Remedios contra los malos pensamientos


No son pecados los malos pensamientos, sino los pensamientos malos a los cuales presentamos nuestro consentimiento. Toda la malicia del pecado mortal consiste en la mala voluntad, es decir, en el asentimiento que damos al pecado o en la voluntad que concebimos  de pecar, con plena advertencia de que aquella obra o acción que queremos practicar es mala. Así lo enseña San Agustín, cuando dice que: “si la voluntad no consiente en ella, no puede haber pecado”
Por grave, pues, que sea la tentación y la rebelión de los sentidos, y los movimientos malos de la parte inferior o del cuerpo contra la superior o espiritual, no habrá pecado, si no hay antes consentimiento; porque según San Bernardo, “no daña el sentido o la tentación, sino consiente la voluntad”: Non nocet sensus, ubi non est consensus. (De Inter. domo cap. XIX).
(...)A la hora de la muerte no se pueden cometer pecados de obra, pero pueden cometerse de pensamiento, y es fácil que los cometa quien durante su vida se acostumbró a fomentarlos en su imaginación. Y mucho más entonces, cuando son más violentas las tentaciones del demonio, el cual; viendo que le queda poco tiempo para engañar a aquella alma, la tienta con mayor fuerza y furor, como dice San Juan en el Apocalipsis; . (Apoc. XII, 12). 
Estando San Eleazaro en peligro de muerte, cuenta Surio, que tuvo tales tentaciones y malos pensamientos, que dijo después de haber sanado de la enfermedad; “¡Oh, que grande es la fuerza del demonio a la hora de la muerte! El santo venció las tentaciones, porque tenía la costumbre de rechazar los malos pensamientos; pero ¡ay de aquellos que se han habituado a deleitarse con ellos! 
El padre Segneri refiere, que hubo un pecador que se acostumbró mientras vivió a deleitarse con los malos pensamientos: viéndose próximo a la muerte, confesó sus pecados con verdadero dolor; pero se apareció después de su muerte a una persona, diciéndole que se había condenado. Y confesó, que su confesión había sido buena, y que Dios le había perdonado ya; pero que antes de morir, el demonio le representó que sería una ingratitud, si se curaba de aquella enfermedad, abandonar a cierta mujer que le amaba mucho, Él rechazó esta primera tentación: vino la segunda, y consintió en ella, y ésta fue la causa de haberse condenado para siempre.

REMEDIOS HAY CONTRA LOS MALOS PENSAMIENTOS
1 Dice el profeta Isaías, que : “para librarnos de los malos pensamientos debemos quitar la malignidad que hay en ellos”(Is. I, 16). Pero ¿que quiere decir quitar la malignidad que hay en ellos? Significa que debemos quitar la ocasión, evitar las conversaciones peligrosas, y huir de las malas compañías. Yo se de un joven que era inocente como un ángel, y por una palabra que oyó a un mal compañero, tuvo pensamiento malo, y consintió en él; y éste creo yo fué el único pecado mortal que cometió en toda su vida; porque luego entró Religioso, vivió en olor de santidad y murió santamente. También conviene abstenerse de las lecturas obscenas o inficionadas de otros errores, lo mismo que de bailes con mujeres, y de las comedias profanas que inducen a los jóvenes al pecado, ya ridiculizando la virtud, ya presentando muy halagüeña la senda del vicio.
2 Quizá me preguntará algún joven: Dígame usted, padre, ¿es pecado cortejar? Al cual respondo yo de este modo: no puedo afirmar absolutamente que esto sea pecado mortal; pero si diré: que los cortejantes con la mayor facilidad se ponen en ocasión próxima de pecado mortal; y la experiencia manifiesta, que pocos de éstos han dejado de pecar gravemente. Y no sirve decir, que no se lleva en ello mal fin ni malos pensamientos, porque con este ardid suele engañar el demonio a los jóvenes. En un principio, suele el enemigo no sugerir malos pensamientos; pero luego que con la larga conversación amorosa ha ido tomando fuerzas el cariño, va cegándolos poco a poco, y ven que, sin saber como, han perdido el alma y  Dios con los muchos pecados de impureza y de escándalo que cometen. ¡Oh, a cuantos pobres muchachos y muchachas engaña el demonio de éste modo! Y de todos estos pecados y escándalos han de dar cuenta a Dios, especialmente los padres y las madres, que debían impedir estas conversaciones y entrevistas peligrosas, y no las impidieron. Ellos, pues, son la causa de todos estos males, y de ellos serán castigados severamente por Dios.
3. Sobre todo, si queremos librarnos de los malos pensamientos, guárdense los hombres de mirar con lúbrica intención a las mujeres, lo mismo que éstas a los hombres. 
¿Que tiene que ver  aquí el pensar con el mirar? Si pactara con los ojos que no habían de mirar, lo entenderíamos; pero pactar con los ojos que no han de pensar, no entendemos lo que esto significa, dirán algunos. Pues yo os digo con San Bernardo, que Job dice con mucho juicio, que hizo pacto con sus ojos de no pensar en mujeres; porque por los ojos entran en el alma las pasiones y deseos impúdicos que después pasan a la mente, y atormentan y matan al alma con la continua y tenaz guerra que le hacen. Por lo mismo nos amonesta el Espíritu Santo, que apartemos nuestros ojos de la mujer lujosamente ataviadaSiempre es cosa peligrosa mirar a una mujer en éste estado; y el mirarla sin justo motivo y de intento, siempre, por lo menos, será pecado venial.
4. Cuando en seguida vienen los malos pensamientos, que suelen venir aún sin ocasión ninguna, es preciso rechazarlos con presteza y vigor, sin darles cuartel ni treguas; porque si comienzas a fluctuar, eres perdido. El recurso a Dios era lo que aconsejaba San Jerónimo en su Epis. XXII  Eustoquio por estas palabras: “Inmediatamente que la sensualidad hiciere alguna sensación en los sentidos, exclamemos: ¡Dios mío, ayudadme!”:
5. Y si a pesar de la súplica siguiese molestandonos la tentación, conviene mucho manifestarla al confesor; porque, como decía San Felipe Neri: “La tentación manifestada al confesor está medio vencida”. 
Pero el mejor medio para vencer estas tentaciones es, a mi juicio, el recurrir a Dios; el cual, seguramente, nos dará fuerzas para alcanzar la victoria. Por esto decía David: “Invocaré al Señor, y me veré libre de mis enemigos” (Psal. XVIII, 4). Más, cuando no cesa la tentación por este medio, no podemos dejar de suplicar, sino antes aumentar las súplicas y postrados a los pies del Santísimo Sacramento, si estamos en la iglesia, o de un Crucifijo si nos hallamos en casa; o delante de una imagen de María Santísima, que es la Madre de la pureza.

San Alfonso María de Ligorio