido cuadros clínicos de sobredosis y algunas muertes. Por ejemplo, el joven Mitchell Maxwell, de Knoxville (Tennessee), murió después de una “farmafiesta” en 2013, pocos días antes de comenzar la universidad (ver).
A parte del evidente riesgo de toxicidad, las “farmafiestas” son doblemente peligrosas porque cuentan con el visto bueno de los padres, ya que se hacen en casa y lo que se consume está “en casa”. Lo padres están tranquilos porque sus hijos no salen y no sospechan que el remedio puede convertirse en más inseguro que la enfermedad.
La costumbre que perdura en muchas familias de tener una minifarmacia en el hogar, de reunir un depósito de medicinas “por si acaso”, de no reciclar con suficiente periodicidad o de disponer medicamentos insospechados fruto de esa “enfermedad” congénita de automedicarnos, hacen que esos adolescentes aburridos y con ganas de experimentar tengan a su alcance un arsenal químico gratuito y terrible.
El cóctel destructivo no es medicinas con alcohol, sino adolescencia con aburrimiento, vale también mezclarla con vacío interior, falta de miras, no saber qué hacer, abandono (sí, ese que experimentan los adolescentes cuando sus padres parece que han arrojado la toalla). Las ganas de experimentar multiplicadas por sí mismas producen una tremenda explosión que solo en contadas ocasiones se llega a oír afuera.
Muchos padres se aplican eso de mantener las medicinas fuera del alcance de los niños. Pero cuando ya los niños dejan de serlo, parece que son ellos los que se mantienen fuera del alcance de sus hijos adolescentes. Curiosamente la sobreprotección de sus pequeños se combina con un abandono (seguramente inconsciente) posterior. Sobreprotección más abandono, un cóctel terrible, tan irracional como montarse una “farmafiesta”.