Entrevista completa al Card Caffarra sobre la Dubia

El Cardenal Caffarra, firmante de las dubia, aclara: “Fue largamente reflexionada, y recé largamente ante el Santísimo Sacramento”. Revela sus dos preocupaciones: “Escandalizar a los pequeños y que alguien pudiera pensar que faltábamos el respeto al Papa”. (Infovaticana)

Il Foglio publica una entrevista al cardenal arzobispo emérito de Bolonia, Carlo Caffarra, quien deja claro que la publicación de las “dubia” no fue una improvisación, sino algo discutido, reflexionado y rezado durante meses. (…) “Yo puedo ser dócil al magisterio del Papa si sé lo que el Papa enseña en materia de fe y de vida cristiana. Pero el problema es exactamente esto: que sobre los puntos fundamentales no se entienden bien lo que el Papa enseña, como lo demuestra el conflicto de interpretación entre los obispos.”
“Creo que deben aclararse varias cosas”, señala Caffarra en la entrevista, traducida al español por Secretum Meum: “La carta -y las dubia- fueron largamente reflexionadas por meses, y largamente discutidas entre nosotros. Por lo que a mi respecta, lo recé largamente ante el Santísimo Sacramento”.
“Eramos conscientes, señala Caffarra, “de que el gesto que estábamos haciendo era muy serio”. Tenían dos preocupaciones, revela: “No escandalizar a los pequeños en la fe, un deber fundamental para los pastores, y que ninguna persona, creyente o no, pudiera encontrar en la carta expresiones que, ni siquiera remotamente, pudieran sonar a falta de respeto al Papa”. El texto final, por tanto, señala Caffarra, fue objeto de múltiples revisiones y correcciones.
¿Qué les llevó a hacerlo?
Una consideración de carácter general-estructural, y una de carácter contingente-coyuntural. La general: Los cardenales tenemos un deber grave de aconsejar al Papa en el gobierno de la Iglesia. Es un deber, y los deberes obligan. La segunda, de carácter coyuntural, fue el hecho, que solo un ciego puede negar, que en la Iglesia existe una gran confusión, incertidumbre, inseguridad, causada por algunos párrafos de Amoris Laetitia. En estos meses está ocurriendo que sobre las mismas cuestiones fundamentales de la economía sacramental (penitencia, eucaristía y matrimonio), y la vida cristiana, algunos obispos han dicho “A”, y otros han dicho “Lo contrario de A”, con la intención de interpretar bien los mismos textos.
Esto es un hecho innegable, porque los hechos son tozudos, como decía David Hume. La vía de salida a este conflicto era el recurso a los criterios interpretativos teológicos fundamentales, usando los cuales, creo que se puede razonablemente mostrar que Amoris Laetitia no contradice Familiaris Consortio. Personalmente, en encuentros públicos con laicos siempre he seguido esa vía.
Nos dimos cuenta, sigue Caffarra, de que esa vía epistemológica no era suficiente: El contraste entre estas dos interpretaciones continuaba. Sólamente había una salida: Preguntar al autor de un texto interpretado de dos maneras contradictorias, cuál era la interpretación correcta. ¿La forma? Una tradicional en la Iglesia, las dubia, un instrumento que no habría comprometido al Santo Padre en tener que hacer respuestas largas, sólo tenía que decir sí o no. Y remitir, como han hecho en muchas ocasiones los papas, a autores probados o a Doctrina de la Fe la firma de un documento explicando porqué sí o porqué no.
¿Por qué publicarlo?
La otra duda era si hacerlo en privado o en público. Razonamos y entendimos que sería una falta de respeto hacerlas públicas directamente, así que lo hicimos en privado, y sólo cuando tuvimos certeza de que el Papa no respondería, decidimos publicarlo.
Hemos interpretado el silencio como una autorización para proseguir la confrontación teológica. Y, por otra parte, el problema involucra profundamente tanto el magisterio de los obispos (que, no lo olvidemos, lo ejercitan  no por delegación del Papa, sino en virtud del sacramento que han recibido), como la vida de los fieles. Los unos y los otros tienen el derecho a saber. Muchos fieles y sacerdotes estaban diciendo, “pero ustedes cardenales en una situación como esta tienen la obligación de intervenir con el Santo Padre. Para qué otra cosa diferente existen si no es para ayudar al Papa en cuestiones así de graves?”.
