¿En vísperas del cisma?

Panorama Católico Internacional 12/12/2016 . 


Se revive la situación de Mons. Lefebvre y Mons. de Castro Mayer 
Es posible que en breve haya un cisma en la Iglesia. Pero los acusados de cismáticos, como ha ocurrido antes, no serán quienes lo provoquen sino quienes lo enfrenten.
Se hace muy difícil decir algo sobre la actual situación de la Iglesia, salvo que es horriblemente confusa. Una confusión nacida hace poco más de 50 años a la vida pública por medio de documentos que en esencia incubaban el mismo problema que ahora ha estallado con motivo de la Exhortación Amoris Laetitia. Es decir, unos textos que lejos de aclarar puntos oscuros, o reafirmar verdades sabidas, pusieron oscuridad sobre lo que se tenía por claro y definitivo.
Durante muchos años, décadas ciertamente, una gran mayoría de católicos amantes de la doctrina, pero tal vez no suficientemente decididos o conscientes de la gravedad de la situación, pusieron sus esperanzas en dos cuestiones: una, que el próximo papa corregiría los abusos de interpretación. Otra, que esas interpretaciones eran siempre abusos de textos cuyo espíritu era otro.
La historia de esos años es rica en pruebas contrarias a estas esperanzas: los papas que siguieron al Concilio no corrigieron de raíz los problemas, aun cuando se hicieron algunos esfuerzos en tal o cual materia. Por el contrario, decidieron enmendar el “espíritu del Concilio”, es decir, esas interpretaciones deliberadamente erróneas, con más aplicación de las ambigüedades conciliares. Y en algunos casos, llevando estas a la práctica en la peor línea posible: el diálogo interreligioso es quizás la peor y más extrema derivación. Hoy termina en el escandaloso elogio de Lutero, pero viene de los diversos Asís y pedidos de perdón…
Aunque Benedicto vio el problema litúrgico hasta cierto punto, y actuó con decisión, por un lado su modo errático y por otro la presión que no supo resistir terminaron con su pontificado del modo más extraño: ahora hay dos papas que se reconocen como tales, uno pasivo y otro activo. Joseph Ratzinger debería ser hoy el Cardenal Ratzinger y no el “papa emérito”. ¿Se puede conjeturar un “acuerdo” para la renuncia en estas tan extrañas circunstancias? Todo se puede conjeturar, el problema es probarlo con certeza. Sin duda es un elemento que inquieta.
Hoy, gracias a Francisco, esa tolerancia a la ambigüedad, tan generalizada en los católicos más fieles, pero que se han resistido siempre a ser considerados “tradicionalistas” y asumir ese costo, encabezan una resistencia crítica muy llamativa y creciente. El feroz embate del papa Bergoglio a cuestiones fundamentales de la moral católica, puntos de doctrina revelada, es demasiado. Hemos publicado, de los tantos y tantos actos de resistencia al documento más escandaloso en materia moral que haya salido de la pluma de un papa, algunos que son la punta de un movimiento subterráneo que aflora.
Las “dubia” de los cuatro cardenales son el elemento catalizador. Ellas han hecho cuajar otros documentos de crítica enfocados de modo diverso pero que resultan extremadamente incómodos para Francisco. El ha decidido callar y sus portavoces dan diversos motivos, algunos agraviantes para con la jerarquía y los fieles, otros patéticos por su falta de solidez. Lo cierto es que un papa NO puede negarse a esclarecer un punto de doctrina. Y lo que menos quiere hacer Francisco es esclarecer, ya que todo su sedicente “magisterio” es una suerte de charlatanería de cosas mezcladas. Un caudaloso río de palabras que se ahogan unas a otras.
Los cardenales tuvieron la simple y evangélica idea de pedir la aclaración de ciertos puntos, gravísimos, de la doctrina promovida por Francisco de un modo tan enredado. Simples preguntas por sí o no. Esto desató un terremoto que ya se comienza a mostrar en las fracturas a flor de tierra. No son pocos los que hablan de cisma. Es curioso: las mismas circunstancias, con diferencias evidentes, han producido las mismas reacciones que hace 40 años produjo el tradicionalismo, liderado por Mons. Lefebvre. Los críticos apelan a la Tradición, los oficialistas responden con palabras de agravio y amenazas. Acusan de “cisma”. Sosteniendo argumentos insostenibles: el “magisterio” de Francisco no se aparta un ápice de la doctrina… La diferencia, en este caso, es que la reacción de la jerarquía a pasado a ser la de muchos más que un par de obispos, como en los tiempos de Mons. Lefebvre y Mons. de Castro Mayer.
Esta reacción es quizás el disparador de una más profunda, que revise no solo estos puntos doctrinales, sino muchos otros, así como la horrible crisis litúrgica, que ha sido un componente esencial en la pérdida de fe y la debilidad de costumbres de los católicos en las últimas décadas.
Para algunos, más que un cisma que se va materializando, es uno que permanecía sofocado por la imposición de un clero del que la gran mayoría de sus miembros ha perdido la fe o apenas tiene vagas ideas de lo que ella implica, que ignora el catecismo básico y tiene una idea absolutamente deformada de lo que es el culto divino. Y en consecuencia la feligresía está sumida en la más oscura confusión, alejada de sacramentos eficaces, sin sentido de la Fe.
La batalla se perfila y quizás se desate antes de lo que se espera. Se espera un documento de “corrección fraterna” de parte de obispos y cardenales si Francisco persiste en su silencio o confirma sus doctrinas heterodoxas. Los teólogos y canonistas más clásicos, fundados en la doctrina tradicional, sostienen que “la Iglesia” puede juzgar a un papa solo en materia de Fe. Y ese juicio puede concluir en una deposición de su cargo por herejía formal. No hay deposición ipso facto, sin tras un juicio de la Iglesia.
Es muy difícil imaginar las consecuencias de un acto tan poco frecuente y sin embargo tan enraizado en la Tradición de la Iglesia, ya que la primera “corrección” que sufrió un papa fue la que el Apóstol San Pablo hizo al papa San Pedro cuando quiso judaizar (con las mejores intenciones) es decir, trató de imponer a los gentiles costumbres que no estaban ya en vigencia tras la fundación de la Iglesia para no escandalizar a los conversos de origen judío.
Todo esto a la luz de Fátima.
Podemos llamarnos dichosos testigos de hechos terribles y extraordinarios. Mucho más que el milagro del sol. A condición de no perecer a las tentaciones de escándalo, al tironeo de la ansiedad o la estima excesiva del juicio propio. Esto lo lograremos solamente si vivimos en el espíritu de Fátima: confianza, entrega, sacrificio y oración, muy especialmente, el Santo Rosario.