Bergoglio, inductor de: controversias, interpretaciones opuestas, polarizaciones, perplejidad de fieles y sacerdotes, incertidumbres en las conferencias episcopales”.


23 agosto, 2016 
Son los cuatro postulados en los que inspira continuamente su gobierno de la Iglesia, el primero de los cuales dice que “el tiempo es superior al espacio”. El problema es que no se sostienen. Un culto monje benedictino explica por qué
por Sandro Magister
ROMA, 23 de agosto de 2016 – Que “Amoris laetitia” no ha resuelto “todas las discusiones doctrinales, morales o pastorales” respecto a la comunión a los divorciados que se han vuelto a casar está a la vista de todos. Más aún, las ha reavivado más que nunca.
Pero esto es precisamente lo que Francisco quería, de acuerdo con lo que él mismo ha escrito, al comienzo de la exhortación post-sinodal:
“Recordando que ‘el tiempo es superior al espacio’, quiero reafirmar que no todas las discusiones doctrinales, morales o pastorales deben ser resueltas con intervenciones magisteriales”.
Más adelante, en la misma exhortación, Francisco tradujo de este modo esa aseveración suya: “Se trata de generar procesos más que dominar espacios”.
Con esto ha remitido por enésima vez a lo que es un baluarte de su pensamiento: al primero de los cuatro postulados que funcionan como brújula, enumerados por él en el documento programático de su pontificado, la exhortación apostólica “Evangelii gaudium”.
Es el postulado que justamente dice que el tiempo es superior al espacio, mientras que los otros tres son: la unidad que prevalece sobre el conflicto, la realidad que es más importante que la idea, el todo que es superior a la parte.
Durante toda su vida Jorge Mario Bergoglio se ha aferrado a estos cuatro pensamientos-guía y sobre todo al primero:
Y en su magisterio como Papa sigue inspirándose en ellos. Sin esforzarse jamás en explicar su razonabilidad – que para un ojo experto aparece inmediatamente muy frágil – sino más bien insistiendo cada vez en su finalidad práctica, que es principalmente la de “generar procesos”.
No sorprende entonces que esos postulados sean objeto de un análisis crítico, incluso porque no derivan en absoluto de la revelación divina ni tienen ningún fundamento en las Sagradas Escrituras, sino que son un simple producto de una mente humana, pero que el papa Francisco eleva audazmente a principios motores de la vida de la Iglesia.
Un primer análisis crítico profundo, de tipo filosófico, de los cuatro postulados bergoglianos, ha sido formulado en la primavera pasada por el padre Giovanni Scalese, de 61 años de edad, barnabita, desde el 2014 jefe de la misión “sui iuris” de Afganistán, único puesto avanzado de la Iglesia Católica en ese país, y anteriormente docente de filosofía y rector del Colegio alla Querce, de Florencia:
Pero ahora hay aquí un segundo análisis no menos agudo, esta vez por obra del padre Giulio Meiattini, de la Orden de San Benito, monje de la Abadía, en Noci, y docente en la Facultad de Teología, de Puglia, y en el Pontificio Ateneo San Anselmo, de Roma.
El texto íntegro del análisis, claro y bien escrito, está en esta otra página web:
En ese análisis, el padre Meiattini pone al descubierto ante todo la inconsistencia del postulado “el tiempo es superior al espacio”, no sólo desde el punto de vista filosófico sino también lingüístico, al ser el espacio entendido sistemáticamente como “espacio de poder”.
Y luego ataca de lleno la finalidad a la que el Papa remite su postulado: la de “generar procesos”, poniendo en evidencia las contradicciones, incluidas las inherentes a “Amoris laetitia”.
Que evidentemente ha comenzado “procesos”: “debates, controversias, interpretaciones diametralmente opuestas, polarizaciones, perplejidad de fieles y sacerdotes, incertidumbres en las conferencias episcopales”.
Pero “nadie puede decir por ahora que se trate de procesos virtuosos”.
A continuación reproducimos un extracto de esta parte segunda y conclusiva del análisis.
__________
“Nadie puede decir por ahora que se trate de procesos virtuosos”
por Giulio Meiattini OSB
Existe la impresión que la afirmación de la superioridad del tiempo sobre el espacio obedece a un interés: el de generar procesos. […] Pero a pesar de apreciar el estímulo del papa Francisco, ¿es realmente tan vital hoy generar procesos, como para convertirse en una prioridad? ¿Apuntar ciertamente a este objetivo y reclamarlo en forma imperativa es aquello de lo cual tienen más necesidad el hombre o la sociedad actuales, en especial los católicos? ¿Es esto lo que sirve mayormente en esta coyuntura global de la vida de la Iglesia?
Respecto a esto me es lícito expresar una fuerte duda. Hoy en día ya está en marcha un grandísimo número de procesos, además directamente abrumadores y de proporciones frecuentemente gigantescas. La tan citada “liquidez” de nuestra sociedad y de nuestras culturas, las migraciones desde el sur al norte del mundo, el desplazamiento de los equilibrios geopolíticos, los cambios de los valores y las transformaciones aportadas por la técnica en la esfera de la ética, justifican plenamente la feliz expresión del mismo pontífice: “No estamos viviendo una época de cambios, sino un cambio de época”.