Comenzaba a abrirse camino al escándalo de muchos fieles, como si nos comportáramos como los perros que no ladran de los que habla el Profeta. Esto es lo que está detrás de esas dos páginas.
Sobre las acusaciones recibidas
Algunas personas siguen diciendo que no somos obedientes al Magisterio del Papa. Es falso y calumnioso. Justo porque no queremos ser indóciles hemos escrito al Papa. Yo puedo ser dócil al magisterio del Papa si sé lo que el Papa enseña en materia de fe y de vida cristiana. Pero el problema es exactamente esto: que sobre los puntos fundamentales no se entienden bien lo que el Papa enseña, como lo demuestra el conflicto de interpretación entre los obispos.
Queremos ser dóciles al magisterio del Papa, pero el magisterio del Papa debe ser claro. Ninguno de nosotros ha querido obligar al Santo Padre a responder: en la carta hemos hablado acerca del juicio soberano. Simplemente y respetuosamente hemos hecho preguntas.  Finalmente no merecen atención  las acusaciones de que queremos dividir la Iglesia. La división, ya existente en la Iglesia, es la causa de la carta, no su efecto. Cosas en lugar indignas dentro de la Iglesia son, en un contexto como este sobre todo, los insultos y las amenazas de sanciones canónicas.
La carta de un párroco: perfecta síntesis
He recibido la carta de un párroco que es una fotografía perfecta de lo que está sucediendo. Me escribía:
“En la dirección espiritual y en la confesión no sé qué más decir. Al penitente que me dice: Yo vivo para todos los efectos como marido con una mujer que es divorciada y ahora la Eucaristía se me cierra, le sugiero un camino, con el fin de corregir esta situación, Pero el penitente me detiene e inmediatamente responde:
-Espere, padre, el Papa ha dicho que puedo recibir la Eucaristía, sin tener el propósito de vivir en continencia.
Ya no puedo soportar más esta situación. La Iglesia me puede pedir cualquier cosa, pero no traicionar mi conciencia. Y mi conciencia hace objeción a una supuesta enseñanza pontificia de admitir a la Eucaristía, dadas ciertas circunstancias, a los que viven more uxorio sin estar casados”
Así escribía el párroco. La situación de muchos pastores de almas, me refiero sobre todo a los párrocos es esta: se encuentran en los hombros con una carga que no son capaces de llevar. Es esto en lo que pienso cuando hablo de gran confusión. Y hablo de los párrocos, pero muchos fieles permanecen aún más confundidos. Estamos hablando de cuestiones que no son secundarias.  No se está discutiendo si el pescado rompe o no rompe la abstinencia. Se trata de cuestiones gravísimas para la vida de la Iglesia y para la salvación eterna de los fieles. No olvidemos nunca: esta es la ley suprema de la Iglesia, la salvación eterna de los fieles. No hay otras preocupaciones. Jesús fundó su Iglesia para que los fieles que tenga la vida eterna, y la tengan en abundancia.
Verdad formal frente a Veritas Salutaris
Haría dos premisas muy importantes. Pensar en una práctica pastoral no fundada y arraigada en la doctrina significa fundar y radicar la praxis pastoral de la arbitrariedad. Una iglesia con poca atención a la doctrina ya no es más una Iglesia pastoral, sino es una Iglesia más ignorante.
La Verdad de la que hablamos no es una verdad formal, sino una Verdad que da la salvación eterna: Veritas salutaris, en términos teológicos. Me explico. Existe una verdad formal. Por ejemplo, quiero saber si el río más largo del mundo es el rio Amazonas o el Nilo. Resulta que es el río Amazonas. Esta es una verdad formal. Formal significa que este conocimiento no tiene nada que ver con mi manera de ser libre. Incluso si la respuesta fuera todo lo contrario, no cambiaría nada en mi manera de ser libre. Pero hay verdades que llamo existenciales. Si bien es cierto, como Sócrates ya había enseñado, que es mejor sufrir la injusticia antes que hacerla, enuncio una verdad que hace que mi libertad actúe de manera muy diferente que si fuera verdad lo contrario.
