La gravedad de los cambios en la Congregación para la Doctrina de la Fe

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Conclusiones:

1. Cuando el cardenal Daneels admitió hace poco más de un año la existencia de un club o mafia de cardenales, apodada de Saint Gallen que, desde 1996, confabularon para que Ratzinger no se convirtiera en el sucesor de Juan Pablo II y, cuando esto sucedió, para forzarlo a renunciar, no estaba relatando una novedad. Malachi Martin, en 1978, había escrito su libro El último cónclave (que pueden leer aquí en portugués), en cuya parte de no-ficción (la primera), explica una trama análoga liderada por el cardenal Villot. Y lo más plausible es que estos cardenales no solamente hayan elegido un sucesor de Benedicto sino que le hayan trazado también las líneas programáticas de su pontificado: modernizar la Iglesia adaptándola a los cambios producidos en el mundo en las últimas décadas. Es este el espectáculo al que estamos asistiendo: el cambio de la religión.

La impresión que dan los pocos hechos que he relatado en este post, es que Bergoglio y lo suyos están tratando de vaciar el contenido de la fe, a fin de reemplazarlo por otro, pero conservando las estructuras. De ese modo, serán pocos los que, efectivamente, se darán cuenta que lo que en verdad se cambió fue la religión. Es lo que hicieron los arrianos en su momento. En su época de mayor esplendor (s. IV) la mayor parte de las sedes episcopales estaban ocupadas por obispos arrianos, y los obispos ortodoxos debían celebrar en alguna casa de familia rodeados de los pocos fieles que los seguían. Y algo similar ocurrió en Alemania con Lutero: en las primeras décadas de la Reforma, poca gente se dio cuenta que, efectivamente, se había cambiado la religión puesto que los cambios que veían les parecían secundarios. 

Creo que es eso lo que está haciendo Bergoglio. Ha comenzado a vaciar las estructuras de la Curia romana para poder llenarla luego con quienes le son fieles. Mantendrá las estructuras, pero cambiará la fe.

b. El vaciamiento de la Congregación para la Doctrina de la Fe no es un hecho menor. En la actual estructura de la Iglesia es el único organismo que tiene cierta autoridad para ponerle límites al Papa. De hecho, todos los documentos que éste escribe deben pasar por la Congregación que le señala errores, ambigüedades, etc. y le sugiere cambios (que Bergoglio nunca acepta). El cardenal prefecto tiene autoridad para frenarlo o, al menos, para expresar públicamente la enseñanza de la verdadera fe para que pueda ser contrastada con las falsedades que nos quiere imponer Francisco. Si ese dicasterio se vacía y se puebla de seguidores del actual pontífice, ya nadie podrá cumplir esa misión con autoridad. Serán, en todo caso, opiniones de "cardenales ultracatólicos" o de "cardenales rebeldes", pero no más que eso. 
Insisto, entonces, en la enorme gravedad que implica lo que está ocurriendo en la Curia Romana. En una organización tan profundamente centralizada como es la Iglesia católica, los cambios en el centro del poder repercutirán rápidamente en todo el mundo, sobre todo si tenemos en cuenta la cobardía y doblez de los obispos. (...)