La milagrosa flecha de san Francisco

 En Potenza, ciudad de la Pulla, vivía un clérigo, Rogero de nombre, varón honorable y canónigo de la iglesia mayor.


Atormentado por la enfermedad, entró para orar en una iglesia; había en ella un cuadro de San Francisco, representado con las llagas gloriosas. Al verlas comenzó a dudar de aquel sublime milagro, como cosa del todo insólita e imposible.

Pulla, Italia
De repente, mientras su mente, herida por la duda, divagaba en pensamientos insensatos, se sintió fuertemente golpeado en la palma de la mano izquierda, cubierta con un guante, al tiempo que oyó el silbido como de flecha que es despedida por una ballesta. Al punto, lacerado por la herida y estupefacto por el sonido, se quita el guante de la mano para ver con sus propios ojos lo que había percibido por el tacto y el oído. Sin que antes hubiera en la palma lesión alguna, observó que en medio de la mano tenía una herida que parecía producida por una flecha; de ella salía un ardor tan violento, que creía desfallecer.

¡Cosa maravillosa! En el guante no había ninguna señal, para que se viera que el castigo de la herida infligida misteriosamente correspondía a la herida oculta del corazón.

Estimulado por agudísimo dolor, clama y ruge durante dos días y descubre a todos el velo de su incrédulo corazón. Confiesa y jura creer que ciertamente en el Santo existieron las sagradas llagas y asegura que en su mente han desaparecido todas las sombras de dudas. Suplicante, se dirige al santo de Dios para rogarle que le ayude por sus sagradas llagas, bañando las insistentes plegarias del corazón con un río de lágrimas en los ojos.

¡Prodigioso! Desechada la incredulidad, a la salud del alma sigue la del cuerpo. Se calma del todo el dolor, se apaga el ardor, no queda vestigio alguno de lesión. La divina Providencia quiso en su misericordia curar la oculta enfermedad del espíritu por medio del cauterio exterior de la carne. Curada el alma, quedó también sanada la carne.

El hombre aprende a ser humilde, se convierte en devoto de Dios y queda vinculado al Santo y a la Orden de los hermanos por una perpetua familiaridad.
Este ruidoso milagro fue confirmado con juramento y ratificado con documento sellado por el obispo, y así ha llegado su noticia hasta nosotros.

A nadie, pues, le sea dado dudar de la autenticidad de las sagradas llagas. Nadie, porque Dios es bueno, mire este hecho con ojos maliciosos, como si la dádiva de este don cuadrara mal con la sempiterna bondad de Dios. Porque, si fueron muchos los miembros que con el mismo amor seráfico se unieron a Cristo cabeza para que fuesen hallados dignos de ser revestidos en la batalla con una armadura semejante y dignos de ser elevados en el reino a una gloria semejante, nadie de sano juicio dejaría de afirmar que esto pertenece a la gloria de Cristo.