Cuando la Iglesia habla de verdad, habla de la verdad del segundo tipo, la cual, si es obedecida por la libertad, genera la verdadera vida. Cuando escucho decir que es sólo un cambio pastoral y no doctrinal, o si se piensa que el mandamiento que prohíbe el adulterio es una ley puramente positiva que se puede cambiar (y yo creo que ninguna persona recta puede pensar en esto), o significa admitir que en general el triángulo sí tiene tres lados, o que existe la posibilidad de construir uno con cuatro lados. Es decir, digo una cosa absurda. Ya los medievales, después de todo, decían: theoria sine praxi, currus sine axi; praxis sine theoria, caecus in via.
No hay evolución en la que haya contradicción
La segunda premisa: El gran tema de la evolución de la doctrina, que siempre ha acompañado el pensamiento cristiano. Y que sabemos ha sido retomado de forma esplendida por el Beato John Henry Newman. Si hay un punto claro es que no hay evolución en la que haya contradicción. Si yo digo que s es p y después digo que s no es P, la segunda proposición no desarrolla la primera sino que la contradice.
Ya Aristóteles había justamente enseñado que enunciar una proposición universal afirmativa (por ejemplo, todo adulterio está mal), y al mismo tiempo una proposición particular negativa que contenga el mismo sujeto y predicado (por ejemplo, algún adulterio no está mal), no es plantear ninguna excepción a la primera, sino contradecirla. Al final, si quisiera definir la lógica de la vida cristiana, usaría la expresión de Kierkegaard:
“Moverse siempre, permaneciendo siempre firme en el mismo punto”
¿Evolución o contradicción?
El problema es  ver si los famosos párrafos Nº 300-305 de Amoris Laetitia> y la famosa nota 351 están o no están en contradicción con el magisterio precedente de los Pontífices que han afrontado la misma cuestión. Según muchos obispos, está en contradicción. Según muchos otros obispos, no se trata de una contradicción, sino un desarrollo. Y es por esto que hemos pedido una respuesta al Papa.
El núcleo del problema: las preguntas
El problema en su núcleo es el siguiente… ¿El ministro de la Eucaristía (usualmente el sacerdote) puede dar la Eucaristía a una persona que vive more uxorio con una mujer o un hombre que no es su esposa o su marido, y no tienen la intención de vivir en continencia?
Las respuestas son sólo dos: Sí o No. Ninguno pone en tela de juicio que Familiaris consortio, Sacramentum unitatis, el Código de Derecho Canónico y el Catecismo de la Iglesia Católica  a la antedicha pregunta responden No. Un No válido mientras el fiel no tenga la intención de abandonar el estado de convivencia more uxorio.
¿ Amoris Laetitia ha enseñado que, dadas ciertas circunstancias precisas y hecho un cierto camino, los fieles pueden acercarse a la Eucaristía sin comprometerse a la continencia? Hay obispos que han enseñado que se puede. Por una simple cuestión de lógica, se debe entonces también enseñar que el adulterio no es en sí mismo y por sí mismo malo.
No es pertinente apelar a la ignorancia o al error sobre la indisolubilidad del matrimonio: un hecho desgraciadamente muy difundido. Esta apelación tiene un valor interpretativo, no orientativo. Debe ser usado como un método para discernir la imputabilidad de las acciones ya realizadas, pero no puede ser el principio para las acciones por cumplirse. El sacerdote tiene el deber de iluminar al ignorante y corregir al que se equivoca.
“Sin embargo, lo que en lugar Amoris Laetitia ha traido de nuevo sobre tal cuestión, es el llamado a los pastores de almas a que no se conformen con responder No (sin embargo, no conformarse significa responder Sí), sino llevar a la persona de la mano y ayudarla a que crezca hasta el punto de que entienda que se encuentra en una condición tal que no pueden recibir la Eucaristía, si no cesa en la intimidad propia de los esposos. Pero no es que el sacerdote pueda decir “lo ayudo en su camino dándole también los sacramentos”.
