Por qué se puede criticar la actuación de un Papa


Del blog The Wanderer


El diccionario de nuestra lengua define a una persona miserable como una persona ruin o canalla, es decir, despreciable. Es el mejor adjetivo que puede adjudicarse al arzobispo argentino Marcelo Sánchez Sorondo, canciller de la Pontificia Academia de Ciencias. 

La Nación de hoy publica un reportaje que le hizo otro despreciable personaje argentino, la periodista Elizabetta Piqué. Allí, el prelado afirma entre otras cosas que “…es muy curioso que todo lo que haga [el Papa Francisco] lo critiquen, porque no se debe criticar a Pedro. Y tanto menos los que se dicen católicos y de comunión diaria”. 

Cualquier católico medianamente formado estará de acuerdo conmigo en que esta afirmación es propia de un canalla que se está aprovechando de su puesto e investidura, y de la oportunidad que le brinda su compinche Piqué a través de La Nación, para esparcir una mentira, confundir aún más los fieles y operar políticamente contra de Elisa Carrió y, en definitiva, contra el presidente Macri. 

Por supuesto, detrás de todo esto está la figura del peronista orillero que se sienta en la sede de Pedro. La conclusión que cualquier católico debería sacar fácilmente de la afirmación de Mons. Sánchez Sorondo es que criticar al Papa equivale a criticar a San Pedro y eso no puede ser admitido en un católico. Es decir, quienes critican al Papa están en contra de Pedro y, por tanto, en contra de la Iglesia. Algunos integrantes del gobierno macrista critican al Papa, ergo… Pero la jugada no les está saliendo como pretendían: basta mirar los cientos de comentarios que los lectores del diario han dejado a la nota en la que llenan de los epítetos más pintorescos tanto al prelado como al jefe de la pandilla.

Mons. Sánchez Sorondo, durante el pontificado del papa Benedicto se distinguió por la adhesión a su magisterio y a su figura y, también, como uno de los pilares más importantes, junto a cardenal Sandri, de la resistencia argentina en Roma a quien era entonces arzobispo de Buenos Aires, el cardenal Bergoglio.

Cuentan las malas lenguas que, apenas elegido Bergoglio como Sumo Pontífice, y a imitación de lo que había hecho raudamente un conocido arzobispo argentino, Mons. Sánchez Sorondo se postró (literaliter) delante del nuevo Papa Francisco implorando su perdón y poniéndose a su entera disposición puesto que, con razón, temía terminar misericardiado como secretario de nunciatura en Bagdad o en Antananarivo. Y claro, el Papa Francisco le otorgó un perdón similar al agradecimiento que le solicitó el elefante a la hormiguita; y lo peor de todo, es que Mons. Sánchez Sorondo aceptó ese perdón y, automáticamente se convirtió en un miserable y en un canalla.

Al contrario de lo que afirma el arzobispo en la nota, a Pedro se lo debe criticar cuando es necesario hacerlo. Y el primero que lo hizo, y en términos bastante duros, fue el apóstol Pablo y, detrás de él, lo hicieron cientos de santos, desde San Atanasio a Santa Catalina de Siena. No se puede criticar a Cristo ni a su Revelación y, en todo caso, no se podría criticar al Papa cuando se pronuncia excátedra, pero en el resto de lo que dice o hace, el Papa puede, y debe ser criticado cuando se equivoca. Si así no fuera, se estaría otorgando al Romano Pontífice un estatus comparable a una de las Personas Divinas, porque sería impecable e infalible, y sabemos que no lo es.


Más aún, los que deben criticar al Papa cuando se equivoca, son justamente los católicos de comunión diaria. Que lo critiquen los paganos, o los musulmanes, o los enemigos de la fe, sería para él, y para nosotros, una prenda de prestigio. Pero son justamente los católicos formados y que llevan una vida espiritual profunda, los que están más capacitados para percibir ese sensus fidelium, ese sentido de los fieles, que pueden percibir, -o casi olfatear-, cuando algo va en contra de la fe que Dios nos ha dado. 


Por supuesto, no estoy defendiendo aquí a la Gorda Carrió, ni a Macri ni a su gobierno, todos los cuales me importan un bledo. Estoy señalando simplemente la mentira que profiere sin sonrojarse un alto prelado de la Iglesia y la consecuente confusión y daño que causa.