Confiésate antes de Navidad



(...)La Navidad sin confesión sacramental y sin comunión eucarística no es verdadera Navidad, es no haber vivido la intensidad del Adviento que nos va preparando para el nacimiento de Jesús el Salvador en nuestros corazones.
Cuántos cristianos siguen en una práctica de pecado, en una permanencia en estado de pecado, como si se tratara de algo baladí, y no una situación de emergencia que atañe a Cielo y tierra.
Cuando uno lee con atención las Sagradas Escrituras halla estos cuatro argumentos para comprender la importancia del pecado:
  1. Un pecado de rebelión convirtió de ángeles brillantes en demonios horrendos a quienes se rebelaron contra Dios en el Paraíso.
  2. Un pecado arrojó a nuestros primeros padres del Paraíso terrenal, condenándolos a ellos y a todos sus descendientes al dolor y a la muerte corporal y a la posibilidad de condenarse eternamente.
  3. Un pecado y los subsiguientes pecados de los hombres exigieron la muerte en la Cruz del Hijo amado de Dios para redimir al hombre culpable.
  4. Un pecado mantendrá por toda la eternidad los terribles tormentos del infierno en castigo del pecador obstinado.
Estas cuatro son las más trágicas consecuencias del pecado, pero existen también otras consecuencias interiores no menos temibles, como la pérdida incomparable de la presencia y de la acción de la Santísima Trinidad en el alma que se convierte en morada de Satanás.
Sí, la Navidad es la iniciación de este poema increíble, demasiado hermoso, pero que se verifica por medio del Mesías, ya comenzando en Belén, en Navidad, ese poema que culminará en la Cruz del Calvario, y de la que emanará la Sangre de Cristo que purifica que fortalece, que anima, que impulsa a la felicidad del Reino, ese poema, cuyo final será la Resurrección, la Ascensión al Reino del Padre, y el disfrute pleno de la eterna felicidad.
La palabra Navidad ha de ser mágica para nosotros en el sentido de que sólo el hecho de escucharla, nos recuerda que Dios está a la puerta de mi vida, en el umbral de mi alma, en el vestíbulo de mi corazón. Lo que vivió la historia hace veinte centurias en la aldea de Belén, en la Navidad, está a punto de realizarse de nuevo en el recinto interno de nuestro propio ser.
Navidad es palabra, es promesa, es presencia de lo invisible, es intimidad de Dios que se acerca a quien quiera recibirle, ya no en la pobre gruta de Belén sino en la pobre gruta de mi alma, pero sobre todo Navidad es libertad y salvación.
Germán Mazuelo-Leytón