Y es sobre esto que en la nota número 351 el texto es ambiguo. Si yo le digo a la persona que no puede tener relaciones sexuales con quien no es su marido o su esposa, pero que mientras tanto, ya que hace tanto esfuerzo, puede tener … sólo una en lugar de tres por semana, no tiene sentido, y no soy misericordioso con esta persona. Porque para poner fin a un comportamiento habitual, un habitus, dirían los teólogos, tienes que tener el firme propósito de no ejercitar más ningún acto propio de aquel comportamiento. En el bien existe un progreso, pero entre el dejar el mal e iniciar a cumplir el bien, no existe una elección instantánea, aunque sea largamente preparada. Por un cierto tiempo Agustín oró: “Señor, hazme casto, pero tarda”.
Aquí está en cuestión lo que enseña Veritatis splendor. Esta encíclica (6 de agosto de 1993) es un documento altamente doctrinal, en las intenciones del Papa San Juan Pablo II, hasta el punto que, cosa excepcional ya en las encíclicas, está dirigida sólo a los obispos en cuanto responsable de la fe que se debe creer y vivir (cf. nº 5).
A ellos, al final, el Papa les recomienda estar vigilantes sobre las doctrinas condenadas o enseñadas por la misma encíclica. Las unas para que no se difundan en la comunidad cristiana, las otras para que sean enseñadas (cfr. n 116). Una de las enseñanzas fundamentales del documento es que hay actos que pueden, por sí mismos y en sí mismos, independientemente de las circunstancias en las que se realizan y los alcances que el agente se proponga, ser calificados de deshonestos. Y añade que negar este hecho puede comportar negar el sentido del martirio (cfr. nn. 90-94).  Cada mártir, de hecho, … podría haber dicho: “Pero yo me encuentro en una circunstancia… en una tal situación por la que el grave deber de profesar mi fe, o de afirmar la inviolabilidad de un bien moral, ya no me obliga más”.
Si se piensa en las dificultades que la esposa de Tomás Moro ponía a su marido ya condenado a prisión: “Tienes deberes para con la familia, para con los hijos”. No es, por tanto, sólo un discurso de fe. Incluso si uso la recta razón, veo que negando la existencia de actos intrínsecamente deshonestos, niego que exista un límite más allá del cual los poderosos de este mundo no puedan y no deban ir. Sócrates fue el primero en occidente en entender esto. Por lo tanto, la cuestión es grave, y esto no se puede dejar en incertidumbre. Por esto nos permitimos pedir al Papa que aclarare, ya que hay obispos que parecen negar tal hecho, refiriéndose a Amoris Laetitia. De hecho, el adulterio siempre ha vuelto a entrar en los actos intrínsecamente malos. Basta leer lo que en este sentido dice Jesús, san Pablo y los mandamientos dados a Moisés por el Señor.
Aquí hay una gran confusión Todos los pecados y las opciones intrínsecamente deshonestas pueden ser perdonados. Con que “intrínsecamente deshonesto” no significa “imperdonable”.
Jesús, sin embargo, no se contenta con decir a la adúltera: “Ni yo te condeno”.  También le dice: “Ve, y de ahora en adelante no peques más”(Jn. 8,10).
Santo Tomás, inspirado por San Agustín, hace un comentario bellísimo, cuando escribe que él pudo haber dicho: “Vete y vive como quieras y está segura de mi perdón. A pesar de todos tus pecados, te liberaré de los tormentos del infierno. Pero el Señor que no ama la culpa y no promueve el pecado, condena la culpa… diciendo: y de ahora en adelante no peques más. Aparece así cuán tierno es el Señor en su misericordia y justo en su Verdad. Realmente somos, no por una forma de hablar, libres delante del Señor. Por lo que el Señor no echa atrás su perdón. Debe haber un matrimonio maravilloso y misterioso entre la infinita misericordia de Dios y la libertad del hombre, que se debe convertir si quiere ser perdonado.