Francisco: un "Papa" que inventa nuevos pecados


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Como si no tuviéramos bastante con intentar cumplir los 10 Mandamientos que Dios nos dejó como modo de alcanzar una vida santa o al menos justa y salvarnos de la muerte eterna, ahora viene Bergoglio, y añade dos pecados más. A saber: hacer proselitismo con los miembros de la Iglesia ortodoxa es ahora un pecado grave contra el ecumenismo (discurso en su reciente visita a Georgia) y los pecados contra nuestra casa común, la Tierra. En la celebración del “Día Mundial de Oración por la Creación”, Francisco convocó a los católicos a una "profunda conversión interior", a confesar nuestros pecados contra Dios y la Creación después de "serio examen de conciencia”.



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Bergoglio tienen un serio problema. Cada día aumentan los católicos que se suman a una revolución más o menos silenciosa en su contra, desde laicos corrientes a analistas sociales,  periodistas, profesores universitarios, asociaciones pro familia, canonistas, teólogos, filósofos, escritores, miembros de la alta jerarquía o sacerdotes... Sus ambigüedades a veces intencionadas, su apoyo suicida de la emigarción musulmana, su apertura al sacrilegio eucarístico, sus guiños a los pecadores públicos o a los poderosos del mundo sin corregir su pecado, su gusto por la popularidad, su falsa humildad y la humillación de la verdadera religión poniéndola al nivel de las otras creencias, sus improperios contra sus sacerdotes o fieles conservadores, sus cambios novedosos que minan la esencia de los sacramentos y la doctrina establecida por Cristo y su Iglesia, han creado una división cada vez más enfrentada en el mundo católico.

Muchos sospechamos un mimetismo con el pensamiento de los cardenales que estructuran las directrices de este papado, en abierta herejía.
Ante esto, podemos preguntarnos si debemos seguir a un papa del que desconfamos, y más sabiendo que su elección en el cónclave fue premeditada sin contar con la asistencia de Dios, surgida de pactos entre cardenales. Estas circunstancias  invalidarían su cargo según lo decretado por Juan Pablo II, bajo pena de excomunión.

No vale la pena pues ser dirigido por un hombre que no respeta el tesoro de la Iglesia construido tras siglos de persecuciones, sellado con la sangre de los mártires, los prodigios de los santos y los escritos de los instrumentos del Espíritu. Es mejor dejar que se desvanezca en las sombras, lo que pudo haber sido una elección de Dios para la Iglesia del s XXI y que en cambio fue un castigo, una derrota para los católicos que no supieron preservar su herencia y la dilapidaron por seguir los dictados del mundo.


María Ferraz