Los cambios están en marcha, con un gran alcance y extendidos por todo el planeta. […] Tanto que me parece que se puede decir que el problema principal del hombre es el del inmovilismo, en cuanto no se tienen hoy marcadores y medidores de los procesos en curso. Los movimientos en curso son altamente autorreferenciales, es decir, no tienen efectos externos relativamente estables que de alguna manera los puedan medir u orientar. No tienen una finalidad o un sentido. […]. Si todo se mueve, y si el “cambio” como fin en sí mismo parece ser lo único que permanece, todo resulta equivalente. […] La misma palabra “proceso” que el Papa usa parece así tan neutra que de por sí cualquier cambio es definible como proceso. También el deterioro es un proceso. Pero si lo importante es procesualizar y cambiar, y no se dice el dónde y el cómo al que debe llevar el proceso-cambio ni su por qué, entonces todo se equipara en la multiplicación de los cambios. […]
Mi opinión es que hoy, por parte de la Iglesia, la frase que se esperaría no es la de generar procesos. Tal como he dicho, éstos ya están en marcha y en forma desproporcionada, tanto en sentido positivo como negativo, y no nos esperan a nosotros los cristianos para continuar su curso o para autoalimentarse.
Los procesos generados en los tiempos de la caída del imperio romano y de las invasiones de los nuevos pueblos euroasiáticos no fueron generados por el cristianismo, pero éste supo hacerlos menos devastadores y supo canalizarlos gradualmente gracias a una visión orientada del mundo.
Pero hoy se esperaría que en la labilidad y provisoriedad de las configuraciones sociales y culturales, económicas, políticas y éticas se ofrecieran criterios de valoración y discernimiento, de referencias, de topografías que sirvieran para comprender aproximadamente dónde estamos y hacia dónde quizás avanzamos. En síntesis, se esperaría contar con brújulas y mapas para orientar a los fieles y a los hombres de nuestro tiempo.
La humanidad actual, sobre todo en los países referenciados en la cultura occidental y bajo su influencia, no sufre de estancamiento, sino de desorientación a causa de una excesiva movilidad. Se trata de guiar y gobernar en cuanto es posible las energías ya en movimiento, para que no confluyan en un peligroso caos, sino que se conviertan en constructivas de nuevas disposiciones que puedan ser vividas. También los grandes lobbies de poder, no por casualidad, se sirven de la estrategia de la desestabilización – generando procesos, ¡mira un poco! – para obtener determinadas reacciones favorables a ellos. Generar procesos no es inocente por principio, hacerlo puede también interesarle al poder respecto al cual el Papa justamente nos pone en guardia. […].
La conclusión a la que llego personalmente es que habría que esperar un lenguaje más depurado y una mayor lucidez de pensamiento por parte de los pronunciamientos magisteriales, para bien de todos, desde el momento que un ejercicio correcto de la razón es un buen servicio, no sólo para la teología y la vida de la Iglesia, sino también para una comunicación virtuosa con el mundo de la cultura. Porque más que una mayor importancia de la realidad sobre la idea, habría que recordar que la idea forma parte de la realidad, al ser el pensamiento un modo de ser y el “medium” a través del cual el ser es cognoscible para nosotros y se torna “verum”.
No cuidar la idea y el proceso de ideación (¡también ella es un proceso!), es decir, el pensamiento, correría el riesgo de enajenarnos del ser que está presente en la idea. La imprecisión en el uso de los conceptos y en el ejercicio del pensamiento no permite alcanzar comprensión, sino equívocos y confusión. La Constitución conciliar “Dei Verbum”, expresión de una rica teología de la historia de la salvación y en plena conformidad con la naturaleza sacramental de la Iglesia, nos recuerda la inseparabilidad de los gestos y de las palabras, de los hechos y del lenguaje. No existe una superioridad de los gestos sobre las palabras ni viceversa.
Me preocupa constatar que del principio-postulado aquí examinado se hace un uso enigmático también en el contexto de un documento como “Amoris laetitia”:
“Recordando que el tiempo es superior al espacio, quiero reafirmar que no todas las discusiones doctrinales, morales o pastorales deben ser resueltas con intervenciones magisteriales” (n. 3).
Me pregunto: ¿qué nexo hay entre el principio recordado y la consecuencia tratada? ¿Quizás se intenta decir que los pronunciamientos del magisterio (¿también de “Amoris laetitia”?) son un síntoma de fijación inmovilizadora o de conservación de “espacios de poder”? Lo que está implícito en esta afirmación sinceramente se me escapa.
En todo caso podemos decir que, en nombre de este principio, el efecto que se dio, a continuación de la exhortación post-sinodal sobre la familia, es el de haber generado una serie de “procesos”: debates, controversias, interpretaciones diametralmente opuestas, polarizaciones, perplejidad de fieles y sacerdotes, incertidumbres en las Conferencias Episcopales.
Nadie puede decir ahora que se trata de procesos virtuosos. Personalmente me atrevo a decir que quizás esto no es lo que el tema de la familia hoy necesita mayormente.
¿Por qué después de dos sínodos, ni siquiera se ha gastado una página en esta exhortación sobre la preparación y formación del matrimonio cristiano? Se dice que la “relatio finalis” del segundo sínodo le ha dedicado una atención significativa, aunque me parece que todavía no del todo suficiente. ¿Estamos justamente seguros que hoy se dan los sacramentos a los “cristianos”?
Estoy convencido que el verdadero proceso que la Iglesia necesita comenzar en forma urgente es el de generar la fe y la vida cristiana de los auténticos creyentes a través del Bautismo y de la Iniciación Cristiana. Luego viene el resto, incluso el matrimonio, también la construcción de la paz social y del bien común.
¿Pero hay todavía alguno que piensa en serio en el Bautismo y en el catecumenado? El bautismo no es un postulado, ni tampoco una idea abstracta. Bautizar y hacer discípulos a los pueblos es el corazón de la misión de la Iglesia, es el mandato de Jesús.
__________
Traducción en español de José Arturo Quarracino, Temperley, Buenos Aires, Argentina.
__________